Enrique José Varona
Un discreto y ameno
escritor, el señor Hernández Miyares, que se encuentra de paseo en la ciudad
imperial, nos ha transmitido sus impresiones neoyorkinas. Leyéndolas, por
cierto con mucho agrado, di con un párrafo en que el criollismo del señor
Hernández se mostraba mortificado, porque sus ojos tropiezan por todas partes
con esta recomendación fatídica: No smoking.
Las misteriosas
letras de fuego, que vio dibujarse sobre el muro
sombrío, no espantaron tanto al recalcitrante Baltasar, como al escritor cubano
este impertinente No fuméis, que apaga el cigarro en su boca de fumador empedernido.
¿No fumar? Pero eso es un horrible castigo para los cubanos. Es como obligarlos
a no andar sino de frac. Esto dice el señor Hernández. Y comprendía la abominación
del anexionismo.
Sin duda nuestro
viajero recordaba, y la boca se le hacía agua, la sabrosa llaneza con que acá
se fuma en todas partes, en la cocina y en el comedor, en el salón y en la
alcoba, antes y después del baño, antes y después de las comidas, en los
ómnibus y en los carros, en los parques y teatros, dando el brazo a una señora
y a la cabecera de un enfermo. Esta atmósfe- ra humosa, saturada de nicotina,
debe ser tan natural al pulmón del cubano, como su ambiente acuoso a las branquias
de un pez. No está probado que la sa- lamandra viviera en el fuego; pero está
visto que nosotros podemos vivir y recrearnos en el humo. Lord Brassey nos hizo
-¡ay sin sospecharlo!– el más delicado elogio, cuando
escribió esta frase que quizá se le antojaba epigramática: Smoking is the universal ocupation in this land of indolence.
Fig 1. ORIGINAL Y UNICOS Art Noveau HABANA CIGARRO CAJA ILUSTRACIÓN c.1905 |
Es indudable que este hábito de fumar
en todos lados y sobre todo el mundo es eminentemente democrático, y aun tiene algo de ascético. Establece
la igualdad de todos los ciudadanos ante la mortificación. Es enemigo jurado de
todo privilegio. Mi vecino me ahuma y yo lo ahumo. Si yo huelo a tabaco, ¿por
qué no ha de oler también el que se sienta
a mi lado? El fumar forma parte de nuestros derechos inalienables. Quizás forme
el todo. Porque si es verdad que un simple ejecutor de apremios, por decreto de
un empleadillo, puede allanar mi domicilio; y un soldado armado de pies a
cabeza me puede llevar al vivac porque le di un encontrón; y el fisco puede poner
en entredicho todos mis derechos civiles, si no le he pagado la cédula; y el
gobierno, cuando le viene a cuento, me viola la corresponden- cia; y el Estado dispone de mi hacienda sin mi
intervención y riéndose de mis protestas; y la venalidad y el privilegio hacen
irrisión de cualquier demanda de justicia que interpongo; al menos puedo fumar,
sin que ningún ujier hosco me grite: “Guarde reverencia”.
Comprendo que nuestro
viajero se haya indignado contra ese imperioso consejo, que recuerda tan
inoportunamente que no vive uno solo en el mundo, y que no se puede inficionar
a saciedad el aire que otro respira. Y me explico que, si alguna vez sorprendió
en el claustro de su conciencia tal cual veleidad de anexionismo, haya abjurado
de ella con horror en el
smoking room, entre las aromáticas
espiras de humo de su rico habano. Quizás le parecía que un misterioso dedo iba
trazando con ellas jeroglíficos de extraña
significación, caracteres hieráticos que desarrollaban un dogma singular,
refractario a nuestros usos, a nuestras ideas, a nuestra sangre, a nuestro criollismo
bonachón y egoísta, que gusta de salirse con la suya, aunque se apeste al
prójimo.
No smoking. Es decir, recuerda
que todos te respetan y que debes respetara todos. Recuerda que tu vecino del
momento tiene los mismos derechos a tu consideración, que tu vecino permanente.
Recuerda que tus gustos no deben convertirse en el disgusto del que te
acompaña. Recuerda que la máxima primera del código de la buena sociedad es: no
molestes. Y recuerda que el hombre bien educado debe considerarse siempre en
buena sociedad.
No smoking. Es decir, para el
buen concierto de los individuos en comunidad no hay nada insignificante. La
lesión del derecho más pequeño resulta enorme. No prives a nadie de su aire
puro. Respeta su olfato. No le irrites los ojos. Te indignas porque un
desconocido te ha pisado un pie. Pues piensa que con idéntica razón se indigna
él porque le arrojas a la cara una bocanada de humo. A ti te parece aromático,
a él puede parecerle nauseabundo. Te molestas si te salpican de lodo. Otro
puede molestarse porque le impregnas la ropa de olor a tabaco. Te exasperas
porque esa buena señora sube al ómnibus con su falderillo. Pues a la buena
señora tu cigarro le produce mareo. Lo conveniente para todos es, ni perro, ni
cigarro, ni lodo, ni humo. Piensa siempre que la presencia de otro limita tus
antojos, en la misma proporción
que tu compañía limita los suyos. No se ha inventado, ni se inventará otra
fórmula para andar en paz y sosiego por el mundo.
Dichoso Robinson,
estaría pensando el señor Hernández Miyares, dichoso Robinson, que es el único
sajón que ha podido fumar a sus anchas, y eso mientras estuvo
solo en su isla. Porque de seguro, desde que fue Friday a aumentar la
población, él mismo tomaría un tizón del hogar, y escribiría con gruesos
caracteres de tizne por las paredes de su cabaña: No smoking.
Julio, 1894
Enrique José Varona
Textos Escogidos, de “Desde Mi Belvedere”
Fig 1 tomado de http://www.xupes.com/
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