Como ha señalado un
investigador y docente de Humanidades de la Universidad de Puerto
Rico, a fines del siglo XIX, “casi toda América Latina giraba alrededor de la
órbita de Inglaterra, de Francia y/o de Estados Unidos. Esta situación no era
del agrado de importantes sectores de las élites locales a pesar de la
francofilia, anglofilia e incluso americanofilia que pudieran haber sentido en
un momento determinado …Sin embargo, el surgimiento en 1871 de Alemania como
potencia política, militar y económica llenó de ilusión a ciertos sectores
elitistas pues pensaban que el fortalecimiento de la presencia alemana en los
mercados latinoamericanos rompería el viejo dominio tripartita (anglo-franco-estadounidense)
y les permitiría mejores opciones a las poblaciones autóctonas…Alemania
aparecía ante los ojos de algunos latinoamericanos como un modelo
socio-cultural perfectamente simétrico en el que la pujanza material era
equilibrada por una cultura sofisticada que era capaz de producir los mejores
músicos y poetas, pero también los mejores científicos.” (Ver Nota al pie)
En Cuba, la
germanofilia se convirtió en una inclinación perseguible a raíz de “La Chambelona ” (alzamiento
armado declarado el 11 de febrero de 1917 por los seguidores del Partido
Liberal encabezados por el General José Miguel Gómez, contra las ansias
reeleccionistas del líder del Partido Conservador y Presidente durante el
cuatrienio 1913-1917, Mayor General Mario García Menocal).
El discípulo
predilecto de José Martí, Gonzalo de Quesada y Aróstegui (1868-1915), fue, por
su formación académica y afinidades ideológicas, un intelectual germanófilo -a
diferencia de Enrique José Varona, cuya germanofilia tenía una naturaleza estrictamente
cultural, con exclusión de la política-.
Nombrado en 1910
como Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario de Cuba ante el Emperador Guillermo II de
Alemania, Quesada –quien falleció en el cargo, en Berlín, en enero de 1915-
publicó en junio de 1913 (en la casa editorial J.J. Weber, de Leipzig) el libro
de gran formato -220 x 295mm- “LA PATRIA
ALEMANA ” (del cual tengo a la vista el ejemplar obrante en mi
biblioteca), profusamente ilustrado con muchas fotografías y un surtido de
litografías, repartidas en 382 páginas comprensivas de encendidos elogios hacia
la civilización, la cultura, la organización política de la Alemania Imperial ,
y en especial hacia la persona del Kaiser de la casa Hohenzollern entonces
reinante.
Haciendo gala de una
verbosidad encomiástica claramente excesiva, entre las páginas 22 y 28 del
libro, dice Quesada: “De ninguna figura contemporánea se ha escrito más que de
Guillermo II; numerosos libros, multitud de folletos y artículos hanse ocupado
de sus varias y geniales condiciones. Nada nuevo hay ya que añadir y, sin
embargo, Su Majestad resulta siempre tema nuevo e inagotable de entusiastas
elogios o apasionada crítica. Y es que pocos soberanos han mostrado
versatilidad igual a la suya y no son muchos los que han logrado tanto como él
en pro de la patria…El completo plan de educación, ideado por su madre –la
entonces Princesa Victoria-…le ha proporcionado profundos y extensos
conocimientos literarios, base de notable cultura, que nutre a diario con lo
más selecto de los diferentes idiomas que posee y domina como el propio…El
hogar de Sus Majestades es modelo de hogares y en la Corte no han podido abrirse
paso el vicio y la inmoralidad…¿Cómo no ha de ser venerada y ensalzada Su
Majestad en todas partes? Con el advenimiento de Guillermo II al Trono,
comenzaron ‘las responsabilidades infinitamente pesadas que la hacían temblar’,
pero el Emperador ha ido afrontándolas con éxito singular…Como para el primer
Guillermo, ‘la columna en que se apoya la monarquía es el Ejército’. Y,
Hohenzollern genuino, es, antes que nada, militar…Su mira constante es que sus
guerreros sean ‘cristianos obedientes, leales y valerosos patriotas’…El
poderoso Ejército Alemán garantiza la paz de Europa”.
Estas apreciaciones
laudatorias quedaron hechas con apenas un año de antelación a que el Imperio
Alemán diese inicio, junto con el imperio austro-húngaro, a la hasta entonces
guerra más sangrienta entablada en la mayor extensión del orbe: la Primera Guerra Mundial, una
guerra de agresión por parte del Imperio Alemán y sus aliados, en la que,
solamente en muertes, se contabilizaron las de diez millones de militares y
siete millones de civiles. En la persecución de los crímenes de guerra
cometidos durante la contienda, en el transcurso del verano de 1921 –tres años
después de concluida la
Guerra- solamente fue acusada una escasa docena de militares
alemanes, la mayoría de los cuales fueron absueltos y al resto se les
impusieron levísimas penas de prisión.
Igualmente quedaron
indemnes los actos genocidas cometidos por las autoridades alemanas, durante
las épocas de su dominio y en fecha tan
temprana como el año 1904, en las posesiones coloniales africanas, en periodos
previos a, y coincidentes con, la Primera Guerra Mundial, especialmente en el África
Sudoccidental y en el África Oriental alemana.
En la represión de la sublevación de la etnia herero, en el África
Sudoccidental (hoy en día, Namibia), entre 40 y 100 mil personas de todas las
edades fueron masacradas (por medio de las armas o de la inanición); y en el África
Oriental (hoy en día, Ruanda, Burundi y parte de Tanzania) entre 80 y 300
mil personas fueron asesinadas.
No obstante ser vox
populi la comisión de tales delitos de lesa humanidad, y el hecho incontestable
de que las principales Potencias Centrales ya se habían involucrado en las
recientes dos Guerras Balcánicas de 1912 y 1913, y ahora se preparaban para
otro conflicto –que terminó siendo la Gran
Guerra , en la que Austria-Hungría entró el 28 de julio de
1914; y el Imperio Alemán, el 1 de agosto de 1914), el inefable embelesamiento
del Ministro Plenipotenciario de Cuba hacia al Emperador Guillermo II quedó
reiterado en su citado libro de 1913, al relatar (páginas 52 y 53) los
pormenores de la entrega, en manos del Emperador, de sus Credenciales: “El
Kaiser viste el uniforme de General de Infantería; a unos pasos hágole el
saludo, dirigiéndole breves frases en nombre del Presidente de la República ; a una
indicación suya me acerco y entrégole mis Credenciales; efusivamente me
estrecha la mano. Agradece mis frases; me habla de cómo sus marinos regresan
encantados de La Habana ,
donde se les dispensa cordialísima acogida; del comercio y prosperidad de
Cuba…Su trato –como sucede a todos los que le ven de cerca- me encantó por la
franca afabilidad e interés que mostraba
en la conversación, que duró cerca de diez minutos.”
(Nota) Alberto Lugo
Amador, “Germanofilia”, pág. 104, impreso por Lulu.com, Raleigh, North
Carolina, 2012.
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