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sábado, 15 de agosto de 2015

EL GUAJIRO Y LAS REFORMAS



Tantos años de lucha, ahora que por fin tiene unas yuntitas de bueyes, unos cañutos de caña, cuatro matas de plátanos, unas yucas que nacen salvajes, unos árboles de mangos y allá, a la orilla del río Yumurí, la Ceiba enorme y rumorosa que sembraron sus padres el día de su nacimiento, que se destaca en la distancia por su copa frondosa y donde los otros guajiros de la región le entregaban sus ofrendas. Pero ninguna de las ofrendas pudo darle la suficiente protección al viejo guajiro sobre la primera Reforma Agraria implementada por Fidel mientras gritaba en uno de sus discursos por la radio: 
“Nosotros entendemos que esta ley inicia un etapa enteramente nueva en nuestra vida económica y un esplendoroso porvenir espera a la patria, si nos dedicamos todos a trabajar”. 
Esta primera ley, suscrita el 17 de mayo de 1959, fijaba el máximo de propiedades rurales en 30 caballerías, o sea unas 67 hectáreas. Pero cuando vino la segunda Ley de Reforma Agraria en 1963, rebajaron el máximo a cinco caballerías. 
El guajiro Jacinto, al escuchar la radio dando esta noticia, y comprender que le arrebataban aquella finca donde habían nacido y enterrado a todos los suyos, desde su abuelo Lázaro, que había sido un Mambí durante la Guerra de Independencia, en silencio pensaba: 
“Si esto se cuenta, no se cree; pero ya lo dijo mi compadre: 
- Después de esta revolución el cubano se está haciendo más hereje que Barrabas”. 
“Tantos años de lucha para ir tirando de la pobre vida, tanta sangre derramada, para que venga un barbudo, tal vez salido del mismo infierno, a decirnos que tenemos que entregarle el resto de nuestras fincas. De mi tierra cubana donde hoy vive y come mi familia, regada con sudor y sangre por toda mi familia desde hace tantos años, le zumba el mango. 
Así, sin más ni menos. Como si fuéramos perros jíbaros, o quizás una jutía que se le espanta del palo. Y en medio de esta fiesta de la naturaleza inmortal estoy muy triste por mi finca, porque ella sabe que sus tierras se me van entre mis dedos, sin quizás dejarme suficiente para que me entierren. 
Esta tierra de la cual estoy tan agradecido. La que conozco como mis propias manos, como la taza de café en las mañanas y como el Sol que sale cada día alumbrando mis cosechas. Esa tierra, donde cada surco oyó latir el corazón de mi madre, y ese camino polvoriento que te lleva derechito hasta donde hemos enterrado a toda mi familia, allá al final, debajo de la Ceiba. Allí están enterrados mis abuelos, mis padres, en esta tierra cayó redondito mi único hermano y mi última hija que murió recién nacida como si le hubiesen echado mal de ojos, y ahora mi nietecito”. 
De pronto, tocan a la puerta del bohío e interrumpen al guajiro de su pensamiento. Y allí frente a su puerta está una pareja de barbudos que vienen desde Matanzas, con unos papeles que tenía que firmar para entregar la mayoría de su finca a la nueva Reforma Agraria. 
“Jacinto Bofill, esta tierra ya no es suya. Ahora pertenece a la revolución”- le dice uno de ellos. 
“Esta tierra es mía. Yo la he trabajado como lo hicieron mis padres y también mis abuelos. Me pertenece”. 
“Le pertenece al pueblo”- le grita el otro miliciano. 
Y bajo la luminosa tarde se repite en el eco de la finca el mandato de unos cuantos términos legales-jurídicos. 
Y Jacinto con toda la angustia y el dolor de todos sus antepasados, en un ímpetu de desesperación como el que va a matar o morir, levantó sus manos frenéticas hacia el cielo, lanzó un aullido al infinito como un perro jíbaro y un coño bien gritado que estremeció la tierra para caer desplomado sobre ella, entregándole su vida. 
Y ahora que todos pueden visitar a Cuba, gracias a la administración del Presidente Obama, no se olviden de pasar por “La Finca de los Milagros”, allá en el fondo del Valle Yumurí, y visiten el cementerio bajo la Ceiba, allí donde está una cruz y un epitafio tosco, escrito por una mano aún más tosca que dice así: 
“Acaba de entrar en su propia tierra el guajiro Jacinto. Quiera Dios que lo dejen descansar definitivamente por los siglos de los siglos”. 
Amén.



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