Por Joaquín Sueiro Bonachea
Miami, Florida
6-17-15
Desde muy niño escuché a mi abuelo materno, Cundo Bonachea, narrar eventos y peripecias
de su vida que siempre nos fascinaban y entretenían a mi madre, a mi padre, a
mi hermano, a mis hermanas, y a mí. Usualmente abuelo Cundo contaba sus cuentos
por la mañana en la mesa del desayuno, cuando vivíamos en
Cuba, y después en Orange, California cuando nos exilamos de Cuba huyéndole al
comunismo.
Abuelo
a veces repetía los mejores y más populares de sus cuentos a petición de uno de
los que escuchábamos, pero había veces que nos narraba uno que nunca habíamos
oído, tal vez porque algún recuerdo de su vida lo había traído a su mente, o
por ilustrar un incidente similar recién ocurrido.
En
la mañana del domingo 20 de mayo de 1973, Abuelo Cundo nos contó un cuento de
su niñez, que en sí fue una rareza, pues los cuentos que nos hacía de su vida tenían
lugar cuando ya era un hombre joven, y nunca de cuando niño.
Abuelo
nos contó que en 1895 su padre, don Amador Bonachea, Papá, como le llamaban sus
hijos y nietos, una mañana lo cogió de la mano y lo llevó al camino real con el
cual colindaba la finca en que vivían en la provincia de Santa Clara, en la
cercanía del rio Zaza, al este de Sancti Spíritus.
En
el lado de ese camino real, a la entrada de la finca, y a la
sombra de un enorme almácigo, Papá le dijo a Abuelo que se sentara en la yerba
a esperar lo que venía por el camino.
Abuelo
Cundo contó que en la lejanía del camino real se veía una nube de polvo que se
les acercaba. Nos dijo que él creía que
se trataba de un rebaño de reses que trasladaban a Sancti Spíritus a ponerlas
de resguardo de la guerra que Papá le había advertido se libraba en la región.
Abuelo
nos contó que, sorprendido, se dio cuenta de que lo que causaba la nube de polvo eran hombres
a caballo que se acercaban lentamente al almácigo donde él y su padre se
encontraban.
Solemnemente,
lo que no era usual en sus narrativas, Abuelo nos contó la emoción que sintió
cuando cabalgó por delante de él y de Papá el jinete que portaba la bandera
cubana en una vara larga que descansaba en uno de los estribos de su montura..
Papá
le explicó a abuelo que eran mambises los que estaban desfilando por delante de
ellos dos, y que se dirigían en dirección oeste, en lo que se llamaba la Invasión a Occidente.
Abuelo nos contó que Papá le señaló con la mano a un viejo militar, flaco,
bigotudo, y blanco en canas que, montado a caballo, se les acercaba, rodeado de
otros jinetes.
Abuelo
nos contó que Papá le dijo que ese hombre era el general Máximo Gómez, el jefe
de la revolución, y que venia luchando desde 1868 por la independencia de Cuba.
Le contó que el general conoció al primo de su padre, el general Ramón
Bonachea, cuando la Guerra
de los Diez Años, y que había sido el último en dejar las armas en 1879.
Abuelo
nos contó que el general Gómez parece que oyó esta narrativa de Papá, pues los miró fijamente desde su caballo, y,
tocándose el ala del sombrero, le pasó por delante a ellos dos sin detenerse.
Abuelo nos dijo que, en su inocencia de niño, le hizo un gesto de saludo al
generalísimo con su mano, y él le sonrió inclinándole su cabeza ligeramente.
Abuelo
nos narró cómo pasaron por delante de ellos la caballería mambisa, la
infantería, compuesta de hombres mal vestidos, y algunos hasta descalzos, pero
portando sus armas con orgullo. Después de la infantería pasaron los arrieros,
con las bestias que cargaban el material de guerra, y por último, paso la
impedimenta, compuesta de los heridos, las mujeres y los niños.
Al
terminar su narrativa, Abuelo mantuvo silencio, se levantó de la mesa, fue a la
cocina, se tomó una taza de café tibio, y salió al portal a fumarse un cigarro.
Después entro a la casa y yo le pedí que me ayudara a poner a la bandera cubana
y la americana en el alero de la casa en celebración del 20 de mayo.
Mi
abuelo Cundo era muy niño para alistarse en el Ejercito Libertador cuando
empezó la gesta libertadora en 1895, y Papá, viudo, no podía hacerlo tampoco en
ese momento, muy a pesar suyo por tener una prole de 5 hijos, los cuales estaba
criando sin madre.
Desde
muy chiquito yo sabía que mi bisabuelo Papá estaba emparentado con José Ramón
Leocadio Bonachea Hernández, general de división del Ejercito Libertador
durante la Guerra
de los Diez Años. El general Bonachea fue el que la hizo durar esos 10 años al
mantenerse en armas más de 14 meses
después de rehusar firmar el Pacto del Zanjón en febrero de 1878. Si no hubiera sido por la intransigencia del
general Bonachea, tal vez esta guerra
hubiera recibido el nombre histórico de Guerra de los Nueve Años.
El general
Bonachea fue obligado por las circunstancias a abandonar las armas en 1879,
después de firmar un manifiesto el martes 15 de abril de 1879, pasando a la
historia este documento como la
Protesta de Hornos, o la Protesta de Jarao, que contiene:.
“Acta. En el lugar
denominado Hornos de Cal, inmediato al poblado del Jarao, a 15 de abril de
1879, el general cubano Ramón Leocadio Bonachea reunió en su presencia a los
jefes, oficiales y demás patriotas que hasta la fecha han estado sirviendo a
sus órdenes, y les dirigió la palabra haciéndoles presente que cuando a
principios del año próximo pasado tuvo conocimiento de las estipulaciones
hechas en el Zanjón, no las aceptó por considerarlas perjudiciales para el
país, y porque mantenía la creencia de que no contentos los habitantes en su
generalidad con la dominación española ni con la preponderancia que en virtud
de ella habían de ejercer en los pueblos de Cuba los hombres procedentes de la Península y
especialmente los militares y empleados, pronto se reunirían a su alrededor patriotas
en número suficiente, y se organizarían fuerzas más o menos numerosas que
harían recobrar a la
Revolución la pujanza de sus mejores tiempos. En tal
concepto e inspirado sólo por su amor a la patria, continuó luchando por la
libertad e independencia de ella, arrostrando todos los peligros y dificultades
consiguientes al aislamiento a que había quedado reducido después de
verificadas las mencionadas estipulaciones (…) ha creído conveniente y
beneficioso para el país deponer las armas, abandonar la actitud hostil y
retirarse de la Isla
con aquellos de sus compañeros que así lo deseen, pudiendo los demás tornar a
sus hogares, aprovechando las palabras, las promesas y la buena fe del
gobierno, que se muestra dispuesto a dar a todos acogida y protección franca;
con la cual aspira a que, restablecida la tranquilidad en el territorio, puedan
sus conciudadanos dedicarse a la reconstrucción de sus fincas (…). Declara en
consecuencia, que sus intenciones son conforme a las explicaciones aquí
contenidas, y que su resolución de dejar las armas y retirarse obedece
solamente al deseo de no interrumpir la reconstrucción del país sin beneficio
alguno para la causa de su independencia, bajo la inteligencia de que de
ninguna manera ha capitulado con el gobierno español, ni con sus autoridades,
ni agentes, ni se ha acogido al convenio celebrado en Zanjón, ni con éste se
halla conforme bajo ningún concepto”.
Jose Martí
escribió del documento del general Bonachea:
"El hombre de Hornos de Cal no tiene
igual entre los que protestan de la paz … Con menos recursos que Maceo, menos
prestigio, menos ascendiente, persistió por más tiempo, en el gesto supremo y
no arrojó nunca un ápice de sombra sobre aquella página que no cede ni ante la
hazaña estupenda de Baraguá"
El
general Bonachea partió hacia Jamaica por Tunas de Zaza ese mismo día 15 de
abril de 1879, manteniendo su anhelo de volver a la lucha por la independencia
de Cuba. Años después, el miércoles 3 de diciembre de 1884 trato de desembarcar
en Cuba por el bajo de Las Coloradas, cerca de Niquero, siendo apresada la
expedición por una de las naves de guerra españolas que patrullaba el área en
su búsqueda. Fue llevado a juicio
militar y un consejo de guerra español lo condenó a muerte. Pocas horas antes
de ser fusilado, el general Bonachea escribió lo siguiente en una carta a José
Dolores Poyo y Fernando Figueredo Socarrás:
“Condenado a
última pena vuestro amigo y hermano entregará su alma al creador mañana a las
8; muero con la gran fe del cristiano, con la resignación y el valor que debe
morir todo hombre digno y mucho más por lo que es.
“Cuando salí de
Jamaica fue en convalecencia de una gran enfermedad (…) Aún continúo enfermo,
pero esto no quita para que en esta hora esté con todo el vigor del hombre
digno. Me acompañan a la tumba Plutarco Estrada, Pedro Cestero, Cedeño y Oropesa;
los demás habían salido a presidio (…) Yo muero tranquilo con respecto al pan
que necesitan mi señora y sus 4 niños. Confío en que mis amigos y hermanos del
heroico Cayo, me la consuelen y me la ayuden sobre todo en la educación de mis
hijos (…)”
La
sentencia de muerte fue llevada a cabo en la mañana del viernes 7 de marzo de
1884, siendo fusilado por los españoles en uno de los fosos del castillo de San
Pedro de la Roca ,
conocido también como el Castillo del
Morro de Santiago de Cuba.
No pensé mas en
la narrativa de mi abuelo Cundo sobre el día en que vio pasar al el generalísimo hasta el 2006, muchos años
después de ya Abuelo haber fallecido, cuando leí el Diario de Campaña de Máximo
Gómez. Sus entradas en el diario
fechadas el lunes 11 de noviembre y martes 12 de noviembre de 1895 le dan
validación histórica a lo que nos narró Abuelo Cundo ese 20 de mayo de
1973:
“ Nov. 11.
El 11, en marcha con rumbo a Sancti Spíritus: para llamar la atención
del enemigo hacia aquella zona con objeto de obligarlo a sacar fuerzas de la
trocha de Júcaro y de este modo proteger el paso al General (Maceo), que ya
debe de venir marchando. Todos mis movimientos al Este de Sancti Spíritus, han de obedecer este
propósito.
“Nov. 12. El 12, después de haber acampado en
Pozo Azul – me muevo pasando el Rio Zaza por el paso … y acampé en … A las 2 de la tarde…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario