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sábado, 15 de agosto de 2015

MÁXIMO GÓMEZ EN SANTA CLARA


Por Joaquín Sueiro Bonachea
Miami, Florida
6-17-15

Desde muy niño escuché a mi abuelo materno,  Cundo Bonachea, narrar eventos y peripecias de su vida que siempre nos fascinaban y entretenían a mi madre, a mi padre, a mi hermano, a mis hermanas, y a mí. Usualmente abuelo Cundo contaba sus cuentos por la mañana en la mesa del desayuno, cuando vivíamos en Cuba, y después en Orange, California cuando nos exilamos de Cuba huyéndole al comunismo.
Abuelo a veces repetía los mejores y más populares de sus cuentos a petición de uno de los que escuchábamos, pero había veces que nos narraba uno que nunca habíamos oído, tal vez porque algún recuerdo de su vida lo había traído a su mente, o por ilustrar un incidente similar recién ocurrido.
En la mañana del domingo 20 de mayo de 1973, Abuelo Cundo nos contó un cuento de su niñez, que en sí fue una rareza, pues los cuentos que nos hacía de su vida tenían lugar cuando ya era un hombre joven, y nunca de cuando niño.
Abuelo nos contó que en 1895 su padre, don Amador Bonachea, Papá, como le llamaban sus hijos y nietos, una mañana lo cogió de la mano y lo llevó al camino real con el cual colindaba la finca en que vivían en la provincia de Santa Clara, en la cercanía del rio Zaza, al este de Sancti Spíritus.
En el lado de ese camino real, a la entrada de la finca,  y  a la sombra de un enorme almácigo, Papá le dijo a Abuelo que se sentara en la yerba a esperar lo que venía por el camino.
Abuelo Cundo contó que en la lejanía del camino real se veía una nube de polvo que se les acercaba.  Nos dijo que él creía que se trataba de un rebaño de reses que trasladaban a Sancti Spíritus a ponerlas de resguardo de la guerra que Papá le había advertido se libraba en la región.
Abuelo nos contó que, sorprendido, se dio cuenta de que  lo que causaba la nube de polvo eran hombres a caballo que se acercaban lentamente al almácigo donde él y su padre se encontraban.
Solemnemente, lo que no era usual en sus narrativas, Abuelo nos contó la emoción que sintió cuando cabalgó por delante de él y de Papá el jinete que portaba la bandera cubana en una vara larga que descansaba en uno de los estribos de su montura..
Papá le explicó a abuelo que eran mambises los que estaban desfilando por delante de ellos dos, y que se dirigían en dirección oeste, en lo que se llamaba la Invasión a Occidente. Abuelo nos contó que Papá le señaló con la mano a un viejo militar, flaco, bigotudo, y blanco en canas que, montado a caballo, se les acercaba, rodeado de otros jinetes.
Abuelo nos contó que Papá le dijo que ese hombre era el general Máximo Gómez, el jefe de la revolución, y que venia luchando desde 1868 por la independencia de Cuba. Le contó que el general conoció al primo de su padre, el general Ramón Bonachea, cuando la Guerra de los Diez Años, y que había sido el último en dejar las armas en 1879.
Abuelo nos contó que el general Gómez parece que oyó esta narrativa de Papá,  pues los miró fijamente desde su caballo, y, tocándose el ala del sombrero, le pasó por delante a ellos dos sin detenerse. Abuelo nos dijo que, en su inocencia de niño, le hizo un gesto de saludo al generalísimo con su mano, y él le sonrió inclinándole su cabeza ligeramente.
Abuelo nos narró cómo pasaron por delante de ellos la caballería mambisa, la infantería, compuesta de hombres mal vestidos, y algunos hasta descalzos, pero portando sus armas con orgullo. Después de la infantería pasaron los arrieros, con las bestias que cargaban el material de guerra, y por último, paso la impedimenta, compuesta de los heridos, las mujeres y los niños.
Al terminar su narrativa, Abuelo mantuvo silencio, se levantó de la mesa, fue a la cocina, se tomó una taza de café tibio, y salió al portal a fumarse un cigarro. Después entro a la casa y yo le pedí que me ayudara a poner a la bandera cubana y la americana en el alero de la casa en celebración del 20 de mayo.
Mi abuelo Cundo era muy niño para alistarse en el Ejercito Libertador cuando empezó la gesta libertadora en 1895, y Papá, viudo, no podía hacerlo tampoco en ese momento, muy a pesar suyo por tener una prole de 5 hijos, los cuales estaba criando sin madre.
Desde muy chiquito yo sabía que mi bisabuelo Papá estaba emparentado con José Ramón Leocadio Bonachea Hernández, general de división del Ejercito Libertador durante la Guerra de los Diez Años. El general Bonachea fue el que la hizo durar esos 10 años al mantenerse en armas  más de 14 meses después de rehusar firmar el Pacto del Zanjón en febrero de 1878.  Si no hubiera sido por la intransigencia del general Bonachea,  tal vez esta guerra hubiera recibido el nombre histórico de Guerra de los Nueve Años.
El general Bonachea fue obligado por las circunstancias a abandonar las armas en 1879, después de firmar un manifiesto el martes 15 de abril de 1879, pasando a la historia este documento como la Protesta de Hornos, o la Protesta de Jarao, que contiene:.
“Acta. En el lugar denominado Hornos de Cal, inmediato al poblado del Jarao, a 15 de abril de 1879, el general cubano Ra­món Leocadio Bonachea reunió en su presencia a los jefes, oficiales y demás patriotas que hasta la fecha han estado sirviendo a sus órdenes, y les dirigió la palabra haciéndoles presente que cuando a principios del año próximo pasado tuvo conocimiento de las estipulaciones hechas en el Zanjón, no las aceptó por considerarlas perjudiciales para el país, y porque mantenía la creencia de que no contentos los habitantes en su generalidad con la dominación española ni con la preponderancia que en virtud de ella habían de ejercer en los pueblos de Cuba los hombres procedentes de la Península y especialmente los mi­litares y empleados, pronto se reunirían a su alrededor pa­triotas en nú­mero suficiente, y se organizarían fuerzas más o menos numerosas que harían recobrar a la Revolución la pu­janza de sus mejores tiempos. En tal concepto e inspirado sólo por su amor a la patria, continuó luchando por la libertad e independencia de ella, arrostrando todos los peligros y dificultades consiguientes al aislamiento a que había quedado reducido después de verificadas las mencionadas estipulaciones (…) ha creído conveniente y beneficioso para el país deponer las armas, abandonar la actitud hostil y retirarse de la Isla con aquellos de sus compañeros que así lo deseen, pudiendo los demás tornar a sus hogares, aprovechando las palabras, las promesas y la buena fe del gobierno, que se muestra dispuesto a dar a todos acogida y protección franca; con la cual aspira a que, restablecida la tranquilidad en el territorio, puedan sus conciudadanos dedicarse a la reconstrucción de sus fincas (…). Declara en consecuencia, que sus intenciones son conforme a las explicaciones aquí contenidas, y que su resolución de dejar las armas y retirarse obedece solamente al deseo de no interrumpir la reconstrucción del país sin beneficio alguno para la causa de su independencia, bajo la inteligencia de que de ninguna manera ha capitulado con el gobierno español, ni con sus autoridades, ni agentes, ni se ha acogido al convenio celebrado en Zanjón, ni con éste se halla conforme bajo ningún concepto”.

Jose Martí escribió del documento del general Bonachea:
"El hombre de Hornos de Cal no tiene igual entre los que protestan de la paz … Con menos recursos que Maceo, menos prestigio, menos ascendiente, persistió por más tiempo, en el gesto supremo y no arrojó nunca un ápice de sombra sobre aquella página que no cede ni ante la hazaña estupenda de Baraguá"

El general Bonachea partió hacia Jamaica por Tunas de Zaza ese mismo día 15 de abril de 1879, manteniendo su anhelo de volver a la lucha por la independencia de Cuba. Años después, el miércoles 3 de diciembre de 1884 trato de desembarcar en Cuba por el bajo de Las Coloradas, cerca de Niquero, siendo apresada la expedición por una de las naves de guerra españolas que patrullaba el área en su búsqueda.   Fue llevado a juicio militar y un consejo de guerra español lo condenó a muerte. Pocas horas antes de ser fusilado, el general Bonachea escribió lo siguiente en una carta a José Dolores Poyo y Fernando Figueredo Socarrás:
“Condenado a última pena vuestro amigo y hermano entregará su alma al creador mañana a las 8; muero con la gran fe del cristiano, con la resignación y el valor que debe morir todo hombre digno y mucho más por lo que es.
“Cuando salí de Jamaica fue en convalecencia de una gran en­fermedad (…) Aún continúo enfermo, pero esto no quita para que en esta hora esté con todo el vigor del hombre digno. Me acompañan a la tumba Plutarco Estrada, Pedro Cestero, Ce­deño y Oro­pesa; los demás habían salido a presidio (…) Yo mue­ro tranquilo con respecto al pan que necesitan mi señora y sus 4 niños. Confío en que mis amigos y hermanos del heroico Cayo, me la consuelen y me la ayuden sobre todo en la educación de mis hijos (…)”

La sentencia de muerte fue llevada a cabo en la mañana del viernes 7 de marzo de 1884, siendo fusilado por los españoles en uno de los fosos del castillo de San Pedro de la Roca, conocido también como el Castillo  del Morro de Santiago de Cuba. 
No pensé mas en la narrativa de mi abuelo Cundo sobre el día en que vio pasar al  el generalísimo hasta el 2006, muchos años después de ya Abuelo haber fallecido, cuando leí el Diario de Campaña de Máximo Gómez.  Sus entradas en el diario fechadas el lunes 11 de noviembre y martes 12 de noviembre de 1895 le dan validación histórica a lo que nos narró Abuelo Cundo ese 20 de mayo de 1973: 
“ Nov. 11.  El 11, en marcha con rumbo a Sancti Spíritus: para llamar la atención del enemigo hacia aquella zona con objeto de obligarlo a sacar fuerzas de la trocha de Júcaro y de este modo proteger el paso al General (Maceo), que ya debe de venir marchando. Todos mis movimientos al Este de Sancti Spíritus, han de obedecer este propósito.
“Nov. 12. El 12, después de haber acampado en Pozo Azul – me muevo pasando el Rio Zaza por el paso … y acampé en … A las 2 de la tarde…”

Mi abuelo nunca olvidó ese incidente de su niñez. Para orgullo familiar, Papá y más de otros diez Bonacheas están inscritos en los expedientes del Ejercito Libertador como veteranos de la Guerra de Independencia.  

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