Por: J. A. Albertini.
En 1822, el entonces
secretario de estado norteamericano,
John Quincy Adamas, en carta a su ministro en Madrid, manifestaba: "Hay
leyes de gravitación política, así como de gravitación física, y del mismo modo
que una manzana desprendida del árbol por la tempestad, no puede sino caer al
suelo, Cuba separada por la fuerza de su conexión antinatural con España, e
incapaz de sostenerse por sí misma, sólo puede gravitar hacia la Unión
Norteamericana".
En el presente, a 193 años
de aquella misiva, sin pretensiones proféticas, mezclando realidad, historia y
algo de ficción, al mejor estilo de Julio Verne, lejos de algunos cubanologos profesionales y académicos
infalibles, con vocación de hacedores de horóscopos astrológicos, es
posible realizar el siguiente análisis
especulativo.
En 1895, al concluir, con la intervención
norteamericana, la última guerra independentista cubana, los deseos del
secretario Quincy Adams, no se materializaron del todo: Cuba, aunque con el
apéndice de la Enmienda Platt, logró la independencia. Sin embargo, Puerto
Rico, las Islas Filipinas, Guam y demás territorios de las Indias Occidentales
que estaban bajo soberanía Española, por el tratado de Paris, firmado el 10 de
diciembre de 1898, fueron entregados a los E. U. A.
Por aquellos tiempos,
finales del siglo XIX y principios del XX, parecía que lo expuesto por José
Martí en carta, horas antes de morir en Dos Ríos, a su amigo el mexicano Manuel
Mercado, era inevitable: "ya estoy todos los días en peligro de dar mi
vida por mi país, y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que
realizarlo —de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan
por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre
nuestras tierras de América".
Puertorriqueños
independentistas que lucharon y compartieron la visión del cubano Martí como,
entre otros, el general Juan Ríus Rivera, Ramón Emeterio Betances, Eugenio
María de Hostos, Lola Rodríguez de Tió y luego Pedro Albizu Campos, incluyendo
al filipino Emilio Aguinaldo, no aceptaron la tutela norteamericana y mientras
tuvieron vida combatieron, por diferentes vías, al nuevo colonialismo.
No obstante, Estados Unidos
de Norteamérica, nación pragmática, alejándose del temor de José Martí, en
1925, a pedidos del gobierno del Dr. Alfredo Zayas reconoció la soberanía de
Cuba sobre Isla de Pinos y en 1934, siendo presidente de la República el
coronel Carlos Mendieta, la Enmienda Platt fue derogada. También, Cuba se
favoreció, en su etapa republicana, del comercio con el vecino del norte,
llegando a obtener para su azúcar precios preferenciales.
Asimismo, E.U.A. en 1946 le concedió la
independencia a Las Filipinas y en 1952,
de la mano de Luis Muñoz Marín, Puerto Rico es declarado Estado Libre Asociado
y comienza, izando bandera propia, a disfrutar de una fructífera etapa de
desarrollo social y económico.
En 1959 una coalición de
fuerzas opositoras, de raíz democrática, desplazan de la presidencia de Cuba al
general golpista Fulgencio Batista y en una corta pero fiera lucha por el poder
Fidel Castro Ruz sale vencedor, comenzado, a sangre y fuego, la implantación de
una dictadura totalitaria de corte comunista, no exenta de sus despóticas
pinceladas.
Esgrimiendo viejos agravios
cometidos por el vecino del norte, sobre todo contra otras naciones hispanoamericanas,
Fidel Castro trató de sembrar el encono y alejar al pueblo cubano de la
proximidad benéfica y natural con la nación norteña. Eludiendo un
"imperio", el castrismo hace que Cuba se entregue a otro, generando sumisión hacia la Rusia Soviética, de tal
magnitud que en la Constitución,
promulgada por el régimen en 1976, se concretiza que el pueblo de la Isla esta
guiado: "por las doctrina victoriosa del marxismo-leninismo y se apoya en
el internacionalismo proletario, en la amistad fraternal y la cooperación de la
Unión Soviética y otros países socialistas...".
No es necesario ahondar más
en la crisis humanitaria, social y económica que el castrismo le acarreó y
sigue desatando sobre el pueblo isleño y la juventud, en particular. Pero si es
digno destacar que la campaña de odio
que por más de medio siglo el régimen totalitario trató de sembrar en los
cubanos contra los estadounidenses, nunca logró sus aviesos propósitos. Prueba
irrefutable es la alegría y muestras de júbilo que la población cubana destapó
en cuanto se hizo oficial el restablecimiento de relaciones normales entre
ambos países.
Por otro lado, desde Puerto
Rico se ha incrementado el flujo de personas y familias que, agobiadas por la
situación económica y la inseguridad ciudadana, están emigrando, en busca de
mejores oportunidades, hacia la Unión Norteamericana.
Recientemente el senador,
hijo de cubanos, Marco Rubio, aspirante a la nominación republicana para
contender por la Casa Blanca, en las elecciones de noviembre de 2016, viajó a
la Isla del Encanto, en busca de apoyo y fondos para su campaña. Y allí,
rodeado de simpatizantes, según cables de prensa manifestó: "El
estatus de Puerto Rico está impidiendo
el crecimiento..." y más adelante dijo: "Para mí ha llegado el
momento de que Puerto Rico tenga la oportunidad de unirse a los EE.UU", en
clara referencia a la estadidad.
No hay que descartar, que a
la desaparición o transformación, de la mano de generaciones jóvenes, del
desastre comunista, el pueblo de Cuba, cansado de promesas incumplidas y
mentiras sistemáticas, desconfiando de los próceres que construyeron la Nación,
gracias a la manipulación despiadada que el castrismo hizo de idearios como el
de José Martí, opte, por voz popular, en convertirse en estado norteamericano.
Y tal vez, si la votación fuese al estilo de la Atenas de Pericles, muchos,
para asegurar el triunfo, elegirían alzando las dos manos.
No es descabellado pensar
que políticos norteamericanos de origen cubano y puertorriqueño, sobre todo
cubanos, apoyarían la estadidad de ambas islas, ya que les proporcionaría una
solida base política, en la cual el factor étnico jugaría un papel importante.
Por su parte Estados Unidos
de Norteamérica, sumaria dos nuevas estrellas a su bandera y como temió José
Martí pero, esta vez, con el jubilo y aquiescencia de la mayoría de los
isleños: "...se extiendan por las Antillas...", extensión que le
daría al país norteamericano, control absoluto del Mar Caribe, mermando o
eliminando por completo la influencia de México o naciones europeas y
asiáticas, como Rusia y la Republica Popular China. Entonces volvería a tomar
sentido de peso la vieja frase de la Doctrina Monroe: América para los
americanos".
A principios del siglo XX,
la destacada independentista, poeta y educadora puertorriqueña, Lola
Rodríguez de Tió, desde su exilio
voluntario en Cuba, escribió un poema en el que plasmaba su compromiso con uno
de los postulados del Partido Revolucionario Cubano y amor por las dos islas
hermanas. La estrofa más conocida dice: "Cuba y Puerto Rico son/ de un
pájaro las dos alas/ reciben flores o balas/ sobre el mismo corazón".
No obstante, lo que no se
aclara en la redondilla famosa es qué ave será la que porte las alas. Quizá,
cosas de la semántica histórica y política.
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