Textos: Dr. Rolando Álvarez Estévez y Dra. Marta Guzmán Pascual
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El prestigioso historiador cubano, Julio Le Riverend, hijo de padre galo, ha subrayado que el primero de los contingentes de procedencia del Viejo Continente estuvo constituido por los franceses.
Fue a partir de la Revolución en Haití, iniciada en 1791, cuando ocurre, dada la cercanía, la gran oleada de colonos franceses acompañados de sus familias y de cientos de esclavos. De manera escalonada van asentándose en la ciudad de Santiago de Cuba, y en particular, en las montañas de la Sierra Maestra, y de Guantánamo – posteriormente en la Sierra del Rosario, en el extremo occidental de Cuba-, donde desarrollaron un emporio cafetalero gracias a su fructífera experiencia en ese rubro. El impacto ocasionado por esa inmigración entre 1791 y 1810 se refleja en la Historia de Cuba como “el período francés”.
No debe olvidarse que la destrucción de Haití, la colonia francesa más rica de América, dio a Cuba la posibilidad de ocupar su lugar en la producción de mercancías altamente cotizadas en el mercado internacional como eran el café y el azúcar.
Si bien una parte significativa de los franceses blancos llegados habían nacido en Haití, otra buena cantidad procedía de los territorios de la Francia continental como Normandía, Bearne, Bretaña, Picardía, Anjou y Poitou.
Inmigrantes franceses erigieron varias poblaciones en Cuba. El 5 de mayo de 1803 fundaron la comunidad de Madruga, en el territorio de La Habana; el 20 de abril de 1819, la Fernandina de Jagua, que llegaría a ser la actual ciudad de Cienfuegos, y el 8 de marzo de 1828, San Juan de Dios de Cárdenas, en Matanzas.
Este proceso iba acompañado de la implantación de sus gustos al amoblar, ambientar y embellecer sus propiedades, trayendo a veces de Francia, desde los Puertos de Marsella y Le Havre, o de Nueva Orleáns, cuanto necesitaban y todo a la moda.
Según el sabio cubano Don Fernando Ortiz, “los cafetaleros fueron casi todos franceses cultos, viejos y ricos colonos huidos de Haití o de Lousiana, del propio país galo, ellos trajeron a Cuba los refinamientos en ideas de aquella Francia napoleónica que se expandiera por el mundo. Los cafetaleros trajeron a Cuba exquisiteces antes aquí no acostumbradas y nuevas apetencias de cultura”. Así, se conocieron y difundieron, a partir de las bibliotecas de los fastuosos cafetales, las obras literarias de grandes de la literatura francesa como Chateaubriand, Lamartine, Victor Hugo, La Fontaine y Montaigne. En Santiago de Cuba, según Alejo Carpentier, por primera vez se escuchaba música de pasapiés y de contradanza. Los jóvenes criollos comenzaban a copiar las modas de los emigrados, mientras ciertas damas tomaban clases de urbanidad francesa.
Como en todo proceso migratorio, parte de los franceses y en particular sus descendientes radicados en Cuba se fueron fusionando con la sociedad cubana de entonces. Muchos cubanos, con sangre francesa, combatieron al colonialismo español, alcanzando los grados más altos en el Ejército Libertador de Cuba. Un solo ejemplo: el general José Lacret Morlot.
Es de destacar que importantes personalidades francesas, representantes de las ciencias, la cultura y la educación visitaron o permanecieron en la isla de Cuba en diferentes momentos. Se recuerda al duque Luis Felipe de Orleáns, Rey de Francia en 1830, y quien por espacio de cuatro meses residió en La Habana, en el año 1798. Otro ejemplo fue el de Francisco Antonmarchi Metti, último médico de Napoleón, quien se asentó en Cuba, donde falleció el 3 de abril de 1838. El famoso galeno trajo la mascarilla mortuoria del emperador que se encuentra expuesta en el Museo Napoleónico, en La Habana.
No pocos cubanos de gran prestigio internacional eran hijos de madres o padres franceses como fue el caso del prestigioso científico cubano Carlos J. Finlay de Barres, descendiente de madre francesa, a quien corresponde el mérito de ser el descubridor, en 1881, del vector que producía la fiebre amarilla.
A inicios de la década de 1890 se calculaban en 3 000 los inmigrantes franceses radicados en Cuba, los que se redujeron a 1 279 al realizarse el censo de población de 1899. Una buena cantidad eran oriundos del Sudoeste de Francia, de los departamentos de La Gironda, de las Landas y de los Pirineos Atlánticos. Por entonces se estimaba que un tercio de aquellos franceses tenía residencia en el Occidente de Cuba. La Habana contaba con 642 galos; Santiago de Cuba, 245; Santa Clara,148; Matanzas, 133 y Pinar del Río, 81.
En la actualidad, como resultado del relacionamiento entre la población francesa y cubana, resulta común encontrar numerosos habitantes con apellidos franceses, sobre todo en Santiago de Cuba y Guantánamo.
Los aportes de los inmigrantes franceses y sus descendientes han sido importantes para la economía, la cultura y las ciencias en Cuba, cuyas raíces y consecuencias positivas se han integrado de manera activa a la sociedad cubana de hoy.
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