Por: Matilde Salas Servando
Foto Archivo
17 Oct 2014
(Publicado en 2007)
El último día de diciembre de 1803 nació en la oriental ciudad de Santiago de Cuba el bardo José María Heredia y Heredia, uno de los más destacados poetas del siglo XIX, por la copiosa obra y la calidad de sus composiciones.
Su formación estuvo marcada por la vida y costumbres adquiridas bajo diversos cielos, y la influencia que sobre él ejercieron sus padres, de origen dominicano. A los tres años vivió en la ciudad de Pensacola, en Estados Unidos, luego en La Habana y de ahí pasaron a República Dominicana. El padre fue nombrado oidor de la Audiencia de Caracas y a la edad de nueve años, José María pasó a residir en Venezuela.
Los diversos cambios no impidieron que estudiara con regularidad, pues su progenitor José Francisco Heredia, se encargó de su iniciación humanística, al punto que a los ocho años era capaz de traducir obras del poeta latino Horacio.
Su acercamiento y amor a la poesía se aprecia desde su adolescencia, pues ya en 1816 aparecieron sus primeros poemas manuscritos, cuando estudiaba Gramática Latina en la Universidad caraqueña.
Al regresar a La Habana siguió los pasos de su padre y comenzó a estudiar Leyes, pero simultáneamente actuó en representaciones en Matanzas de su obra “Eduardo IV” y también compuso la tragedia “Moctezuma” y el sainete titulado “El campesino espantado”.
De nuevo Heredia viajó y fue a México, donde reinició los estudios de Leyes, colaboró en publicaciones periódicas y reunió sus composiciones poéticas en dos cuadernos, hasta que al morir el padre, volvió a La Habana, se graduó de bachiller en Leyes y fundó la revista Biblioteca de damas, de corta aparición.
Durante su estancia en Cuba, lo denunciaron en Matanzas por conspirar contra España y ser miembro de los Caballeros Racionales, una rama de la Orden de los Soles y Rayos de Bolívar. El gobierno dictó una orden de prisión contra Heredia, quien embarcó clandestinamente hacia Boston y de ahí fue a varios sitios de Estados Unidos, entre ellos las cataratas del Niágara.
La llamada “Oda al Niágara” merece mención aparte, pues ante la grandiosidad de la naturaleza el poeta quedó gratamente sorprendido. En el libro de visitantes existente en el lugar escribió de un tirón esta obra, ejemplo de su calidad creadora.
De nuevo en México, Heredia ocupó diversos cargos gubernamentales de gran importancia y paralelamente se dedicó a la creación literaria, que dio a conocer en diversas publicaciones periódicas de la época.
Por esos días se desempeñó además como catedrático y conspirador, lo que acompañado de una sobrecarga de trabajo le llevó va a una actitud de gran desaliento, que aumentó con sus serios problemas de salud y la muerte de su hija Julia.
La grave enfermedad de su madre le hizo escribir una carta en abril de 1836 al Capitán General de la Isla de Cuba don Miguel Tacón, en la que se retractaba de sus ideales revolucionarios, pues sabía que sólo así recibiría el permiso para regresar del exilio. Concedida la autorización llegó a La Habana en noviembre de ese año, pero sus antiguos amigos desaprobaron su actitud y rehuyeron su compañía.
Dos meses más tarde, en enero de 1837, volvió a México, pero ya había perdidos influencia política en el lugar y de Ministro de la Audiencia pasó a ser un simple redactor del Diario del Gobierno. También realizó una amplia tarea como traductor de inglés, francés, italiano y latín para compensar sus grandes problemas económicos, hasta su muerte ocurrida en Ciudad México el 7 de mayo de 1839.
Medio siglo después, en Nueva York, José Martí, quien admiró con verdadera pasión a José María Heredia, pronunció un memorable discurso, considerado una de sus piezas oratorias más perfectas, en el que da a conocer su gran conocimiento y devoción por el poeta santiaguero
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