el compositor ruso Sr. Aleksandr Skriabin (de fines del siglo XIX y comienzos del XX), junto a su esposa |
Roberto Soto Santana, Miembro de la Academia de la
Historia de Cuba (Exilio)
Echemos mano del
Diccionario de la Real Academia
y veremos que el sustantivo “estereotipo” está definido como la imagen o idea
aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable. Por otra parte, “tópico” está definido como un
lugar común convertido en fórmula o cliché fijo y admitido en esquemas
conceptuales del que se han servido en particular los escritores. Con los
significados de ambos vocablos a la vista, no hay inconveniente en postular que
se corresponde con la realidad el tópico de que el carácter del pueblo ruso -desde
sus orígenes esteparios en la región nororiental de la Europa central, a partir
del segundo milenio antes de Cristo, hasta el día de hoy- presenta como
elementos conformadores su sentido melancólico de la vida y la vocación trágica
de su comportamiento ante los avatares que colectivamente se ve abocado a
enfrentar.
Como
ha escrito el académico checo Ivo Pospišil, “el rasgo típico de la literatura
rusa es “ahogarse en la corriente de la Historia ”, el esfuerzo de de que la historia
fluya, sin intervenir con gestos demoniacos en los procesos cósmicos. Esto, por
supuesto, no significa en lo absoluto que la literatura rusa en general y la
novela rusa en particular no quisieran realizar sus funciones demoniacas –el
mesianismo y el utopismo rusos son sobradamente conocidos-. El origen de este rasgo
se remonta –como se cree generalmente- a un conjunto de enseñanzas orientales,
muy probablemente al gnosticismo y las tradiciones de la cultura
bizantina…[existen muchos ejemplos] de estos fenómenos en los trabajos de
varios autores rusos y no rusos frecuentemente asociados con la excentricidad,
la rareza y la locura, así Ivan Goncharov, Nikolai Gogol, Nikolai. Chernishevski,
Faddey Bulgarin, León Tolstoi, Anton Chekhov, Karel Čapek, Vladimir Nabokov y
otros” (entre todos estos, el único no ruso incluido en esta relación era el
checo Capek).
El realismo
social de los novelistas rusos de la segunda mitad del siglo XIX dio paso con
una abrupta solución de continuidad –a través de la espantosa represión de los
intelectuales críticos que practicó el régimen soviético desde su implantación
en 1917- a un sedicente y fementido ‘realismo socialista’ como único estilo
permitido para las obras de ficción, segando literalmente las cabezas de los
escritores que abrazaban el surrealismo. La víctima más notable de esta
corriente cortada en flor fue el escritor Daniíl Ivánovich Kharms (1905-1942), muerto de inanición en la
prisión de Leningrado número 1 tras haber sido llevado allí en agosto de 1941 a causa de su imputada
naturaleza de “enemigo del régimen soviético”.
Otra muestra de ese carácter nacional, aunque
en un campo distinto del espíritu ruso, lo corporeizó la obra musical de
Aleksandr Skriabin (1872-1916). Dotado de sinestesia (la rara capacidad de
percibir conjuntamente clases de sensaciones de diferentes sentidos en
un mismo acto perceptivo), podía oír música y a la vez percibir sus notas, y
los tonos de éstas, como colores. Incluso inventó un instrumento que podía ser tocado como un piano a fin de proyectar
luz coloreada en la sala de conciertos.
Continuamente
en pos de experiencias místicas, participó en experimentos aeronáuticos y hasta
intentó en una ocasión caminar sobre el agua. Impresionado por las enseñanzas de la teosofista Helena Blavatsky –asimismo
rusa-, sus partituras se volvieron cada más arcanas: su Séptima Sonata
(la “Misa Blanca”) fue escrita para exorcizar demonios, mientras que su Novena
Sonata (la “Misa Negra”) estaba diseñada para hacerlos regresar al Infierno
viviente. Su obra final
(“Misterio”), que quedó inconclusa,
se debería ejecutar a los pies de la cordillera del Himalaya, a lo largo de
siete días consecutivos. Los
espectadores serían llamados con el tañido de campanas suspendidas de las
nubes, y unas fragancias apropiadas permearían el aire; al final de la
obra, el mundo se disolvería en un embeleso, y la humanidad sería reemplazada
por seres “mejores y más nobles”. Falleció de una septicemia causada por una
espinilla infectada.
Con
la misma intención irónica con la que lo redactó el cineasta Woody Allen en el
guión de su película de 1975, “Amor y Muerte”, no resulta descaminado citar la
descripción del espíritu ruso que expone el protagonista de la cinta, el
anti-héroe Boris Grushenko, con las siguientes palabras: “Amar es sufrir. A fin
de evitar el sufrimiento, uno debe no amar, pero entonces uno sufre a causa de
no amar. Por lo tanto, amar es sufrir, no amar es sufrir, sufrir es sufrir. Ser
feliz es amar, entonces ser feliz es sufrir, pero sufrir lo hace a uno infeliz,
entonces para ser infeliz uno debe amar o amar el sufrir o sufrir a causa de
demasiada felicidad.”
Como
quedó dicho con la máxima fuerza sinóptica por el Maestro Vladimir Fedoseiev, Director
durante 40 años de la Orquesta Sinfónica
Tchaikovski, de Moscú, en entrevista con John Allison, publicada el 21 de
febrero de 2014 en el diario londinense The Telegraph,
“los rusos, como los británicos, son pomposos y melancólicos”.
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