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miércoles, 15 de febrero de 2017

El Cementerio Espada: Primer cementerio de Latinoamérica fuera de una iglesia


Las tradiciones funerarias han distinguido a las distintas civilizaciones a lo largo de la historia de la humanidad. Desde los tiempos remotos, este tipo de rituales, incluido el enterramiento, se llevaban a cabo en templos religiosos. Todo ser humano encontraba allí sitio para el descanso final, solo que dentro del recinto, el lugar que se le diera dependía del nivel que socialmente ocupara en vida el occiso. Claro, este tipo de hábito iba en detrimento de la salud pública y el feliz desarrollo de la ceremonia religiosa. Pero a este serio problema se le dio solución definitiva con la real cédula otorgada en el siglo dieciocho, que ponía fin a esta costumbre.

Según recoge la historia, en Cuba se construyó el primer cementerio fuera de una iglesia. Esto ocurrió bajo el gobierno de Don Salvador De Muro y Salazar, Marqués de Someruelos, quien mandara a cimentar tal sitio entre las actuales calles de San Lázaro, Vapor, Aramburu y Espada. Después de llamarse de modo oficial Cementerio General de la Habana, sería rebautizado como Cementerio de Espada, en honor al Obispo de Espada y Landa, cuya mano fuera decisiva para su culminación. Este prelado financió con su propio caudal la realización total de la obra, así como los tres negros esclavos con igual número de carretones tirados por caballos para el traslado de los cuerpos.

La edificación fue dirigida por un arquitecto apellidado Aulet. Las pinturas que lo engalanaban llevaron la firma del veneciano José Perovani. Quedó oficialmente inaugurado, con toda la solemnidad debida, el 2 de febrero de 1806.

Los primeros restos llevados al nuevo cementerio fueron los del ex Capitán General Don Diego Manrique, que fueran exhumados de la iglesia de San Francisco de Asís; así como los del Obispo de Milaza, José González Cándamo, quien fuera gobernador de la mitra de la Habana, y que habían sido exhumados de la Catedral. Aquellos cortejos partieron de la capilla de la Casa de Beneficencia, situada donde hoy se levanta el Hospital Hermanos Ameijeiras. Los cadáveres fueron trasladados en cajas de terciopelo negro distinguidas con oro.

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