Los catorce cuentos que componen esta obra tienen varios
escenarios: un pueblo cubano topográficamente bien definido, una carretera norteamericana
específica, una isla griega, una ciudad en la Argentina y también, mayormente,
paisajes oníricos indistintos. El tiempo de estas narraciones cambia de un
cuento a otro y es, muchas veces, igualmente borroso, desde alguna época
vagamente medieval hasta un momento a principios de los años ochenta. “Vivir es
disolverse”, dice una de las voces de los cuentos. Y esta aparente disparidad y
fluidez de espacio y tiempo entre los textos de Trisagio de la muerte,
ilustra uno de los temas principales de esta obra de Mireya Robles: la idea de
la desconexión del hombre del mundo ordenado que lo rodea, así como de otros
seres humanos y hasta de él mismo. Otro elemento que une estos textos es la voz
de los varios narradores. Voces proteicas, a veces la de una mujer joven, de un
viejo payaso, de una niña o hasta de un monstruo deforme son, de hecho, una
misma voz a través de los cuentos. En el primer cuento, “Trisagio de la
muerte”, es la voz de una mujer ingenua incapaz de comunicarse o de reconocer
la crueldad en otros seres humanos, como lo indica la última frase: ella “no
comprendió la sonrisa en la cara de los niños ni la luz de lechuzas nocturnas
en sus ojos”. El narrador, en sus varias formas físicas, sufre el dolor del
rechazo de los seres humanos o de la obligación de ocultar su verdad ante las
prohibiciones de la sociedad, como en el caso, por ejemplo, del protagonista
del cuento “El monstruo de dos cabezas”. La mayoría de los héroes de Trisagio de la
muerte se someten a su destino y se sienten impotentes ante una
suerte inevitable, o se dan cuenta de la inutilidad de la lucha. En “Hidra” la
protagonista ha “muerto una muerte de heridas sin sangre”. Y en “La tierra del
hielo”, un cuento alucinante que ilustra el tema de la muerte del amor, la
narradora es testigo de un sacrificio inútil mandado por “dioses repulsivos, crueles,
inescapables” y es perseguida por una miliciana armada de un fusil. La heroína,
llena de “esa angustia que se apodera de nosotros cuando estamos desvalidos”,
continúa buscando ciegamente, una forma de reconectarse con su amor perdido. La
falta o la pérdida de amor son la causa principal de la ansiedad y la
alienación que sienten los personajes. El anhelo de calor humano y de amor
queda ilustrado en la portada del libro, por el uso de una pintura
aparentemente incongruente, de una mujer que tiernamente le susurra “te cuido”
a su niño flotando cerca de ella. Raramente uno de los personajes se atreve a
un gesto de rebeldía contra el destino, como la protagonista de “La fuente de
cocoa”, quien rechaza con ironía las reglas impuestas por su familia, o la
heroína de “…Y la luz se hizo”, donde dos ancianos que representan a Dios y al
Diablo, discuten para ver quién se queda con su alma. Ella decide dejarlos ahí,
sentados en el destartalado café, tomando Benedictine, discutiendo, y decide
hacerse responsable de su propio destino. Cafés sombríos, casas derruidas,
paisajes desolados de hielo o piedra, ilustran el tema y le dan unidad a la
obra. El estilo es otro factor que une esta colección de cuentos, pues no se
trata estrictamente de narraciones lineales, sino de meditaciones poéticas, de
“baladas en prosa”, según el título de una de ellas, en las que las imágenes se
siguen una a la otra en un orden caótico y extraño que toma por sorpresa al lector.
En efecto, Trisagio
de la muerte es una obra caleidoscópica que nos invita a observar
varios aspectos de la vida y explorar la misteriosa profundidad del alma
humana. Estos cuentos tienen una belleza poética fascinante, y sus imágenes
permanecen en nuestra memoria mucho tiempo después de la lectura.
Bibliografía
Robles, Mireya. Trisagio de la muerte. Xlibris
Corporation, Bloomington, IN, 2010.
Diegel, Anna. Ciudadana trashumante: 9 ensayos sobre la
obra de Mireya Robles. Alexandria Library Publishing House, Miami, 2015.
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