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domingo, 15 de octubre de 2017

La librería: el imperio de Pote y sus herederos


Por:  Yamira Rodríguez Marcano



La Moderna Poesía estaba entre las cuatro o cinco librerías de finales del siglo XIX que vendían o pretendían vender libros por correo. En la década del setenta la tarifa postal era de dos pesos por arroba para el interior del país y de siete pesos para España. Muchos de estos libros se entregaban sin encuadernar, es decir, eran piezas sueltas que el bibliófilo podía organizar y hasta titular a su antojo.
En 1910, este probado empresario gallego estableció el único taller en el país capaz de realizar grabados en acero, con lo que alcanzó un éxito relevante en el mundo de la impresión, para cuyos efectos construyó en 1912 un edificio nuevo en Bernaza y Obrapía. Se dedicó entonces a la fabricación de sellos del Timbre Nacional y de los Billetes de la Lotería de la República. La Casa del Timbre fue inaugurada en marzo de de ese año con la presencia del Presidente de la República José Miguel Gómez, el director de la Casa de la Moneda de Washington, José López Rodríguez –como es lógico– y otras personalidades de la época. Entonces se desveló una lápida que conmemora la fundación de esta primera fábrica de grabados de acero en Cuba, y que aún hoy se encuentra en la fachada del edificio. La Revista El Fígaro le dedicó entonces un  amplio reportaje, resaltando la presencia femenina, y de todas  las razas,  dentro del número de operarios. En realidad, empleando a mujeres Pote ganaba prestigio social y político al no discriminar sexualmente en el otorgamiento de puestos de trabajo, pero también obtenía grandes ganancias económicas, pues las mujeres recibían un salario menor al de los hombres, lo cual abarataba el costo de producción.

Asimismo, las ganancias obtenidas por estos negocios, le permitieron convertir a La Moderna Poesía en la principal librería de Cuba en aquel tiempo, con filiales en algunas ciudades del interior y una vasta y diversa oferta que incluía muchos textos impresos en España. Pote ampliaba la industria de los libros, a la papelería en general, imprenta y efectos de escritorio. Editó también textos escolares y pedagógicos, libros de lectura, geografía, historia, entre otros. Los primeros que publicó fueron los de Alfredo M. Aguayo y Carlos de la Torre y Huerta. En sus comienzos Pote obtuvo del Gobierno la posibilidad de hacer suministros a las instituciones docentes oficiales, la concesión de abastecer a las oficinas, así como la de publicar ediciones del Gobierno y libros de textos para las escuelas públicas, de este modo, La Moderna Poesía consolidó su prestigio y aumentó su prosperidad y crédito, no solo dentro de los límites nacionales, sino también en el ámbito bibliográfico y cultural de los demás países latinoamericanos. En el edificio de Obispo y Bernaza radicaban además de la librería, la imprenta y talleres de la gran casa editorial.
Junto a La Victoria, ubicada en Obispo No. 366, La Moderna Poesía fue la librería que más visitara Lezama Lima –allí se le permitía pagar los libros a plazos–, y al que  la filósofa española María Zambrano, le encargaba obras recién publicadas en Ciudad de México, Buenos Aires o París.
A la muerte del fundador de la casa, su hijo José López Serrano se hizo cargo de ella, aunque compartía la propiedad con su hermana, Caridad López Serrano. En aquella época ya era un gran negocio y el mayor centro librero de la Isla; La Moderna Poesía llegó a ser el “Trust” No 1 de José López Serrano. “Potico” como le llamaban, poseía otros dos grandes consorcios, el de la carne y el café Tupy que, junto a La Moderna Poesía, formaban la plataforma de su fortuna. “Carne cara, café caro, libros caros”, así calificaba la Revista Crítica de 1934 los productos que pertenecían al heredero de José López.


Potico, llamado a la sazón “Rey de la carne”, aumentó su patrimonio pocos años después, al fusionarse con la Librería Cervantes, fundada en la década de 1910 por Ricardo Veloso Guerra en la calle de Galiano. La nueva empresa, formada por las librerías La Moderna Poesía y Cervantes, comenzó a girar con el nombre de Cultural S.A.
La Compañía Cultural S.A. radicaba en el mismo edificio de La Moderna Poesía. Se constituyó por escritura de 13 de diciembre de 1926 y llegó a ser una de las empresas libreras y editoras más importantes de Cuba y de América por su gran producción editorial –en su mayoría obras de estudio y científicas. En la década de 1940 publicaba dos libros por semana.
La firma además del giro de librería, editorial, papelería e imprenta, se dedicaba al comercio de artículos de regalos, perfumería y quincalla, y efectos deportivos, y en los años cincuenta incorporó la venta de aparatos eléctricos de uso doméstico. Contaba con un Departamento Remington Rand, que era entonces la mayor compañía del mundo de máquinas de escribir y equipos de oficina, y con un taller de montaje y reparaciones. Cultural S.A. era la representante exclusiva en Cuba de la Remington.
La entidad Cultural S.A. poseía licencia para operar como almacén de papel y efectos de escritorio y asimismo componedor de máquinas de coser, escribir y sumar, consiguiendo tener plantas para entintar cintas de máquinas.
La nueva empresa librera y editora, a pocos años de fundada, inició una serie de inversiones a gran escala: construyó un moderno edificio de cinco plantas en Agua Dulce y San Indalecio Nos. 111 y 113, para instalar en él sus almacenes y talleres tipográficos, en los cuales se realizaban toda clase de trabajos, desde simples tarjetas de visita hasta el libro de más complicada confección, gracias a los linotipos, monotipos y todo género de maquinarias de la tecnología más avanzada para la época. Poseía además otros dos edificios de dos plantas, en los cuales se hallaban instaladas la Librería Cervantes y La Moderna Poesía, esta última remodelada en la década de 1930. También formaban parte de la propiedad, y estaban al servicio de la institución, tres antiguas casas de la calle Obrapía, señaladas hoy con los Nos. 520, 522 y 524, de mampostería y una planta, excepto la 524 que tiene dos.  Los tres inmuebles se comunicaron interiormente entre sí, formando un salón corrido sin paredes divisorias, que se conectaba con las áreas comerciales de la librería. Todas estas ampliaciones contribuyeron al mejor funcionamiento del gran negocio que gobernaba Cultural S.A.

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