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jueves, 1 de febrero de 2018

CIVILIZACIÓN Y BARBARIE: Otro caso de Revisionismo Histórico

El Rey Visigodo Leovigildo,
Foto tomada de: josueferrer.com

por Roberto Soto Santana, de la Academia de la Historia de Cuba (Exilio)


Los visigodos fueron uno de los pueblos de origen germánico que habían invadido y se habían asentado en el Occidente europeo cuando éste todavía permanecía bajo la soberanía nominal de Roma.

El reino visigodo de Tolosa entró en la Historia en el 418 después de Cristo, tras un pacto con Roma, y feneció cuando fue desplazado por otro pueblo germánico, el de los francos. Tras esa derrota, los visigodos se replegaron sobre la Hispania romana y fundaron el reino hispanovisigodo de Toledo, que duró hasta el 711, cuando la conquista musulmana de la Península Ibérica. 

Poco a poco, los conquistadores visigodos se unieron a las estirpes hispanorromanas, tanto en matrimonios mixtos como en las tareas de gobierno. Los visigodos, convertidos al cristianismo, a la vez se fueron romanizando, al extremo de que ya en el 475 d.C. se promulga el Código de Eurico, compilación legislativa común que sustituye a las hasta entonces normas jurídicas separadas para visigodos e hispanorromanos.

A su muerte en la primavera del 586, el rey visigodo Leovigildo había sometido a toda la Península Ibérica, excepto una estrecha franja de la costa mediterránea que pertenecía el Imperio Bizantino; y dejó sentadas las bases para el carácter hereditario de la monarquía.


Tomada de:


En el 711, huestes musulmanes, integradas por árabes y bereberes, derrotan y matan en combate en Guadalete al último rey visigodo, Rodrigo. Y a lo largo de los próximos tres años conquistan toda la Península excepto las regiones más escarpadas del balcón cántabro y de la cordillera pirenaica, donde se refugian y reasientan los cristianos fugitivos del Sur, del Centro, del Este y del Oeste de la antigua Hispania. 


En cuanto a la supuesta tolerancia entre los pueblos de respectivas fes cristiana, judía y musulmana, el vallisoletano Julio Valdeón Baruque (1936-2009, miembro de la Real Academia de la Historia entre 2002 y su muerte) ha opinado que “Yo creo que se ha exagerado un poco[…]. No había una multiculturalidad, como hoy en día. A cada uno se le enseñaba su religión y cada uno tenía su iglesia, su sinagoga, su mezquita, su consejo, su aljama, su justicia, e incluso estaba prohibidos los matrimonios entre cristianos y judíos o sea que… pero sí que hubo una relación pacífica entre ambos”.


Sobre esa pacífica convivencia predicada a veces tan almibaradamente en la cinematografía hollywoodense, la profesora Cristina Segura, catedrática de Historia Medieval en la Universidad Complutense de Madrid, ha recordado que en las ciudades de esa época que duró siete largos siglos “la puerta de cada uno de los barrios se cerraba por la noche y esto para mí quiere decir algo, y es que no había una perfecta convivencia”.


Tampoco debe olvidarse que en 1252, cuando se convirtió en el Rey del mayor reino cristiano de la península -Castilla y León- Alfonso X de Castilla dijo : “Si alguien es tan desgraciado como para convertirse al judaísmo o al islam, ordenaremos su condena a muerte”. Afirmación tremebunda que entonces se atemperaba con su orden de que se respetara a los musulmanes y judíos en los días sagrados del Sabbat en las sinagogas y de los viernes en las mezquitas, ya que lo que se quería evitar era que esas religiones se perpetuaran y ganasen adeptos.


En el albor de este mismo siglo XIII, el Cuarto Concilio Vaticano dispuso que los judíos llevaran un signo exterior que les diferenciase, orden ante la cual los hebreos amenazaron con emigrar a las tierras bajo soberanía musulmana. El rey Fernando III el Santo y el arzobispo de Toledo rogaron y obtuvieron del Papa (en 1219) la suspensión en Castilla del acuerdo conciliar, en atención al hecho de que las rentas de la Corona dependían en gran medida de las aportaciones de la comunidad judía. 



Este monarca, quien fue rey de Castilla entre 1217 y 1252, y rey de León entre 1230 y 1252, desde su juventud mostró entusiasmo por la gesta de la Reconquista, cuyo avance impulsó tomando los reinos de Jaén, Córdoba, Sevilla y lo que quedaba del reino de Badajoz (la Extremadura leonesa), cuya anexión había empezado Alfonso IX, así como recuperando de los muslimes la posesión y restitución a su emplazamiento original de las campanas de la Iglesia de Santiago. Cuando Fernando accedió al trono, en 1217, su reino no rebasaba apenas los ciento cincuenta mil kilómetros cuadrados; en 1230, al heredar León, obtuvo otros cien mil y, merced a sus propias conquistas, añadió ciento veinte mil más. [Véase: Revista de Filología Española, vol. LXXVI, nº 1/2 (1996), “LA IDEA DE RECONQUISTA EN EL LIBRODE LOS DOZE SABIOS”, por HUGO ÓSCAR BIZZARRI, Seminario de Edición y Crítica Textual, Universidad de Buenos Aires].


Como se pone de manifiesto en el trabajo MUSULMANES Y CRISTIANOS EN AL‑ANDALUS.PROBLEMAS DE CONVIVENCIA, del profesor Emilio Cabrera, de la Universidad de Córdoba, “En el año 785‑786, los musulmanes adquirieron a los cristianos de Córdoba el solar donde estaba edificada la iglesia de San Clemente. Los textos de la época nos dicen que pagaron por ella una elevadísima cantidad. Pero esa compra tiene todos los indicios de ser una pura y simple expropiación forzosa, sobre todo porque coincide con la prohibición impuesta a los cristianos de construir o mantener iglesias en el recinto amurallado de la ciudad.


“La escuela jurídica malikí preconizaba una notoria rigidez en la aplicación de las normas coránicas. Ese hecho tuvo algunas repercusiones positivas para la comunidad islámica de al‑Andalus al evitar las numerosas disidencias religiosas que se produ­jeron en otros países dominados por el Islam; pero fue de efectos negativos en otros aspectos pues propició, por ejemplo, la existencia de una especie de «censura» que «encorsetó» —en expresión de Emilio García Gómez— la vida cultural y la hizo menos «liberal» al tiempo que llevó a sus últimos extremos la aplicación de la ortodoxia musulmana. Sin duda, la doctrina de los jurisconsultos malikíes tuvo que contribuir a enrarecer, en alguna medida, las relaciones entre cristianos y musulmanes. Sobre esas relaciones conocemos bien la opinión que tenía el fundador de esa escuela, Malik b. Anás, el cual, preguntado en una ocasión si él se sentaría a comer con un cristiano, respondió que «hacerlo no está prohibido; pero personalmente yo no cultivaría la amistad de un cristiano».


“Abd ar‑Rahmán II (822-852) importó a al‑Andalus muchas instituciones de gobierno propias de Orien­te y tuvo lugar, durante su reinado, una orientalización tanto del aparato del Estado como de las costumbres de sus súbditos, cualquiera que fuese su religión. Seguramente, la primera de las connotaciones claras de ese proceso fue la creciente arabización de la sociedad andalusí, entendiendo por tal
la adopción más o menos generalizada de la lengua árabe.


“Junto a la arabización, la islamización… es éste el momento en el cual los cristianos de al‑Andalus empiezan a ser conscientes, de verdad, de la tragedia que para ellos supuso la invasión de la Península por parte de los musulmanes y de que esa tragedia había tomado ya un camino sin retorno. Su situación empieza a ser claramente incómoda; la discriminación hacia ellos se hace cada vez más evidente; empiezan a existir toda clase de cortapisas de las que se quejan los autores cristianos de mediados de siglo; y estalla, finalmente, la gran crisis que fue el problema del martirio voluntario. No podemos entender esa cuestión sin conocer algunas de las dificultades que la autoridad islámica impone a los cristianos, según las quejas que éstos manifiestan en sus escritos. A través de ellas observamos que los dos pueblos sometidos (cristianos y judíos) viven en lo que hoy llamaríamos, sin dudarlo, un régimen de apartheid: están obligados a diferenciarse de los musulmanes en el vestido y en el calzado, evitando en ambos casos el lujo para no herir la susceptibilidad de los musulmanes; se les impone una forma especial de peinarse, con el fin de ser fácilmente identificables; tienen prohibido el uso de armas; no están autorizados a usar caballos sino sólo acémilas, que han de llevar albardas sin silla de montar ni estribos. A todas esas molestas disposiciones hay que añadir discriminaciones de mayor calado: prohibición ab­soluta de matrimonios entre un cristiano y una musulmana; incluso, simplemente, de mantener relaciones sexuales; pero existe vía libre para el matrimonio o, más bien, el concubinato de un musulmán con cristiana. Por otra parte, una vez unidos, aunque esa mujer pudiera practicar, sin problemas, su propia religión, viviendo con un musulmán, los hijos nacidos de la unión, al llegar a la mayoría de edad, debían abrazar obligatoriamente el Islam porque esa era la religión de su padre. No es necesario decir que, muchos de ellos, educados por su madre, desde la infancia, como cristianos, siguieron siéndolo en secreto, aunque aparentando ser musulmanes. Hubo muchos cristianos ocultos entre personas que pasaban por ser oficialmente musulmanes. Pero lo más grave de todo es que la condición de musulmán se perpetuaba ya indefinidamente porque la apostasía llevaba aparejada la pena de muerte. En definitiva, una vez abrazada la religión islámica, no era posible dar marcha atrás.”




Lo que lleva a descartar y rechazar, por incidir en lo que pudiera llamarse “buenismo progre retroactivo”, las hoy tan en boga apreciaciones revisionistas de la Historia, definidas como el conjunto de determinados esquemas de pensamiento y actuación social y política (como el multiculturalismo y la corrección política) que, de forma bienintencionada pero ingenua, con la vista puesta en el futuro creen que todos los problemas pueden resolverse a través del diálogo, la solidaridad y la tolerancia, y con la vista echada hacia el pasado creen que los choques de civilizaciones han sido violentos cuando los conquistadores o colonizadores han sido eurocéntricos mientras que los de extracción no europea se han comportado de manera benévola y han practicado o intentado practicar la convivencia pacífica y la asimilación.

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