Por: René León
En la calle Reina (La
Habana) se encontraba la iglesia del “Sagrado Corazón de Jesús”, pero era más
conocida por la iglesia de “Reina”. Muchos la nombraban así por hallarse en esa
calle. Esta historia es real, no es una de esas historias inventadas.
Frente a la
puerta de la iglesia, pedían limosna todos los días temprano en la mañana
varios mendigos. Al mediodía se iban algunos de ellos, otros volvían y estaban
hasta alrededor de las seis de la tarde.
Había frente
a la iglesia un vendedor ambulante con su tarima vendiendo estampas, medallas,
novenas y rosario. Pero “tapiñao” le vendía agua bendita en pequeños pomos a
las “santeras’’. Temprano en la mañana
se paraban frente a la puerta principal: un jorobado, que llevaba años
implorando por ayuda, decía “que ni trabajar podía”, un inválido que tenía un
carrito de madera, que lo llevaba a todas partes. Había perdido las piernas en
un accidente cuando trabajaba en los ferrocarriles. Un ciego, que en su persona
se notaba un aire de humildad. Este señor según se sabía, era casado y con dos
hijos pequeños. Su esposa era lavandera, y así podía mantener la casita que
tenían. El pobre hombre debido a una enfermedad, fue perdiendo la visión
completamente. Varios doctores lo vieron y no le daban esperanza de que con una
operación recuperara la visión.
El mendigo
que nos interesa es el Sordo . Decía que era “sordo de
nacimiento”. Bueno así decía el letrero que llevaba colgado del cuello. Según
sus propios compañeros, si se caía una moneda al suelo, sabía si era un medio,
real, o una peseta, y hasta el año que fue impresa. Qué clase de sordo. Era
medio calvo y tenía una barba, que olía a mil rayos.
Se acerca la
hora de la misa, y los feligreses, mujeres la mayor asistencia, iban entrando.
Estos mendigos y otros que aparecían de vez en cuando, extendían sus manos,
implorando una limosna.
-
“Por favor, una limosna para el inválido”.
-
“Por favor, una limosna, para el tullido”.
-
“Por amor de Dios, una limosna para el sordo, que estoy mal de salud”.
-
“Tengan piedad de mí”, decía el ciego.
Los fieles
por hacer una obra de caridad, le daban lo que podían, Otros seguían su camino,
como si ellos no existieran. Una de esas viejas (señora mayor de edad. Para no
buscarme una tragedia). Cascarrabias que abundan en todas partes, decía:
- La
mendicidad está prohibida en Cuba. Esto es un desparpajo. Hasta en la iglesia
viene esa gente a molestarlo a uno.
Un señor con
cara de pocos amigos, decía:
- Si fuera
jefe de la policía, me los llevaba a todos. Lo que pasa, es que la policía anda
en sus propios negocios por ahí. Pero si ellos supieran que los mendigos se
buscan un rollo de billetes habría que pagarles algo.
Últimamente yo iba a la iglesia por una promesa que
había hecho, y se me presentaba este espectáculo de lo más gracioso. Una señora
que venía todos los días, siempre le daba a los mendigos su limosna, menos al
sordo. Un día me dijo:
-
Ese sordo, no es sordo, es un sinvergüenza. Se lo dije al Padre, para
que lo botara de la puerta y no me ha querido hacer caso. Él puede oír de lo
mejor. Eso lo sé, por una cocinera que trabaja en casa de una amiga, que dice
que vive en la calle Maloja, y que todas las tardes llega a su cuarto, se baña,
se guita la barba postiza, y sale a vivir la “dolce vida”. Tiene una querida
negra con dos hijos, y mire si es sinvergüenza, que vive con una china, que
trabaja en el teatro Shangai.
Todos los
que iban entrando en la iglesia se mojaban los dedos en la pila de agua bendita
y hacían la señal de la cruz. De vez en cuando entraba un hombre o una mujer
vestidos de blanco y sus collares de santería, con una botellita, miraban a
todas partes, y la llenaban de agua bendita, que necesitaban para algún despojo
espiritual.
Los fieles
se arrodillaban devotamente para oír la Misa. Muchos hombres permanecían de
pie. Otros observaban el templo, con sus imágenes, las capillas con sus santos.
Alguien se había citado con la novia, y la esperaba nervioso verla aparecer por
la puerta principal. Yo fui uno de ellos, confieso ahora mi pecado.
La misa
terminaba. Las personas se levantaban para salir, otros esperaban a que el
Padre les echara la bendición, pues se les hacía tarde para ir al trabajo y
salían. En la puerta los mendigos seguían con su cantaleta:
-
“Estoy muy mal de salud”.
-
“Tengan piedad, por amor de Dios, que soy ciego”.
-
“Necesito unos centavitos para comer”.
El Sordo
, cuando veía a alguna mujer bonita, se le acercaba sinuosamente a pedirle
limosna. Estas como es natural, se le alejaban. Pero un día el muy
“desgraciado” (que Dios no lo tenga en la gloria, si es que está muerto, que se
lo manden a Lucifer). Se propasó demasiado y le pellizco una “nalga” a una
mulata, de esas cubanas bonitas, que le decían “Carmen la pulposa”, me erizo
sólo de recordarme de ella. No sé por qué ese nombre, lo que sí sé, es que
tenía un cuerpo con más curvas que la carretera central de Cuba, y una gracia y
un caminado que lo dejaba a uno lelo. Carmen le dio una galleta y empezó a
llamar a la policía. Este se encontraba casi todo el día en la esquina de Reina
y Belascoaín, pero era enamorando a una joven muy bonita que trabajaba en un
negocio (qué tiempos aquellos). El policía no se preocupaba de lo que pasaba.
Había veinte accidentes de tránsito, las guaguas a cada rato se llevaban a
algún infeliz en los guardafangos y nuestro policía en las nubes. La señora de
que les hable anteriormente, me dijo:
-
¿No se lo dije que oía de lo mejor? No es sordo. Cuando se llamó a la
policía, se perdió. Ojalá que Dios haga un , milagro y lo agarren.
Pasó el
tiempo y pude saber que el Sordo no volvió a la iglesia de
Reina. Pero supe que lo veían por la iglesia del Carmen, y andaba con un
carrito haciéndose el inválido. De “Carmen la pulposa”, la volví a ver varias
veces y seguía bien “pulposa”. Pasó el tiempo, se casó con un español que estaba
loco por ella, y le llevaba como veinte años. Cuando salía con ella, andaba
erizado mirando para todas partes, porque él decía que todo el mundo le miraba
su mulatoná. Que podía esperar, con lo que llevaba a su lado. Sé que tuvieron
dos hijos y para España se fueron.
Del Sordo,
le diré que vino la revolución, la cosa se le puso mala de mendigo, cambió de
uniforme, se volvió miliciano. Y un día desapareció y lo vieron por las calles
de Miami. Iba a jugar domino a la calle ocho. Para disimular se tapaba un ojo
con un vendaje negro. Seguro que está viviendo del Welfare y recibiendo food
stamp.
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