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jueves, 15 de febrero de 2018

Recuerdos del Ayer: De la Vida Real El Sordo (La Habana del Ayer)

 


Por: René León

  En la calle Reina (La Habana) se encontraba la iglesia del “Sagrado Corazón de Jesús”, pero era más conocida por la iglesia de “Reina”. Muchos la nombraban así por hallarse en esa calle. Esta historia es real, no es una de esas historias inventadas.
  Frente a la puerta de la iglesia, pedían limosna todos los días temprano en la mañana varios mendigos. Al mediodía se iban algunos de ellos, otros volvían y estaban hasta alrededor de las seis de la tarde.
  Había frente a la iglesia un vendedor ambulante con su tarima vendiendo estampas, medallas, novenas y rosario. Pero “tapiñao” le vendía agua bendita en pequeños pomos a las “santeras’’.  Temprano en la mañana se paraban frente a la puerta principal: un jorobado, que llevaba años implorando por ayuda, decía “que ni trabajar podía”, un inválido que tenía un carrito de madera, que lo llevaba a todas partes. Había perdido las piernas en un accidente cuando trabajaba en los ferrocarriles. Un ciego, que en su persona se notaba un aire de humildad. Este señor según se sabía, era casado y con dos hijos pequeños. Su esposa era lavandera, y así podía mantener la casita que tenían. El pobre hombre debido a una enfermedad, fue perdiendo la visión completamente. Varios doctores lo vieron y no le daban esperanza de que con una operación recuperara la visión.
  El mendigo que nos interesa es el Sordo . Decía que era “sordo de nacimiento”. Bueno así decía el letrero que llevaba colgado del cuello. Según sus propios compañeros, si se caía una moneda al suelo, sabía si era un medio, real, o una peseta, y hasta el año que fue impresa. Qué clase de sordo. Era medio calvo y tenía una barba, que olía a mil rayos.
  Se acerca la hora de la misa, y los feligreses, mujeres la mayor asistencia, iban entrando. Estos mendigos y otros que aparecían de vez en cuando, extendían sus manos, implorando una limosna.
-       “Por favor, una limosna para el inválido”.
-       “Por favor, una limosna, para el tullido”.
-       “Por amor de Dios, una limosna para el sordo, que estoy mal de salud”.
-       “Tengan piedad de mí”, decía el ciego.
  Los fieles por hacer una obra de caridad, le daban lo que podían, Otros seguían su camino, como si ellos no existieran. Una de esas viejas (señora mayor de edad. Para no buscarme una tragedia). Cascarrabias que abundan en todas partes, decía:

-  La mendicidad está prohibida en Cuba. Esto es un desparpajo. Hasta en la iglesia viene esa gente a molestarlo a uno.

  Un señor con cara de pocos amigos, decía:

-  Si fuera jefe de la policía, me los llevaba a todos. Lo que pasa, es que la policía anda en sus propios negocios por ahí. Pero si ellos supieran que los mendigos se buscan un rollo de billetes habría que pagarles algo.

Últimamente yo iba a la iglesia por una promesa que había hecho, y se me presentaba este espectáculo de lo más gracioso. Una señora que venía todos los días, siempre le daba a los mendigos su limosna, menos al sordo. Un día me dijo:

-       Ese sordo, no es sordo, es un sinvergüenza. Se lo dije al Padre, para que lo botara de la puerta y no me ha querido hacer caso. Él puede oír de lo mejor. Eso lo sé, por una cocinera que trabaja en casa de una amiga, que dice que vive en la calle Maloja, y que todas las tardes llega a su cuarto, se baña, se guita la barba postiza, y sale a vivir la “dolce vida”. Tiene una querida negra con dos hijos, y mire si es sinvergüenza, que vive con una china, que trabaja en el teatro Shangai.

    Todos los que iban entrando en la iglesia se mojaban los dedos en la pila de agua bendita y hacían la señal de la cruz. De vez en cuando entraba un hombre o una mujer vestidos de blanco y sus collares de santería, con una botellita, miraban a todas partes, y la llenaban de agua bendita, que necesitaban para algún despojo espiritual.

  Los fieles se arrodillaban devotamente para oír la Misa. Muchos hombres permanecían de pie. Otros observaban el templo, con sus imágenes, las capillas con sus santos. Alguien se había citado con la novia, y la esperaba nervioso verla aparecer por la puerta principal. Yo fui uno de ellos, confieso ahora mi pecado.

  La misa terminaba. Las personas se levantaban para salir, otros esperaban a que el Padre les echara la bendición, pues se les hacía tarde para ir al trabajo y salían. En la puerta los mendigos seguían con su cantaleta:

-       “Estoy muy mal de salud”.
-       “Tengan piedad, por amor de Dios, que soy ciego”.
-       “Necesito unos centavitos para comer”.

  El Sordo , cuando veía a alguna mujer bonita, se le acercaba sinuosamente a pedirle limosna. Estas como es natural, se le alejaban. Pero un día el muy “desgraciado” (que Dios no lo tenga en la gloria, si es que está muerto, que se lo manden a Lucifer). Se propasó demasiado y le pellizco una “nalga” a una mulata, de esas cubanas bonitas, que le decían “Carmen la pulposa”, me erizo sólo de recordarme de ella. No sé por qué ese nombre, lo que sí sé, es que tenía un cuerpo con más curvas que la carretera central de Cuba, y una gracia y un caminado que lo dejaba a uno lelo. Carmen le dio una galleta y empezó a llamar a la policía. Este se encontraba casi todo el día en la esquina de Reina y Belascoaín, pero era enamorando a una joven muy bonita que trabajaba en un negocio (qué tiempos aquellos). El policía no se preocupaba de lo que pasaba. Había veinte accidentes de tránsito, las guaguas a cada rato se llevaban a algún infeliz en los guardafangos y nuestro policía en las nubes. La señora de que les hable anteriormente, me dijo:

-       ¿No se lo dije que oía de lo mejor? No es sordo. Cuando se llamó a la policía, se perdió. Ojalá que Dios haga un , milagro y lo agarren.

  Pasó el tiempo y pude saber que el Sordo no volvió a la iglesia de Reina. Pero supe que lo veían por la iglesia del Carmen, y andaba con un carrito haciéndose el inválido. De “Carmen la pulposa”, la volví a ver varias veces y seguía bien “pulposa”. Pasó el tiempo, se casó con un español que estaba loco por ella, y le llevaba como veinte años. Cuando salía con ella, andaba erizado mirando para todas partes, porque él decía que todo el mundo le miraba su mulatoná. Que podía esperar, con lo que llevaba a su lado. Sé que tuvieron dos hijos y para España se fueron.

  Del Sordo, le diré que vino la revolución, la cosa se le puso mala de mendigo, cambió de uniforme, se volvió miliciano. Y un día desapareció y lo vieron por las calles de Miami. Iba a jugar domino a la calle ocho. Para disimular se tapaba un ojo con un vendaje negro. Seguro que está viviendo del Welfare y recibiendo food stamp.

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