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jueves, 1 de febrero de 2018

Recuerdos Tristes del Ayer: El Yudoca

Foto tomada de:  Wikipedia

Por:  René León

Mi hermano Julio (†) y yo lo conocimos a finales de 1959, ya empezaba él a reunirse con personas desafectas al gobierno. José Rodríguez Vergareche, (El Yudoca) tendría unos 22 o 23 años. Hijo único, de padres españoles. Su padre luchó a favor de Franco, en la Guerra Civil de España, odiaba el comunismo, su familia había sido asesinada por los comunistas. Sus padres vinieron para La Habana. Él nació en el Cerro. Teniendo 12 años quedó huérfano de padre. Desde esa edad nos contó, “estudié y trabajé para ayudar a mi madre con los gastos de alquiler y la comida”. Con la pensión que ella tenía, no cubría todos los gastos y lavaba ropa, para otros vecinos. Cursó estudios en el Centro Gallego hasta que se hizo tenedor. La matrícula era gratis, y al pasar el tiempo ocupó la plaza de su padre en el Centro.

Mis hermanos y yo seguimos nuestra lucha contra el comunismo en Cuba. Él hizo amistad con mi otro hermano Emilio (†), al cual veía de vez en cuando. El recuerdo que tengo de él. Joven de 22 años, vigoroso, de facciones regulares, pelo negro, ojos castaños, de mirada fija. Activo, buen amigo, franco en su trato. Pesaba alrededor de 190 libras. Ese es el recuerdo que quiero tener de él.

En el año de 1963 (creo) estando presos en Isla de Pinos, lo vimos pasar que traían una cordillera de presos de La Habana, nosotros encerrados en el cuartón donde nos llevaban cuando hacían requisa, al vernos él, nos saludo, y un guardia le pego un culatazo con el rifle, estaba prohibido saludar a nadie. Lo llevaron como otros cientos de presos a los pabellones de castigo. Después de clasificarlos lo mandaron para la Circular cuatro donde estaba mi hermano Emilio (†). Siguieron la amistad. Vino la orden de que tenían que salir a trabajar. Trabajaba en la cuadrilla del Cabo Martínez. El corte de la pangola, el tenía que repartir agua a los presos. Empezó a sentirse cansado, nos contó nuestro hermano al pasar los años. Emilio le noto algunos morados en los brazos, pecho y muslos. -¿Y esos golpes…?. –No sé…No recuerdo haberme dado alguno…Se palpo con la mano en los morados…No me duelen…No siento nada…Debes ir al médico..Iré a verlo más tarde…

Fue a ver al médico preso en la Circular, y dio la orden de rebajarlo del trabajo e ingresarlo en el pequeño Hospital del Presidio. El alegre le dijo a mi hermano que ahora iba a descansar. A la semana de estar en el Hospital se sabía su enfermedad. La precaria alimentación (ninguna) había minado su cuerpo fuerte y joven. Mi hermano recibe una nota de él: “Cada día me siento más débil y los médicos presos no me dicen nada. Dicen que me trasladan para Cuba. No le manden a decir nada a mamá…”

No se supo nada más de él. En abril de 1966 trasladan a mi hermano para el Campo de Concentración de La Reforma, en Isla de Pinos. Fue donde se supo del Yudoca. Lo trasladaron para Cuba en avión, al Hospital del Castillo de El Príncipe, sentado en silla de ruedas, no podía caminar.

Nunca le dijeron nada a la madre de su traslado para Cuba, hasta pasado cuatro meses. La pobre viejecita, iba a todas las oficinas de la Seguridad del Estado, nadie le decía nada, la botaban de allí, ella no tenía derecho a reclamar nada, ni saber nada. En agosto de 1966, en la Reforma, en Isla de Pinos, se enteraron de su solitaria muerte. Ella fue a ver a nuestra madre y le pedía que la acompañara al cementerio para ver si habían puesto alguna cruz con su nombre. Nuestra madre le acompaño varias veces y trataba de consolarla. Sólo lo que ella pedía de consuelo arrodillada en Seguridad de Estado a los oficiales que le dijeran donde estaba la tumba de su único hijo, para ponerle unas flores. Y los muy cínicos le decían que no se merecía nada, era un contra-revolucionario.

La Leucemia había convertido a José Rodríguez Vergareche en un macabro esqueleto.

Otras madres cubanas han tenido que pasar por esto mismo, y sus hijos y esposos nunca sus cuerpos le fueron entregados. Pero nuestros sacrificios para acabar con ese régimen criminal no pueden ser en vano.

Y saber que esto ha pasado “…en la tierra más hermosa que ojos humanos vieron”

Así, es la vida

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