Por: J. A. Albertini
Nadie
confesará jamás completamente sus desfallecimientos
y sus miserias, los móviles ocultos de sus actos, la parte
que en sus obras ejercen los sentidos, su encorvamiento bajo la pasión dominadora, sus horas de tigre, de zorra y de
cerdo.
José Martí
Obras Completas
Mucho se ha
analizado, especulado y escrito sobre el español, por más señas catalán, Ramón
Mercader del Río y las motivaciones, de toda índole, que tuvo para asesinar
El 20 de agosto de 1940 en Coyoacán, una
de las dieciséis delegaciones del Distrito Federal de México, a Lev Davídovich
Bronstein, mundialmente conocido por el sobre nombre de León Trotski, artífice
importante de la toma del poder por el partido bolchevique en Rusia, durante el
tormentoso mes de noviembre de 1917 y figura clave en la construcción de los
cimientos de la Unión Soviética.
Lo que es innegable
es que Ramón Mercader, en su juventud, fue un comunista convencido, un hombre
dominado por las ideas marxistas, dispuesto a todo, como lo hizo al matar, con cálculo
frío, a Trotski, para contribuir a la creación de un utópico mundo mejor. Una
especie de Reino de los Cielos, sobre la faz de la tierra, aunque el camino
para llegar a ese reino hubiese que empedrarlo de dolor humano, sangre y
cadáveres. Al final, luminoso, hasta las victimas estarían agradecidas del
sacrificio misionero de los verdugos.
Mucho se ha
analizado, especulado y escrito. Con esa oración inicie este artículo, pero ha
medida en que me fui adentrado en la lectura de En la pupila del Kremlin,
obra escrita por el investigador cubano Álvaro Alba y publicada por la editorial española Asopazco
Edita, comencé a descubrir un ángulo de Mercader, nunca antes expuesto, por lo
menos que yo conozca. El Ramón Mercader humano, con todas las tonalidades
inherentes que esa condición lleva, como equipaje a lo largo de la existencia
física.
Anteriormente, Alba,
que estudió historia en la Universidad de Odessa, Ucrania y ostenta una maestría
en esa rama del saber, había dado a la luz el libro Almas gemelas. Trabajo
enjundioso en el cual examina y compara las personalidades del frío seminarista
georgiano José Stalin y del mesiánico inquisidor cubano Fidel Castro. También,
es conferencista y autor de incontables ensayos y artículos de observaciones
políticas, históricas y culturales que periódicamente aparecen en la prensa
nacional e internacional.
Álvaro Alba en esta
nueva entrega demuestra sus conocimientos profundos sobre la historia de la
Unión Soviética, métodos de gobierno, órganos represivos, conspiraciones
tenebrosas y personajes que a lo largo de aquellos tiempos constituyeron un
largo rosario de hijos de las circunstancias,
víctimas y victimarios que aún, en el presente, con su proceder de antaño,
lastran la conciencia universal.
En la pupila del Kremlin, con rigor histórico y fluida redacción, se
abordan los pormenores y figuras principales que ensayaron, llevaron a escena y
actuaron en la conspiración que puso fin a la vida León Trotski.
Naum Isaakovich
Eitingon, mayor general del NKVD, Caridad
del Río Hernández, madre de Mercader, y la incauta y sentimentalmente abusada y
utilizada Silvia Ageloff, son algunos de los nombres que siempre estarán en la
cartelera del trágico teatro de la historia contemporánea.
No obstante, una peculiaridad
que posee la obra es la profundización en la existencia cotidiana y el estilo
de vida que junto a su esposa mexicana Roquelia Mendoza Buenabad y los hijos,
adoptados, de la pareja, Laura, Arturo y Jorge, llevó el homicida del viejo
bolchevique, tanto en la Unión Soviética como en la Cuba de Fidel Castro. Donde,
rodeado de cuidados médicos y bajo absoluto anonimato, falleció de cáncer, el
18 de octubre de 1978, a
los 64 años de edad.
Álvaro Alba, gracias
al testimonio, de primera mano, de Karmen Vega, hija de un republicano,
afiliado al partido comunista, español a la que el autor califica de doble exiliada hispano-soviética nos
permite entrar al hogar, tanto en Rusia como en Cuba, de Ramón Mercader, hurgar
en facetas embozadas o desembozadas de su personalidad, y acompañarlo en sus
últimas horas de vida.
Karmen Vega conoció a
Mercader en la década de 1960, en Moscú.
Y, a partir de ese primer encuentro, pronto,
estrechó lazos con la familia, llegando a ser amiga verdadera de Ramón y
Roquelia y, en ocasiones, confidente de uno y otro.
A través de la voz de Karmen Vega la pluma
cierta de Alba nos adentra y desempolva el mundo de callada frustración que
acompañó, luego de la liberación, de la prisión mexicana, la existencia del
asesino de Trotski, gracias al lamentable honor de ocupar un sitio en el museo
de criminales famosos de la historia y ostentar el distintivo, en este caso
acusador, de Héroe de la Unión de Republicas Socialistas Soviéticas. Galardón
que en la conciencia de la Rusia actual tiende al olvido premeditado, como la
tierra moscovita, con lápida engañosa, que acoge la tumba, desmemoriada y
silenciosa, en el Cementerio Viejo de Kuntsevo, de un tal Ramón Ivanovich López.
Álvaro Alba que por
experiencia empírica, además de sus amplios conocimientos académicos, conoce el
mito de las ideologías totalitarias y el destructivo fanatismo chovinista, con
destellos seudo religiosos, que de las mismas emana, se concentra en el hombre
de presencia tolerada que, refugiado en Moscú y La Habana, de seguro, a pesar
de su silencio obstinado, ya no creía (como ha quedado demostrado) que León
Trotski estuvo en contubernio con la Alemania Nazi para destruir a la Unión Soviética.
Siguiendo el lente de
la pupila de Karmen Vega, vemos a Ramón
Mercader preparar con deleite, en su pequeña cocina moscovita, una paella o
cocinar determinado plato de la gastronomía internacional. Entonces, como
lector, pensamos que tal vez, cuando estudió el arte culinario en España o
Francia y bajo la mentira de Jacques Mornard se las daba de amante de la
fotografía y abusó de los sentimientos de una mujer enamorada aún, bajo esa
coyuntura, tuvo la oportunidad de renunciar a la grandeza homicida y
regodearse, por el resto de su existencia, en el placer que genera, en comensales
satisfechos y agradecidos, el sabor de una simple comida hogareña, hecha con
esmero y dedicación artesanal.
A todos decía que en la vida había que ser discreto, recuerda Karmen Vega, que con frecuencia
recomendaba un Mercader reflexivo; siempre ensimismado en sus pensamientos
herméticos.
Asimismo, aflora en
esta obra el amor fiel y sereno, quizás por el paso del tiempo, que se
profesaban Ramón y Roquelia, junto a desavenencias normales de pareja o
discusiones familiares, como la oportunidad en que ella molesta por no poder
obtener mayores bienes de consumo, en el espartano Moscú, le enrostró al marido
que de poco le servían las medallas y distinciones que los soviéticos le habían
otorgado, por sus largos y sacrificados años de servicios.
O el resentimiento,
siempre presto a surgir que Roquelia le profesaba a Caridad del Río, a la cual
culpó ante Ramón, más de una vez, en
presencia de Karmen, de acontecimientos pasados que no aclaraba del todo: ¡Tú madre te ha hecho, nos ha hechos muchas
cosas! ¡No lo olvides!, cuenta Karmen y puntualiza que, cuando eso sucedía,
Ramón Mercader, guardaba silencio de aceptación.
Y devorando las páginas de En la pupila del Kremlin, el
lector llega en compañía de la familia Mercader a la ciudad de La Habana,
primeros años de la década de 1970, donde gracias a las gestiones que Karmen
Vega había realizado directamente con Fidel Castro, Ramón y los suyos, fueron recibidos con atenciones y
privilegios, pero bajo anonimato absoluto.
En el documento
histórico que nos ofrece Álvaro Alba, acompañamos a un hombre, con nombre
supuesto y pasado tormentoso, a pasear por la quinta avenida habanera a Nana y
Mister X perros de raza borzoi que, por entonces, despertaban la curiosidad y
admiración de los transeúntes y automovilistas capitalinos.
Asistimos, a las tres
ocasiones en que, con aspavientos serviles y medidas extremas de seguridad, a
la familia se le anunció la visita, en pocas horas, de Fidel Castro Ruz. Y,
como lectores compartimos las mismas veces en que el gobernante cubano faltó a
la cita.
Y, también, como lectores de esta reveladora
obra, en la que en cada página late el pulso de los interpretes desaparecidos y
los sentimientos eternos, razonamos que para cualquier jefe de estado, sea su
gobierno democrático o tiránico, reunirse con un magnicida, por siempre, representará
una mancha oscura de aceptación o santificación de un asesinato premeditado,
elaborado con engaños y mentiras, por años cultivadas con
frialdad destructora.
La parte aguzada del piolet (bastón de alpinista) que, de la mano de Ramón
Mercader, penetró en el cráneo de León
Trotski, por cierto, verdugo despiadado de los marinos de la Fortaleza
de Kronstadt, condenó al ejecutor y lo situó donde yacen las memorias
insepultas, entre otras, de un Marco Junio Bruto, aquel que un 15 de marzo del
año 44 A .C.,
con el filo de su daga inmortalizó los idus
de marzo al participar en las 23 puñaladas que acabaron con la vida del
dictador romano Julio Cesar.
Y, también, en los tiempos modernos, saltando
etapas, la del actor John Wilkes Booth que el viernes 14 de abril de 1865 de un
disparo de pistola truncó la existencia del presidente norteamericano Abraham
Lincoln, en actuación macabra que lo perpetuó sobre el escenario de la
indignidad humana.
Escuchando a Karmen
Vega nos enteramos de los últimos días de vida de Ramón Mercader y el miedo
desesperante que sentía hacia sus antiguos camaradas del KGB. Asistimos a la nostalgia agónica que
experimentaba al pensar en la tierra madre:
Me voy a morir sin poder ver de nuevo mi tierra. También, sin mencionar el
nombre de León Trotski, Roquelia, Karmen y la enfermera que lo atendía, en el
silencio de la habitación hospitalaria, le escucharon lamentarse: ¡Esos gritos tras el golpe!
En la pupila del Kremlin, Álvaro Alba sobrepasa el tema histórico y pone frente
a nuestros ojos una obra en la cual el lector tiende a escarbar en el ser
humano, sus creencias mitos, y contradicciones que indefectiblemente conducen
al mismo final. El final de todo.
Pobre Ramón Mercader
del Río, y pobre de todo aquel que cree y se fanatiza con doctrinas religiosas,
filosóficas o políticas que sustentan la destrucción como remedio inevitable
para iniciar la construcción de un hipotético mundo mejor.
Al respecto, la
filosofa francesa Simone Weil dijo: La
aplicación del marxismo no es filosofía política superior, sino religión
inferior.
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