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sábado, 1 de marzo de 2014

RAMÓN MERCADER Y LA PUPILA HISTÓRICA DE ÁLVARO ALBA

Por: J. A. Albertini

Nadie confesará jamás completamente sus desfallecimientos y sus miserias, los móviles ocultos de sus actos, la parte que en sus obras ejercen los sentidos, su encorvamiento bajo la pasión dominadora, sus horas de tigre, de zorra y de cerdo.
                                                                                                   
José Martí
 Obras Completas


Mucho se ha analizado, especulado y escrito sobre el español, por más señas catalán, Ramón Mercader del Río y las motivaciones, de toda índole, que tuvo para asesinar El  20 de agosto de 1940 en Coyoacán, una de las dieciséis delegaciones del Distrito Federal de México, a Lev Davídovich Bronstein, mundialmente conocido por el sobre nombre de León Trotski, artífice importante de la toma del poder por el partido bolchevique en Rusia, durante el tormentoso mes de noviembre de 1917 y figura clave en la construcción de los cimientos de la Unión Soviética.

Lo que es innegable es que Ramón Mercader, en su juventud, fue un comunista convencido, un hombre dominado por las ideas marxistas, dispuesto a todo, como lo hizo al matar, con cálculo frío, a Trotski, para contribuir a la creación de un utópico mundo mejor. Una especie de Reino de los Cielos, sobre la faz de la tierra, aunque el camino para llegar a ese reino hubiese que empedrarlo de dolor humano, sangre y cadáveres. Al final, luminoso, hasta las victimas estarían agradecidas del sacrificio misionero de los verdugos.

Mucho se ha analizado, especulado y escrito. Con esa oración inicie este artículo, pero ha medida en que me fui adentrado en la lectura de En la pupila del Kremlin, obra escrita por el investigador cubano Álvaro Alba  y publicada por la editorial española Asopazco Edita, comencé a descubrir un ángulo de Mercader, nunca antes expuesto, por lo menos que yo conozca. El Ramón Mercader humano, con todas las tonalidades inherentes que esa condición lleva, como equipaje a lo largo de la existencia física.  

Anteriormente, Alba, que estudió historia en la Universidad de Odessa, Ucrania y ostenta una maestría en esa rama del saber, había dado a la luz el libro Almas gemelas. Trabajo enjundioso en el cual examina y compara las personalidades del frío seminarista georgiano José Stalin y del mesiánico inquisidor cubano Fidel Castro. También, es conferencista y autor de incontables ensayos y artículos de observaciones políticas, históricas y culturales que periódicamente aparecen en la prensa nacional e internacional.

Álvaro Alba en esta nueva entrega demuestra sus conocimientos profundos sobre la historia de la Unión Soviética, métodos de gobierno, órganos represivos, conspiraciones tenebrosas y personajes que a lo largo de aquellos tiempos constituyeron un largo rosario de hijos de las circunstancias, víctimas y victimarios que aún, en el presente, con su proceder de antaño, lastran la conciencia universal.

En la pupila del Kremlin, con rigor histórico y fluida redacción, se abordan los pormenores y figuras principales que ensayaron, llevaron a escena y actuaron en la conspiración que puso fin a la vida León Trotski.

Naum Isaakovich Eitingon, mayor general del NKVD, Caridad del Río Hernández, madre de Mercader, y la incauta y sentimentalmente abusada y utilizada Silvia Ageloff, son algunos de los nombres que siempre estarán en la cartelera del trágico teatro de la historia contemporánea.

No obstante, una peculiaridad que posee la obra es la profundización en la existencia cotidiana y el estilo de vida que junto a su esposa mexicana Roquelia Mendoza Buenabad y los hijos, adoptados, de la pareja, Laura, Arturo y Jorge, llevó el homicida del viejo bolchevique, tanto en la Unión Soviética como en la Cuba de Fidel Castro. Donde, rodeado de cuidados médicos y bajo absoluto anonimato, falleció de cáncer, el 18 de octubre de 1978, a los 64 años de edad.

Álvaro Alba, gracias al testimonio, de primera mano, de Karmen Vega, hija de un republicano, afiliado al partido comunista, español a la que el autor califica de doble exiliada hispano-soviética nos permite entrar al hogar, tanto en Rusia como en Cuba, de Ramón Mercader, hurgar en facetas embozadas o desembozadas de su personalidad, y acompañarlo en sus últimas horas de vida.

Karmen Vega conoció a Mercader en la década de 1960, en Moscú.
 Y, a partir de ese primer encuentro, pronto, estrechó lazos con la familia, llegando a ser amiga verdadera de Ramón y Roquelia y, en ocasiones, confidente de uno y otro.

 A través de la voz de Karmen Vega la pluma cierta de Alba nos adentra y desempolva el mundo de callada frustración que acompañó, luego de la liberación, de la prisión mexicana, la existencia del asesino de Trotski, gracias al lamentable honor de ocupar un sitio en el museo de criminales famosos de la historia y ostentar el distintivo, en este caso acusador, de Héroe de la Unión de Republicas Socialistas Soviéticas. Galardón que en la conciencia de la Rusia actual tiende al olvido premeditado, como la tierra moscovita, con lápida engañosa, que acoge la tumba, desmemoriada y silenciosa, en el Cementerio Viejo de Kuntsevo, de un tal Ramón Ivanovich López.

Álvaro Alba que por experiencia empírica, además de sus amplios conocimientos académicos, conoce el mito de las ideologías totalitarias y el destructivo fanatismo chovinista, con destellos seudo religiosos, que de las mismas emana, se concentra en el hombre de presencia tolerada que, refugiado en Moscú y La Habana, de seguro, a pesar de su silencio obstinado, ya no creía (como ha quedado demostrado) que León Trotski estuvo en contubernio con la Alemania Nazi para destruir a la Unión Soviética.

Siguiendo el lente de la pupila de  Karmen Vega, vemos a Ramón Mercader preparar con deleite, en su pequeña cocina moscovita, una paella o cocinar determinado plato de la gastronomía internacional. Entonces, como lector, pensamos que tal vez, cuando estudió el arte culinario en España o Francia y bajo la mentira de Jacques Mornard se las daba de amante de la fotografía y abusó de los sentimientos de una mujer enamorada aún, bajo esa coyuntura, tuvo la oportunidad de renunciar a la grandeza homicida y regodearse, por el resto de su existencia, en el placer que genera, en comensales satisfechos y agradecidos, el sabor de una simple comida hogareña, hecha con esmero y dedicación artesanal.

A todos decía que en la vida había que ser discreto, recuerda Karmen Vega, que con frecuencia recomendaba un Mercader reflexivo; siempre ensimismado en sus pensamientos herméticos.

Asimismo, aflora en esta obra el amor fiel y sereno, quizás por el paso del tiempo, que se profesaban Ramón y Roquelia, junto a desavenencias normales de pareja o discusiones familiares, como la oportunidad en que ella molesta por no poder obtener mayores bienes de consumo, en el espartano Moscú, le enrostró al marido que de poco le servían las medallas y distinciones que los soviéticos le habían otorgado, por sus largos y sacrificados años de servicios.

O el resentimiento, siempre presto a surgir que Roquelia le profesaba a Caridad del Río, a la cual culpó ante Ramón, más de una vez,  en presencia de Karmen, de acontecimientos pasados que no aclaraba del todo: ¡Tú madre te ha hecho, nos ha hechos muchas cosas! ¡No lo olvides!, cuenta Karmen y puntualiza que, cuando eso sucedía, Ramón Mercader, guardaba silencio de aceptación.

Y devorando las páginas de En la pupila del Kremlin, el lector llega en compañía de la familia Mercader a la ciudad de La Habana, primeros años de la década de 1970, donde gracias a las gestiones que Karmen Vega había realizado directamente con Fidel Castro, Ramón  y los suyos, fueron recibidos con atenciones y privilegios, pero bajo anonimato absoluto.

En el documento histórico que nos ofrece Álvaro Alba, acompañamos a un hombre, con nombre supuesto y pasado tormentoso, a pasear por la quinta avenida habanera a Nana y Mister X perros de raza borzoi que, por entonces, despertaban la curiosidad y admiración de los transeúntes y automovilistas capitalinos.

Asistimos, a las tres ocasiones en que, con aspavientos serviles y medidas extremas de seguridad, a la familia se le anunció la visita, en pocas horas, de Fidel Castro Ruz. Y, como lectores compartimos las mismas veces en que el gobernante cubano faltó a la cita.

 Y, también, como lectores de esta reveladora obra, en la que en cada página late el pulso de los interpretes desaparecidos y los sentimientos eternos, razonamos que para cualquier jefe de estado, sea su gobierno democrático o tiránico, reunirse con un magnicida, por siempre, representará una mancha oscura de aceptación o santificación de un asesinato premeditado, elaborado con   engaños y mentiras, por años cultivadas con frialdad destructora.

La parte aguzada del piolet  (bastón de alpinista) que, de la mano de Ramón Mercader, penetró en el cráneo de León  Trotski, por cierto, verdugo despiadado de los marinos de la Fortaleza de Kronstadt, condenó al ejecutor y lo situó donde yacen las memorias insepultas, entre otras, de un Marco Junio Bruto, aquel que un 15 de marzo del año 44 A.C., con el filo de su daga  inmortalizó los idus de marzo al participar en las 23 puñaladas que acabaron con la vida del dictador romano Julio Cesar.

 Y, también, en los tiempos modernos, saltando etapas, la del actor John Wilkes Booth que el viernes 14 de abril de 1865 de un disparo de pistola truncó la existencia del presidente norteamericano Abraham Lincoln, en actuación macabra que lo perpetuó sobre el escenario de la indignidad humana.

Escuchando a Karmen Vega nos enteramos de los últimos días de vida de Ramón Mercader y el miedo desesperante que sentía hacia sus antiguos camaradas del KGB. Asistimos a la nostalgia agónica que experimentaba al pensar en la tierra madre: Me voy a morir sin poder ver de nuevo mi tierra. También, sin mencionar el nombre de León Trotski, Roquelia, Karmen y la enfermera que lo atendía, en el silencio de la habitación hospitalaria, le escucharon lamentarse: ¡Esos gritos tras el golpe!

En la pupila del Kremlin, Álvaro Alba sobrepasa el tema histórico y pone frente a nuestros ojos una obra en la cual el lector tiende a escarbar en el ser humano, sus creencias mitos, y contradicciones que indefectiblemente conducen al mismo final. El final de todo.

Pobre Ramón Mercader del Río, y pobre de todo aquel que cree y se fanatiza con doctrinas religiosas, filosóficas o políticas que sustentan la destrucción como remedio inevitable para iniciar la construcción de un hipotético mundo mejor.

Al respecto, la filosofa francesa Simone Weil dijo: La aplicación del marxismo no es filosofía política superior, sino religión inferior.

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