Fernando Dámaso | La Habana | 10 Nov 2013 - 10:45 am. | 18
No apto para nostálgicos: un paseo desde la esquina de Tejas hasta el Entronque La Palma, a lo largo de la Calzada de Diez de Octubre.
La Calzada de Jesús del Monte, hoy más conocida como Calzada de Diez de Octubre, nace en la Esquina de Tejas como una prolongación de la Calzada de Infanta. Luego se extiende hasta el Entronque de La Palma, donde se bifurca en la Calzada de Managua y la Calzada de Bejucal, atravesando, enlazando o delimitando en su trazado las barriadas o repartos del Cerro, Santos Suárez, La Víbora, Luyanó, Lawton, Sevillano, Santa Amalia, Apolo, Víbora Park y Barrio Azul. Inmortalizada por el poeta Eliseo Diego, continúa siendo la más extensa de las calzadas de la ciudad.
En la década de los 50, transitada por numerosas rutas de ómnibus y con gran movimiento vehicular, desaparecidos ya los tranvías, así como sus rieles y tendidos eléctricos, la engalanaban salas de cine, tiendas de todo tipo, panaderías, dulcerías, librerías, bodegones, restaurantes, cafeterías, farmacias, joyerías, un importante sanatorio (La Purísima Concepción, conocida como la Quinta de Dependientes), estaciones de policía, y el constante ir y venir por sus portales y aceras de transeúntes y estudiantes de los múltiples colegios establecidos en sus cercanías, que visitaban sus librerías en busca de materiales escolares y de los libros clásicos que editaba la Editorial Thor, que se vendían a bajos precios.
Los cines Florida, Moderno (pared con pared con la Oncena Estación de Policía), Apolo, Tosca, Gran Cinema y Marta (frente a la Catorce Estación) satisfacían las necesidades de diferentes generaciones de cinéfilos.
La panadería y dulcería de Toyo y el bodegón del mismo nombre, en los bajos del Registro Civil, dieron nombre a una de las esquinas más bulliciosas y activas de La Habana, punto de cruce de los ómnibus que se desviaban hacia la Calzada de Luyanó y de los que continuaban, en una u otra dirección, por la Calzada de Jesús del Monte.
El constante olor del pan recién horneado aportaba su sello distintivo al lugar, al igual que los dulces y pasteles de la dulcería anexa y los magníficos sándwiches del bodegón. En sus portales, el estanquillo de periódicos y revistas donde ocultos tras las publicaciones autorizadas, mostraban parte de sus portadas, como en un guiño, los pequeños cuadernos de textos y fotografías eróticas o pornográficas, impresos en papel de baja calidad en editoriales sin identificación. También se alzaba allí el sillón del limpiabotas.
Unas cuadras antes, cerca de la calle Tamarindo, el tostadero de café impregnaba con su olor característico todos los alrededores, llegando hasta la casa de empeños, la farmacia y la pequeña tienda y fábrica de zapatos de piel en la acera de enfrente, después de la calle Municipio.
A continuación, a derecha e izquierda, la cadena de tiendas hasta llegar a la loma de la Luz, que todos asociaban con la calzada y la nombraban igual, por la iglesia parroquial de Jesús del Monte existente en ella, y el alto paredón que aún la oculta, hasta desembocar en los múltiples comercios establecidos en el espacio comprendido entre la Loma de Chaple, final de la calle Lacret y comienzo de la Avenida de Dolores. Cientos de metros más allá, la Avenida de Santa Catalina, también con bodegones, cafeterías y una panadería donde, entre otros tipos de panes, ofertaban un pan gallego conocido como "bonete", así como galletas, palitroques, coscorrones y pasteles de queso, jamón o carne.
En la acera de enfrente, el cine Tosca, al cual acudíamos los niños de más de doce años motivados por las películas francesas e italianas donde se mostraban desnudos ligeros, algo insólito en las norteamericanas de entonces, que proyectaban los cines del Circuito Carrerá.
Entonces aparecían las residencias de la clase media, más rica y progresista, de amplios portales con columnas hasta alcanzar, siempre cuesta arriba, el Paradero de La Víbora, donde terminaban sus recorridos los tranvías y entraban en la nave de mantenimiento, para iniciar de nuevo sus viajes.
Después, con la desaparición de los tranvías, se convirtió en el Paradero de los Autobuses Modernos, las denominadas "enfermeras" por sus colores blanco y azul. En el lugar, propicio para el comercio, de donde partía la Ruta 38 que iba hasta Batabanó, un conglomerado de restaurantes, fondas, cafeterías, puestos de fritas y tiendas, con la hermosa casa con la figura del "negrito del farol", de pantalón azul y camisa roja, en el elevado jardín, frente al Tropicream, uno de los primeros en establecerse en la ciudad, y la plazoleta de la Iglesia de los Pasionistas.
Al lado, la calle que conducía a los Institutos de La Víbora y Edison.
Más allá, junto a la línea férrea, donde dejaba y tomaba pasajeros el tren, el mítico Café Colón y, enfrente, la Cremería Santa Beatriz, una moderna planta pasteurizadora de leche. A continuación, viviendas dispersas, algunas ya con patios traseros, frutales y jardines, como indicando el término de la ciudad abigarrada de casa contra casa y el comienzo del entorno campestre, el cual se extendía hasta el Crucero de La Palma, con su famosa fábrica de hielo, y continuaba por las Calzadas de Managua y de Bejucal. En ese tiempo, a partir de la Avenida de Acosta, la calzada asfaltada era estrecha, con amplios parterres y árboles a ambos lados.
Hoy
Hoy, desgraciadamente, todos los cines han desaparecido, con excepción del Marta,rebautizado Alegría y convertido en una sala de fiestas, así como las panaderías, dulcerías, restaurantes, bodegones, fondas, librerías, comercios, estanquillos, sillones de limpiabotas y muchas tiendas, convertidos sus locales en viviendas, con adaptaciones arquitectónicas horrendas o de bajo costo, transformando la otrora Calzada de Jesús del Monte en un triste museo de edificaciones venidas a menos, en total deterioro o colapsadas por derrumbes.
Pueden esgrimirse muchas razones para tratar de explicar lo inexplicable, inclusive echar mano del manido argumento del "bloqueo" o embargo norteamericano, pero la única causa real de lo sucedido es la incompetencia manifiesta de las autoridades y del sistema impuesto, tanto para proteger lo creado por generaciones anteriores de cubanos, como para crear algo nuevo y valioso.
La Calzada de Jesús del Monte o de Diez de Octubre, como se le llame, ha tenido el mismo terrible destino de otras calzadas, avenidas y calles de la ciudad de La Habana.
Aunque en los últimos meses, con el incremento del trabajo por cuenta propia, en algunos de sus tramos aparecen pequeños comercios particulares, inclusive utilizando locales que un día fueron establecimientos y después se convirtieron en precarias viviendas, aún la inmensa mayoría de las instalaciones importantes se encuentran en manos de improductivas empresas estatales, con incapacidad demostrada para ofrecer servicios de calidad a los ciudadanos.
Tal vez estas instalaciones, si se rentaran o vendieran a particulares, servirían de verdadero acicate para el rápido renacimiento de la otrora importante Calzada, lo cual nunca se logrará con las raquíticas medidas aprobadas hasta ahora, que solo autorizan hacerlo en unos pocos servicios donde existan menos de cinco empleados. Esto significa, a fin de cuentas, continuar apostando a la actividad comercial "bonsái" o "a pellizcos", las que realmente resuelven muy poco.
De todas formas, la Calzada de Jesús del Monte, debido a su importancia como vía de comunicación hacia el sureste de la ciudad, más temprano que tarde, cuando realmente se liberen las fuerzas productivas y los cubanos puedan desarrollar sus iniciativas, volverá a ser lo que era, para entonces ya modernizada y acorde con el tiempo.
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