Tomado de: Turismo Rural en Jaen |
Doña
Leonora Acuña de Marmolejo se inscribe en la matrícula de los
autores hispanoamericanos quienes, para atraer y fascinar el lector
con sus relatos, no han necesitado mimetizar el estilo de lo “real
maravilloso” preconizado por el cubano Alejo Carpentier, ni han
recurrido a la proliferación en sus textos de las variaciones
diatópicas del habla de sus personajes –a la manera profusa,
aunque en su caso magistral, del prócer sanjuanense Domingo F.
Sarmiento, en su “Civilización y Barbarie-Vida de Juan Facundo
Quiroga”-, ni tampoco se han sumado a la estilística de la
violencia ínsita en las obras de los colombianos Gabriel García
Márquez, Manuel Mejía Vallejo y Álvaro Cepeda Zamudio.
Respecto
de Doña Leonora, es de justicia apreciar que la
valoración predicable de sus formas y contenidos narrativos responde
más bien –de una parte,
en cuanto a la aproximación filosófica- a la definición formulada
en 1924 por el polimato caraqueño Arturo Úslar Pietri (“…la
consideración del hombre como misterio en medio de datos realistas.
Una adivinación poética o una negación poética de la realidad. Lo
que a falta de otra palabra podrá llamarse un
realismo mágico”)
y
de la otra parte –en
cuanto al formato del trasunto argumental hecho en cada narración-
coincide con el elegante estilo expositivo -sin perjuicio de que de
sus personajes manen energía y pasión cuando resulte oportuno- de
la bumanguesa Elena Mújica (de la que el ensayista Oscar Torres
Duque ha escrito, en un aquilatamiento aplicable al numen de Doña
Leonora, que “Sus
relatos son un ejemplo de construcción cuidadosa y de descripciones
finísimas de la realidad circundante” –vid. El
Mausoleo Iluminado, Antología del ensayo en Colombia,
Biblioteca Familiar Presidencia de la República-).
Aparte
de su perseverancia en las colaboraciones periodísticas y en la
participación continua en veladas literarias, el prolífico caletre
de Doña Leonora ha alumbrado cuatro libros principales durante el
último setenio: “Del crepúsculo a la alborada” (2007),
“Fantavivencias de mi valle” (2012), “Horas iluminadas”
(2013) y “La dama de honor y otros cuentos” (2014) –el primero
y el tercero, poemarios; el segundo y el cuarto, conjuntos de relatos
con un fondo costumbrista de entraña a veces descarnada aunque
siempre sembrados de acendrada compasión-.
Con
la misma intensidad que el lirismo aflora, florece y sobresale en su
obra poética, a la que integralmente permea, la prosa marmolejeña
rebosa de hondura expositiva, profundo conocimiento de la psique, y
sabia prolijidad en el análisis realista de las motivaciones
subjetivas que timonean el comportamiento de sus personajes. Sus
relatos no se quedan en lastimeras efusiones sentimentales ni en
estáticos cuadros de costumbres sino que, cuando lo ve necesario,
pergeñan con toda la crudeza necesaria las bajas pasiones de un
personaje como Pájaro Verde cuando desata su lujuria necrofílica
sobre el cuerpo inanimado de Hermencia (vid. Página 70 de
“Fantavivencias de mi valle”).
De
esta guisa, Doña Leonora Acuña, originaria –como orgullosamente
se proclama en “Horas iluminadas” (página 38)- de La Victoria,
en el valle del Cauca, se ha labrado un sitial distinguido entre el
conjunto de escritores hispanoamericanos –y también singularmente
entre aquéllos que son expatriados, con larga estancia ultramarina,
del único país del subcontinente con costas sobre el Mar Caribe y
el Océano Pacífico, la relumbrante Colombia-.
Leonora Acuña de Marmolejo |
©
Roberto Soto Santana, de la Academia de la Historia de Cuba (Exilio).
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