Recuperando el cuerpo de Antonio Maceo
Emilio Martínez Paula
(1ra parte de 3)
Maceo había terminado de llevar la guerra independentista desde oriente hasta occidente, pero una vez en Pinar el Río comprende que salir por tierra es poco menos que imposible, ya que la frontera entre Mariel y Majana está esta defendida por más de diez mil soldados enemigos. Maceo tiene menos de cuatro mil hombres con los que acaba de atravesar la provincia de La Habana. Maceo decide salir por mar. Lo acompañan el general José Miró, catalán, jefe de su Estado Mayor, el Brigadier Pedro Díaz, el coronel Alberto Nodarse, el coronel estadounidense Charles Gordon, los tenientes coroneles Manuel Piedra y Alfredo Jústiz, los capitanes Nicolás Sauvanell y Ramón Peñalver y Ramón Ahumada, los tenientes Francisco Gómez Toro, el hijo del generalísimo máximo Gómez y José Urbina, el médico Máximo Zertucha y varios asistentes.
La embarcación que los ha de trasportar es pequeña. Maceo habla con Carlos Soto, el patrón del bote, y los dos tripulantes, Gerardo Llaneras y Eduardo Concepción.
La lluvia los acompaña con fuertes ráfagas. La noche es oscura. Son las once. Los remos mueven la embarcación, de apenas cuatro metros de eslora, aunque a veces no los usan: reman con las jícaras que utilizan para sacar agua del bote, para evitar ser descubiertos cruceros españoles atracados en el puerto. En cuatro viajes, en unas cuatro horas, logran trasladar a Maceo y su Estado Mayor. La trocha ha sido burlada. Caminando llegan a La Merced, a las ruinas de una fábrica de azúcar, un Ingenio o Central Azucarero, donde deciden hacer noche mientras deciden mientras esperan que los jefes habaneros les consigan caballos. No pueden seguir a pie. Maceo menos, pues la pierna herida le duele al caminar. El titán está con fiebre y dolor de cabeza. Al filo de la media noche llegan el coronel Sartorio y el comandante Baldomero Acosta con algunos caballos, pero no son suficientes. Baldomero Acosta se ofrece a buscar un caballo para cada cual.
El 6 de Diciembre amanece gris y tristón, nublado y frío. (Aquí vale la pena, o tal vez no, recordar un pasaje que cuenta Octavio R. Costa en su biografía Antonio Maceo EL HËROE: Amanece: El cielo está gris. El sol oculto. El tiempo borrascoso. El ambiente frío. El héroe llama a Miró. Confidencialmente le relata el sueño que ha tenido. Se le han aparecido los manes de sus deudos muertos. En la visión oye voces que le dicen que basta de luchas y de glorias. Se siente apesadumbrado. Está lleno de supersticiones y temores. Miró escucha con la mente atravesada de negros presagios) Resulta difícil creer en un Maceo lleno de temores y menos de supersticiones, ni aunque Miró lo diga ni Costa lo crea.
Maceo no recupera sus bríos, y está molesto por no tener caballos suficientes. Poco después del medio día deciden reanudar la marcha rumbo al Central Garro. Al fin aparece Baldomero Acosta con los caballos. Maceo quiere que se dé a conocer que ha pasado la trocha. Piensa atacar a Marianao, que está muy cerca de la ciudad de La Habana y forma parte de la zona metropolitana. Sigue rumbo hacia el ingenio Baracoa acompañado apenas de sesenta y dos hombres. Tratan de hacer contacto con la tropa de Sánchez Figuera que está entre Hoyo Colorado y Punta Brava. El lunes 7 de Diciembre, al amanecer, todo el improvisado campamento en pie y en marcha. Llegan a San Pedro, donde son recibidos con extraordinario entusiasmo por Sánchez Figueras y sus patriotas.
Maceo hace saber que piensa atacar a Marianao esa misma noche. Para el que conozca esa zona, la provincia de La Habana, podrá aquilatar la hazaña que es tratar de llevar a cabo esa empresa.
A eso de la una de la tarde el Lugarteniente y Miró almuerzan. Cambian impresiones. A Maceo le preocupa la presencia de Panchito Gómez Toro y piensa mandárselo cuanto antes a su padre, el generalísimo Máximo Gómez, no vaya a ser que le ocurra algún percance.
Maceo no se siente bien. Descansa en su hamaca. Mal que bien almorzaron y toman café. Miró lee algunas páginas de sus Crónicas de la Guerra.
Sería aproximadamente las dos de la tarde cuando, inesperadamente suenan numerosos disparos en una de las avanzadas del campamento. Maceo, que tiene desensillado su caballo, se ve precisado a ponerle la montura. Monta arenga a las fuerzas: ¡Vamos a la carga que les voy a enseñar a dar machete!
Todos los patriotas se disponen a ocupar su lugar de combate Se disputan el primer puesto y el de más peligro.
El encontronazo es brutal. La caballería española no esperaba una respuesta tan vigorosa y se dispersa bajo el filo del machete.
Maceo contempla satisfecho que todos pelean bien y da contramarcha con el Estado Mayor , varios números y oficiales, hacia el flanco izquierdo y se encuentra con las fuerzas del teniente coronel Isidro Acea, que viene por el camino real de San Pedro atraído por el intenso tiroteo
Maceo ordena abrir dos portillos en la cerca de piedras y pasa el camino junto con Estado Mayor, entre lo que iba el general Miró, el médico Máximo Zertucha, el teniente coronel Jústiz, el comandante Ahumada, el coronel Gordon, estadounidense, el coronel Alberto Nodarse, el general Pedro Díaz, el comandante Manuel Piedra. No estaban en ese momento ni el capitán Nicolás Sauvanell ni el teniente Ramón Peñalver, también del Estado Mayor, porque se han adelantado y pelean con la vanguardia.
El General le ordena al coronel Nodarse: “¡Cargue al enemigo por el flanco izquierdo!”, mientras él, con un puñado de hombres, ataca la retaguardia. Poco después regresa por el portillo por donde Nodarse, con algunos patriotas, intercambia balazos con los atacantes, cuando Miró grita: “¡Nodarse, venga a ver esta desgracia!”
Retrocede Nodarse y se encuentra con Maceo en el suelo, bañado en sangre. “¡Mire qué cuadro!, dice el doctor Zertucha. “¡Ay, Nodarse, se acabó la guerra!”. “Vea este cuadro, muerto”.
Nodarse le pide a Miró que trate de recoger al General, mientras continúa con su gente disparando contra el enemigo, que está, rodilla en tierra, detrás de una cerca, haciendo fuego graneado.
“¡Nodarse!, grita Miró, venga usted que si usted no viene no se puede sacar al General!”.
Zertucha le pide el caballo a Nodarse para ir a buscar medicinas, mientras éste, con un puñado de hombres, trata de contener al enemigo. Miró, por encargo de Nodarse, sale en busca de más fuerzas que los auxilien.
Nodarse se acerca a Mace. Éste abre los ojos y mueve las manos como tratando de decir algo. Acude en esos momentos un combatiente: Coronel, échemelo encima que yo me lo llevo….
Intentan poner al General sobre el caballo, ayudado por varios compañeros, de los pocos que quedan en el peligroso lugar. Los fogonazos de los mauser atruenan el espacio. Las balas silban al rasgar el aire. Los fusileros enemigos descargan su furia sobre el lugar, intrigados en saber por qué tan pocos se sostienen ahí, en medio de tanto peligro.
Al fin, entre cuatro o cinco, logran subir al General, que pesa más de doscientas libras, pero al ponerlo sobre la montura una bala lo atraviesa por debajo de la tetilla izquierda y lo priva de la vida. Uno de los hombres que tratan de llevarse a Maceo cae herido, y deja caer el cuerpo del General. El grupo se retira. En esos momentos aparece el comandante Juan Manuel Sánchez: “Traigo un buen caballo y me lo puedo llevar”, dice. Vuelven a montar al Titán entre los cinco o seis que allí quedaban, pero la fusilería no descansa y otra lluvia de balas cae sobre el lugar y hieren de gravedad al comandante Sánchez y también a su caballo. Su escolta se lo lleva para salvarle la vida.
Nodarse se queda solo. Inesperadamente, se presenta el teniente Francisco Gómez Toro hijo del Generalísimo, desarmado y herido.
Amigo Rene: Acabo de leer el articulo sobre la muerte de Antonio Maceo.. Formidable .!Que triste se me hace que los Buenos son los primeros que caen. Hemos tenido grandes cubanos, tanto pensadores omo guerreros , por muy mala suerte, pues muy poco nos han durado. Los que se quedan, para desgracias nuestra son los que no sirven como.la generacion de los Castro.
ResponderEliminarHerminia.