(foto tomada de: El Lugareño)
Por: Saturnino Polón
Tras La Guerra Hispanoamericana (que los historiadores cubanos denominan
“hispano-cubana-americana”) y la formación del Estado Cubano independiente, era
una necesidad psico-cultural de la nación cubana hacer renuncia, olvido y hasta
critica despectiva de la corriente anexionista. Tras la revolución del 33, con
la aparición del populismo en la política cubana, este fenómeno de negación y
olvido se intensifico extraordinariamente.
Esta actitud estaba potenciada por dos factores. Primero el uso de un
nacionalismo mal entendido y demagógico construido alrededor un
antiamericanismo superficial e imitativo. El segundo factor lo constituyan las
fuerzas socialistas marxistas, especialmente el partido comunista, que usaban
el concepto de “imperialismo burgués”, concretado como “imperialismo yanqui”, como
lema para la propaganda ideológica y la lucha político social.
Para entender el anexionismo, en su verdadera esencia y función histórica,
tenemos que partir de la óptica que algunos de los más importantes forjadores
de la nación cubana (anexionistas ellos) tenían en el siglo XIX. Para ello
debemos recordar dos condiciones importantes, factores determinantes en ese
entonces. La geopolítica y la esclavitud.
Veamos primero los aspectos geopolíticos. Tras la toma de la Habana por los
Ingleses, ocupación que duro muy poco pero resultó impactante en el alma de los
criollos, a partir de 1777 y especialmente de 1812, la corona española
suprimió, progresiva aunque no totalmente, las restricciones al comercio de la
Isla de Cuba con otras naciones extranjeras. Además, debido a la corrupción
endémica del gobierno español, siempre más grave en el mundo colonial, existía
una fuerte corriente de contrabando. Con el comercio venia inevitablemente el
desarrollo económico y cultural. El conocimiento de otras culturas, filosofías
y modos de vida, la amplitud del pensamiento libre y la comparación, por los
criollos, de su vida con la de otros pueblos.
La monarquía española siempre vio esta libertad como un peligro potencial,
pero al mismo tiempo la necesitaba, puesto que la colonia de Cuba era una de
las principales fuentes de ingreso de la Corona, especialmente tras la pérdida
de las colonias americanas. Por supuesto, de inmediato comenzó un próspero y
siempre creciente intercambio comercial con las 13 colonias inglesas que
después de su independencia se transformaron en los Estados Unidos de América.
Por imperativo de la geopolítica, ya para mediados del siglo XIX el comercio
con los EUA era la parte mayoritaria del comercio exterior de Cuba.
Con este comercio vino también un intercambio cultural y la visita de los
patricios criollos y sus hijos al país norteño con fines comerciales,
educativos o simplemente de paseo. Surgió, naturalmente, la comparación entre
lo exitoso y libertario que era el sistema socio político estadounidense,
comparado con lo opresivo, dogmático y explotador de la organización colonial
española. También a Cuba llegaban las noticias sobre las dificultades, caos,
golpes de estado, bochinches y guerras civiles que asolaban prácticamente a
todas las antiguas colonias españolas de América que se habían independizado Por
tanto, este último camino no les resultaba atractivo.
El otro factor a considerar es la esclavitud. Para principios del siglo XIX
la población negra, esclavos en su gran mayoría pero incluyendo un
significativo número de negros y mulatos libres, sobrepasaba en número a la
población blanca, criollos y españoles sumados. Era un mundo donde se empezaba
a combatir abiertamente la esclavitud, comenzaba la revolución industrial con
su mecanización de las fábricas, y reinaba una revolución ideológica con las
luchas del pensamiento liberal (y el naciente socialismo) proclamado la
igualdad de todos los hombres. También pesaba mucho en la consciencia de los
criollos la sublevación de los esclavos de Haití que terminó con la fundación
de un país independiente controlado por los antiguos esclavos y donde los
blancos fueron muertos o expulsados. La esclavitud resultaba no solo anacrónica
sino altamente peligrosa; como causa potencial para el estallido o caos social.
El temor a la repetición en Cuba del caso haitiano, “la africanización de Cuba”
como se decía entonces, tenía una base real. De hecho este problema estuvo
presente en toda discusión sobre el futuro de Cuba durante la primera parte del
siglo XIX, no solo entre criollos y españoles, sino entre los grupos y
gobiernos extranjeros, fuesen americanos, ingleses o franceses.
El problema se complicaba grandemente porque la base de la riqueza cubana
era, en esos momentos, las producciones azucareras y cafetaleras objeto de
exportación en su mayor parte. Ambas industrias se basaban entonces en la
explotación de la mano de obra esclava y no era fácil substituirla por mano de obra
libre, o así al menos se creía. De hecho se hicieron varios intentos y todos
fracasaron. Conviene mencionar entre ellos los realizados por Domingo Gouicuría
quien organizadamente fomento la inmigración de trabajadores blancos libres, Primero
de Cataluña y luego del País Vasco.
Fracasó en ambos casos debido a que los trabajadores abandonaban las
plantaciones y se iban a las ciudades en busca de mejor fortuna.
El temor a la sublevación de los negros fue determinante en los destinos de
Cuba y en la demora en alcanzar su independencia. Mientras a comienzos del
siglo XIX la casi totalidad de los países latinoamericanos se lanzan a la lucha
que les condujo a su independencia; los cubanos prefirieron permanecer leales a
España y no hicieron nada por independizarse.
Cuando, a raíz de la lucha contra Napoleón, España intenta conformar una
monarquía de tipo parlamentaria se permite el envió de representantes de las
colonias a las Cortes; las cuáles en ese momento se pretendieron convertir en
una especie de parlamento nacional al estilo inglés. El escogido por Cuba
resultó ser el Padre Félix Varela. Pero el asunto termino mal, triunfo el
absolutismo y aquellas Cortes no solo fueron disueltas sino que sus integrantes
fueron condenados a muerte. El Padre Félix Varela tuvo que asilarse en los EUA.
El papel de Varela ha quedado un tanto distorsionado por la historia al
uso. Nos referimos a su papel político. En lo personal fue un hombre
excepcional, católico ferviente y sacerdote ejemplar, dedicado con humildad y
sacrificio personal al servicio del prójimo. Pero, en lo político, no fue un
verdadero independentista dispuesto a promover una lucha total, incluso de
acción directa, con tal de liberarse del yugo español. Por supuesto no podemos
pasar por alto que era un ferviente y sincero sacerdote católico. En virtud de
esa formación vital no podía ser un apóstol de la violencia. Pero la
insurrección armada era, en esos tiempos, prácticamente la única forma de
concebir como una región podía liberarse del control de otra región.
Su concepto era el de una monarquía parlamentaria con autonomía local en
las regiones al estilo ingles. Es muy importante subrayar que Varela, a pesar
de ser un fiel y verdadero católico era, igualmente, un convencido liberal
clásico. Varela es, en realidad, la raíz del autonomismo cubano. Y su
continuación es José Antonio Saco.
Ya en la década de los 1840’s, y ante la negativa de la Corona Española a
conceder libertades dentro de un régimen autonómico, comienza a surgir la
corriente anexionista que pronto cobrará gran fuerza.
En este punto podemos ver que, a pesar de la leyenda negra con que la
historiografía la ha denostado, la corriente anexionista no solo era lógica y
razonable, sino también contenía el
germen de una visión progresista. Recordemos la importancia del problema de la
esclavitud.
Tecera Parte y última sale el primero de octubre.
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