Mujer Azteca preparando chocolate y lo pasa de una vasija a otra. Foto tamada de Wikipedia |
Por Sophie
D. Coe and Michael D. Coe. Thames and Hudson.
Comentario por Jack Robertiello.
(Tomado de Américas, Abril 1997,
Extractado)
Para tener una primera impresión de Moctezuma en la
mesa, siempre debemos recurrir a Bernal Dí del Castillo: “Periódicamente se le
presentaba en copas de oro un licor preparado con cacao, según dicen de
naturaleza afrodisíaca…Observé varios cántaros más de cincuenta, llenos de
humeante chocolate…”.
¡Cincuenta
cántaros! Sin duda también cincuenta variedades, con chiles o canela, vainilla y
maíz molido, quizás con uno o dos insectos pulverizados, o cualquier cosa que
se le ocurriera al emperador.
Semejante
atención a los detalles y tal variedad para preparar bebidas a base de
chocolate podrán parecer desusadas a una cultura dominada por el café –y las
bebidas a base de cola- como la nuestra, pero pocos productos alimenticios han
gozado de un atractivo tan universal como los derivados sólidos, líquidos y en
polvo del fruto del árbol del cacao.
Los
amantes del chocolate tienen sus propios clubes, revistas y libros de cocina.
Aunque lo consideramos principalmente un dulce, a lo largo del tiempo el
chocolate y el cacao se han utilizado para curar fiebres, dolores de pecho y de
estómago, tos, mala digestión y espasmos. En sus múltiples formas, el chocolate
ha merecido desde hace mucho tiempo tener su biógrafo, y ahora lo tiene.
La
antropóloga e historiadora Sophie D. Coe, que en 1994 escribió una notable historia
de la cocina indígena, America’s First
Cuisines, falleció antes de terminar esta obra sobre la “oscura,
agradablemente amarga y químicamente compleja sustancia que conocemos como
chocolate”. Pero con la contribución de su marido Michael Coe, antropólogo de
la Universidad de Yale, que en 1989 recibió el premio “Tatiana Proskouriakoff”
otorgado por la Universidad de Harvard en reconocimiento de sus investigaciones
mesoamericanas, el libro de Sophie D. Coe se ha convertido en un hito con el
que habrán de compararse otros libros sobre el chocolate, con frecuencia plenos
de mito y conceptos erróneos.
Poco
después de la caída de los aztecas, a los nativos de la región central de
México se les pagaban 100 granos diarios por su trabajo, en épocas en que el buen
pavo costaba 100 gramos regulares o 120 granos pequeños. Mientras los
españoles, obteniéndose todavía de utilizar el valor del cacao como alimento,
adoptaron el hábito de los indígenas de emplearlo como moneda, los aztecas, en
su intento por sobrevivir la invasión europea, aprovecharon la altivez española
recurriendo a una cierta falsificación
de los granos del cacao.
El libro,
con excelentes ilustraciones, constituye un placentero viaje a lo largo de la
historia del chocolate, y es precisamente lo que necesitan los amantes del
chocolate, los aficionados a la cocina, los historiadores culinarios e incluso
los que sienten curiosidad antropológica.
Tomado de: Pensamiento
Publicación Literaria e Histórica, Vol. 3 Número 1, Marzo, Mayo 1997.
Sobre el Café y el Chocolate
René León
En el vol.
1, Núm. 3 de Sept-Nov.1995, de Pensamiento,
sale publicado con el título de “Su
Majestad el Café” un artículo mío sobre el uso que se hacía en América del
chocolate, y como al pasar los siglos, -tres- fue destronado en Cuba, por el
café. Después de leer el interesante comentario de Jack Robertiello, confirma
muchas de las informaciones dadas por mí. Otro de los historiadores de aquella
época que se refiere al uso del chocolate, es Fray Bartolomé de las Casas.
En Cuba se
inicia la siembra del cacao en la parte oriental de la isla, y al pasar los
años, es la zona central y en especial Remedios, es donde se centraliza su
cultivo, esto es a mediados del siglo XVII. Cuba empieza a importar cacao de
México y Venezuela, para su consumo. Según el historiador cubano ya fallecido
Levi Marrero, el dice: “Los españoles modificaron la producción del chocolate, eliminando las fuertes
especies que adicionaban al cacao los indígenas y reteniendo las especies más
suaves, como la vainilla, además de añadirle azúcar y canela”.
El
chocolate no tenía contrario en la mesa de las familias cubanas. Temprano en la
mañana, en la tarde o en la noche, se servía en la vasija de moda de aquellos
años, “la jícara” en la mayoría de las casas. Pero poco a poco otra bebida no
alcohólica iba invadiendo sus predios. Muy despacio iba ocupando la mesa y el
paladar de las familias, y al pasar los años sería “SU MAJESTAD EL CAFÉ”
(Extratado)
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