Lola Benítez Molina
Málaga (España)
La lectura del nuevo libro del profesor, historiador
y poeta D. René León, ampliamente reconocido por su trayectoria, es de vital
importancia por varios motivos: está escrito en primera persona por su autor,
por tanto, nos ofrece una visión fidedigna de la historia de Cuba, pero,
además, se adentra en las costumbres, así como en las leyendas que contribuyen
a crear la idiosincrasia de todo un país. Y, si, además, a eso añadimos la
belleza literaria, la descripción de los parajes sin igual, que conforman el
paisaje de la incomparable isla de Cuba, podemos decir que estamos ante una de
las mejores obras escritas en la actualidad.
Por tanto,
costumbres, leyendas e historia se entremezclan y son expresadas de manera
fehaciente por D. René, una de las personas más inteligentes que he conocido,
que sabe contrastar como nadie los hechos acaecidos. Pero, además, es de las
personas que para mí son héroes, héroes a los que las vicisitudes de la vida
engrandecen.
La habilidad
de un buen escritor es embelesar al lector y que éste solo desee avanzar en la
creación literaria que tiene entre sus manos, pues bien, D. René consigue que
nos adentremos en el pueblo de Casilda, que parezca que nos encontramos en su
puerto, en sus calles. Es un bello viaje que nos transporta al pueblo donde el
escritor pasó su niñez y juventud felizmente. D. René nos relata la gran fiesta
en honor a su patrona “Santa Elena”, en la que los bailes, con música típica de
La Habana no podían faltar, como broche de oro, para terminar de festejar el
gran día. Asimismo, nos da a conocer la gastronomía típica de la zona; nos
conecta con sus gentes; nos hace disfrutar de su unión, de su solidaridad. ¡Qué
mayor virtud que ser “amable, bondadoso y caritativo”, palabras que dedica a la
comadrona! Como ejemplo a seguir, no podía faltar Isidro Pujol “el Boticario”,
persona esta de unas cualidades humanas sumamente positivas.
También es de
obligada mención el capítulo que dedica a “Las Serenatas”, una hermosa
tradición, en la que nos ofrece con gran sensibilidad una estampa muy tierna de
cómo era la inocencia y la ilusión en las edades tempranas de aquellos tiempos.
Y así, nos dirá: “He vuelto a pensar en mi Cuba, la de ayer…”, para concluir
diciendo: “Siempre nos vendrá a nuestro espíritu el recuerdo de aquellos años
pintorescos y felices, y de ese pasado dichoso sólo nos queda su recuerdo, que
a través del tiempo se va haciendo imperecedero”.
Cada capítulo
encierra una visión muy hermosa y humana de su Cuba natal, así como el paso del
tiempo de forma inexorable, una constante en muchos escritores. “Nacemos para
vivir, refiere Facundo Cabral, por eso el capital más importante que tenemos es
el tiempo. Es tan corto nuestro paso por este planeta que es una pésima idea no
gozar cada paso y cada instante, con el favor de una mente que no tiene límites
y un corazón que puede amar mucho más de lo que suponemos”. Cómo, pues, volver
atrás, como si nada hubiese cambiado. Es evidente que al dejarlo plasmado en el
papel es una forma de detener el tiempo desde la serena quietud de la persona.
El viento no podrá arrastrar las palabras, que quedarán eternas en el papel,
como deberían quedar muchos momentos vividos de felicidad. D. René ansía volver
a sus amadas Trinidad y Casilda, que en sus sueños permanecen perennes, sin
perder un ápice de su belleza.
De Casilda
manifiesta el autor de esta obra, tras salir victoriosa ante los fuertes
embates del destino y tras la sacudida de un huracán: “Quizás el futuro le
devuelva su alegría, su sincera hospitalidad y la libertad”. De Trinidad, a su
vez, escribe: “Sé que el tiempo se ha detenido en sus rincones más pintorescos,
porque ella vive el presente, sin olvidar el pasado cargado de misterio. Trinidad,
se puede decir, es leyenda y tradición. Cuando la visitaba sentía dentro de mí
una felicidad interna que me invadía”.
D. René León
escribe con soltura y maestría entremezclando historia y literatura, como
Washington Irving, considerado uno de los escritores más importante de todos
los tiempos, y del que nuestro insigne narrador realizó un exhaustivo estudio
de su vida y obra. Ciertamente, estamos ante una historia rebosante de interés,
de fascinación, de frescura, escrita con un estilo de un purismo total,
delicado y exultante, con una luminosidad pletórica de energía y entusiasta. En
definitiva, D. René cumple a la perfección su labor de escritor, pues tiene
siempre presente que “la misión del novelista, manifiesta Schopenhauer, no es
relatar grandes acontecimientos, sino hacer interesantes los pequeños”. Un
trabajo arduo y silencioso es el del buen escritor con el que plasma en el
papel todo lo que el ser humano piensa y siente, pero no es consciente de ello.
Con esta obra, D. René nos
sumerge en sus ideas y pensamientos, y con un novísimo vocabulario de sangre
ardiente y generosa, de pulpas apetitosas por emotivas y entusiastas... y con
bríos de huracán, es decir, de forjar una narración con la energía vivaz, el
refinamiento y la grandeza de sus más puros sentimientos, amalgamados con un
léxico poseedor de una vitalidad inusual y flamante y vehemente..., que mana
continuamente del manantial de su ser de escritor.
Así se expresa D. René león con
sus pulsos poblados de cantos, que incitan a esta tierra embrujada y hechicera,
amada con transparencia de corazón en flor, a seguir buscando esa luz que todo
lo sostiene y lo vitaliza, y con un empuje de sentimientos propios, capaces de
abrir senderos hasta en las sierras más abruptas, en los corazones rocosos y
amurallados y en los mundos completamente desmantelados, vacíos.
La savia literaria de “Recuerdos
del ayer; Trinidad / Casilda” ensambla, intencionadamente, al autor con el
lector, y viceversa, lo cual contribuye a incrementar la luminosidad y la
sustancia vital de la comunicación mental entre ambos. Conexión íntima que
favorece la catarsis, sin tiempo ni espacio, que los fusiona psíquicamente al
compartir uno y otro la esencia de la obra desde sus raíces más profundas. Por
todo ello, puedo decir que D. René es consciente de ese antiquísimo proverbio
latino que nos dice que “la palabra hablada perece; la palabra escrita perdura
(Vos audita perit; litera scripta manet)”.
He leido el comentario por la escritora Lola Benitez, muy interesante y bien escrito, Fui a Trinidad en el ano de 1960 siendo joven y la ciudad me encanto. Bien antigua. Me ha gustado el articulo, escrito por esa joven escritora.
ResponderEliminarJo Gutierrez