por Roberto Soto Santana ,
de la Academia
de la Historia
de Cuba (Exilio)
CBV, docente, periodista novelista, cuentista y
-destacadamente- poeta, es un escritor malagueño de reconocida valía en la Literatura española, y que
lleva vertidas hasta ahora en dieciséis poemarios sus inquietudes
versificadoras articuladoras de sus percepciones vitales.
En este caso, una disquisición en verso con el
contenido que no cambia entre una civilización y otra, entre una época y otra:
en este caso, centrado sobre el “yin” (o principio femenino) de la dualidad del
“yin” y del “yang” (principio masculino), que integran, según el taoísmo, las
fuerzas fundamentales opuestas y complementarias que se encuentran presentes en
todas las cosas.
Descuella entre esos libros, en particular,
“Sinfonía a Dana”, que es una alabanza epinicial de la Mujer , en todas sus facetas
de dadora de vida, compañera indispensable del Hombre, y singularmente germen y
hontanar del amor (la llama el poeta: “Diosa de luz, mujer toda alegría/Por
fin, bebo belleza de tus fuentes”).
El amplio abanico
versificador que cultiva va desde el lacónico pero vigoroso haiku hasta los
poemas en endecasílabos sueltos –esta última, una estructura tan del gusto de
Gaspar Melchor de Jovellanos, en cuanto ejemplo de la estética neoclásca, y en
los vagidos del Modernismo el modo expresivo más intenso utilizado, en sus
Versos Libres, por José Martí, de quien opinó Miguel de Unamuno: “…el que se
pone a escribir, o mejor a improvisar con la pluma versos, porque el alma le
pide versos, le demanda expresión rítmica de sentimientos fugaces encarnados en
calientes imágenes, ese tal escribe, sin apenas darse de ello cuenta,
endecasílabos libres. Y así Martí.”-
Y así, con referencia a Benítez
Villodres puede apuntarse con idéntica justicia.
Este poemario cuenta con un
prólogo altamente epistemológico, ya que arroja luz sobre el origen en la Edad de Hierro de la deidad
más antigua del lar celta, su primacía entre todos los que conforman el Panteón
de ese pueblo –cuya implantación llegó a extenderse a toda Europa-, y su
calidad de diosa benéfica y, lo que es más trascendente, de Madre Primigenia de
la Humanidad
y protectora de la Naturaleza. Queda
así establecida, y salta a la vista sin dificultad, la identificación de esta
figura de culto con la de la Virgen Madre
de Dios venerada en las religiones abrahámicas o semíticas.
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