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sábado, 1 de julio de 2017

UNA APOLOGÍA DE LA FEMINEIDAD, de la pluma de Carlos Benítez Villodres


por Roberto Soto Santana, de la Academia de la Historia de Cuba (Exilio)

CBV, docente, periodista novelista, cuentista y -destacadamente- poeta, es un escritor malagueño de reconocida valía en la Literatura española, y que lleva vertidas hasta ahora en dieciséis poemarios sus inquietudes versificadoras articuladoras de sus percepciones vitales.
En este caso, una disquisición en verso con el contenido que no cambia entre una civilización y otra, entre una época y otra: en este caso, centrado sobre el “yin” (o principio femenino) de la dualidad del “yin” y del “yang” (principio masculino), que integran, según el taoísmo, las fuerzas fundamentales opuestas y complementarias que se encuentran presentes en todas las cosas.
Descuella entre esos libros, en particular, “Sinfonía a Dana”, que es una alabanza epinicial de la Mujer, en todas sus facetas de dadora de vida, compañera indispensable del Hombre, y singularmente germen y hontanar del amor (la llama el poeta: “Diosa de luz, mujer toda alegría/Por fin, bebo belleza de tus fuentes”).
            El amplio abanico versificador que cultiva va desde el lacónico pero vigoroso haiku hasta los poemas en endecasílabos sueltos –esta última, una estructura tan del gusto de Gaspar Melchor de Jovellanos, en cuanto ejemplo de la estética neoclásca, y en los vagidos del Modernismo el modo expresivo más intenso utilizado, en sus Versos Libres, por José Martí, de quien opinó Miguel de Unamuno: “…el que se pone a escribir, o mejor a improvisar con la pluma versos, porque el alma le pide versos, le demanda expresión rítmica de sentimientos fugaces encarnados en calientes imágenes, ese tal escribe, sin apenas darse de ello cuenta, endecasílabos libres. Y así Martí.”-
            Y así, con referencia a Benítez Villodres puede apuntarse con idéntica justicia.
            Este poemario cuenta con un prólogo altamente epistemológico, ya que arroja luz sobre el origen en la Edad de Hierro de la deidad más antigua del lar celta, su primacía entre todos los que conforman el Panteón de ese pueblo –cuya implantación llegó a extenderse a toda Europa-, y su calidad de diosa benéfica y, lo que es más trascendente, de Madre Primigenia de la Humanidad y protectora de la Naturaleza. Queda así establecida, y salta a la vista sin dificultad, la identificación de esta figura de culto con la de la Virgen Madre de Dios venerada en las religiones abrahámicas o semíticas.
  



El taijitu, la forma más conocida de representar el concepto del yin y el yang (yīnyáng).

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