Eliana Onetti (1944-2008+)
Cuenta Ricardo Núñez Portuondo que el 20 de mayo de 1902 a las 12
meridiano, comenzó, en el antiguo Palacio de los Capitanes Generales en La
Habana, el Acto oficial en el que el Gobernador Militar de la Isla General
Leonardo Wood hacía entrega –en nombre del Presidente de los Estados Unidos de
Norteamérica, Teodoro Roosevelt, del poder y gobierno de la Isla de Cuba al
primer Presidente de la República, electo por la voluntad expresa del pueblo
cubano: el señor Tomás Estrada Palma.
A las 12:10 minutos, en el preciso
instante que la bandera norteamericana era arriada en el Palacio, se ordenó su
descenso en el mástil del Morro de La Habana y, a los acordes del himno de Bayamo –tras una
salva de 13 cañonazos- el General Emilio Núñez izó a las 12:15 minutos la
bandera de Narciso López en el Castillo del Morro.
El pueblo estalló entonces en
indescriptibles manifestaciones de júbilo patrio al presenciar la culminación
del doloroso proceso de forja de la Independencia de Cuba, y su nacimiento como
nación. Hasta ese momento, y desde 1898, los cubanos habían tenido una
Intervención extranjera en suelo patrio en que la esperanza de libertad e
independencia estaba sumida en incertidumbre debido a esa Intervención
norteamericana. Cuatro años de lucha política y diplomacia, sorda y dramática
aunque incruenta, que tan bien plasmó Bonifacio Byrne cuando escribió su poema
“Mi Bandera”.
A partir de ese 20 de mayo,
comienza la no menos patética historia de la República de Cuba, mediatizada por
la Enmienda Platt, traicionada por sus mejores hijos, marcada desde su
nacimiento por las desavenencias, las envidias, el orgullo desmedido, la
avaricia y las corruptelas. Hasta Estrada Palma, heredero de la obra de Martí,
quien lo dejó al frente del Partido cuando se fue a morir en los campos de Dos
Ríos, prefirió asesinarla antes de renunciar a su mesiánico orgullo de anciano
prevalerte. Olvidaron ¡todos! Los deseos del Apóstol:
“Yo quiero que la ley primera de
nuestra república sea el culto a la dignidad plena del hombre. En la mejilla ha
de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier
mejilla de hombre. O la república tiene por base el carácter entero de
cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por si
propio, el ejercicio integro de los demás: la pasión, en fin, por el decoro del
hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota
de sangre de nuestros hombres!...!Alcémonos para la república verdadera…!
Estrada Palma, aquel anciano
patriota, olvidó que la “Patria es ara; no pedestal” y el 29 de septiembre de
1906, renuente a sacrificarle su propio orgullo, la entregó inerme a una nueva
Intervención que duró hasta el 28 de enero de 1909.
Yo recuerdo los “20 de mayo” de mi
infancia, llenos de sol, de zapatos blancos de estreno, de paseos por el
Malecón, de asueto feliz y de fervoroso orgullo mambí. Recuerdo los trajes de
dril de los hombres y los vestidos multicolores de las mujeres con ojos de
mayo, orgullosas de su palmito y de su elegancia. Y me preguntó dónde y cómo
estaríamos hoy si hubiésemos sido entonces más conscientes de que la república
era la herencia de quienes, con sacrificio de sus propias vidas, quisieron una
Cuba “con todos y para el bien de todos”. Si hubiésemos tenido bien presente
que nuestro disfrute debió haber sido más bien el sagrado e ineludible deber de
mantener esa república incólume, pura y unida.
Porque los pueblos somos miopes, y
olvidadizos, y cortos de entendederas, y desdeñosos de lo verdaderamente
esencial y valioso, como aquella Eva que, inconsciente, despreciaba el alfiler
de oro oscuro por prenderse al oscuro talle un diamante embustero. Así somos.
Y hoy, nuevamente, 20 de mayo. Una nueva oportunidad
para aprender de nuestros desaciertos, para evitar culpar a terceros de sus
consecuencias, para reconocer qué hemos hecho mal y cómo evitar frívolos
olvidos en el futuro que puedan hacernos cometer los mismos errores una y otra
vez. Para acercarnos –espiritualmente al menos- al monolito de Avenida 41 y
Buen Retiro en Marianao y repetir, con Enrique José Varona, que “Si los cubanos
honrados se hubieran conformado, Cuba seguiría siendo colonia”. Y meditemos en
el significado de estas sencillas palabras que tan grande verdad encierran.
Si los cubanos honrados no nos
hubiéramos desentendido en gran medida de las necesidades de nuestra patria; si
no nos hubiéramos conformado, Cuba sería –quizá- hoy una República en
democracia.
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