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Poblado hacia la segunda década del siglo XVIII, con el nombre de San José del Astillero, debido al establecimiento de este último en sus predios, el barrio de Jesús María, en La Habana antigua de extramuros, es uno de sus términos más populares.
En 1753, en la Calle Real de Jesús María, hoy Revillagigedo, fue levantada una ermita a Jesús María y José que le dio nuevo nombre a la barriada. Con esta calle se asocia una de las leyendas más vivas de Jesús María. Cuentan que en ella vivió una negra llamada Amalia, protectora de revolucionarios y esclavos perseguidos por las autoridades coloniales, los escondía y les facilitaba la salida como polizontes hacia Haití u otras tierras, era además la Madrina de los centros ñáñigos del barrio, lo que hizo que los humildes habitantes ayudados por ella, se autonombraran, hijos de Amalia. Así se conocían en el siglo XIX y de ahí que se derive que a los de Jesús María, se les llame amalianos.
Un segmento de este barrio era conocido como El Manglar, asiento preferido de los famosos “negros curros,” provenientes de Andalucía y que fueron muy notorios en La Habana debido a sus fechorías, su modo de andar, de vestir, en fin, por su fama de “buscavidas”. Asimismo los describió Don Fernando Ortiz en su obra Los Negros Curros, estos eran hombres de piel oscura con largas trenzas sobre sus frentes y hombros, usaban pantalones de campana estrechos hacia abajo y camisa blanca con cuello ancho y dientes de perro en vez de borde. Usaban un pañuelo de algodón tendido en ángulo en la espalda y atado por delante sobre el pecho. Tenían los pies apenas cubiertos por unas zapatillas que arrastraban a modo de chancletas, y en los lóbulos de sus orejas colgaban dos lunas menguantes a semejanza de oro. Sobre un zarzal de trenzas rizadas, llevaban siempre un sombrero de paja. Bajo la manga de la camisa, en el pañuelo o en la mano, no faltaba el afilado puñal. Sus dientes estaban cortados en punta a modo carabalí y los dedos de las manos llenos de sortijas. Eran afectados en el hablar y caminaban contoneándose y meneando los brazos hacia alante y atrás.
Los llamados “negros curros” eran hombres libres en su totalidad, no tenían oficio ni beneficio, eran pendencieros y muchos vivían del hurto, el robo, la matonería y el proxenetismo.
Aunque marcado por la existencia de los “Curros del Manglar”, el barrio de Jesús María también se destacó por la presencia de centros culturales importantes y por ser la cuna de músicos y ritmos que trascendieron, no ya los límites de la barriada, sino de toda La Habana y de Cuba. No se puede hablar del barrio sin mencionar a la sociedad Unión Fraternal, en Revillagigedo entre Gloria y Misión, la cual fue fundada en 1886, para las personas llamadas “de color”, o sea, para negros y mulatos, como un centro cultural de Socorro y Ayuda Mutua; con salones de bailes, escuelas, farmacias, y otras comodidades para sus miembros. Esta institución tuvo como presidente de honor nada más y nada menos que al patriota Juan Gualberto Gómez. Otro centro cultural importante de la localidad fue el Club Atenas, en la esquina de Zulueta y Apodaca, de carácter clasista, pues sólo pertenecían negros o mulatos profesionales o adinerados. También en la calle Revillagigedo se inauguró la Asociación de Carteros.
En Águila y Apodaca vivió el famoso violinista negro Claudio Brindis de Salas; en Gloria entre Aponte y Factoría, Barbarito Diez, una de las voces más bellas de la música cubana, y en Aponte 125, Rafael Cueto, integrante del Trío Matamoros. No por diferente se puede obviar que, en 1939, en este barrio se formó una de las más importantes comparsas del famoso carnaval habanero, La Jardinera.
En la esquina de Gloria y Zulueta se halla la Agrupación Artística Gallega, decana de las instituciones culturales de esa región en Cuba, fundada en 1917; en Factoría entre Apodaca y Gloria, la Beneficencia Montañesa y en Corrales número 64, la Beneficencia Asturiana.
El parque de Jesús María sigue siendo hoy el centro de la barriada, de su vida cultural y cotidiana. Flanqueado por tres majestuosas ceibas, evoca al mismo tiempo la presencia de los cultos afrocubanos en la localidad, y del catolicismo que le imprimen la iglesia y la estatua del padre Doval, ilustre cubano que ejerciera altas funciones monasteriales en Madrid y varios lugares de La Habana. Siendo Doctor en Teología, Filosofía y Derecho Canónigo, se destacó por su meritoria labor como profesor. Desde su fallecimiento en 1914, el parque lleva su nombre.
Tomado de Habana Radio 13 de diciembre de 2013
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