René León
El Malecón de La Habana
está lleno de recuerdos para aquellos que lo recuerdan con cariño. Lugar al que
íbamos para disfrutar de la brisa del mar, o ver la caída de la tarde, o
caminar cogidos de la mano de una enamorada en nuestros años de juventud.
La primera
noticia que se tiene sobre el área donde hoy está el Malecón, nos viene del año de 1530. La caleta de Juan
Guillén se llamaba, donde más tarde se construiría el Torreón de San Lázaro.
Estaba situado en lo que es las calles de Belascoaín y San Lázaro, y era
conocido como el camino de la Playa, por allí se iba al río de la Chorrera. Por
este lugar sería por donde desembarcaría el corsario Jacques de Sores, el 10 de
julio de 1555. Un año más tarde se levantaría el Torreón de San Lázaro, siendo
reconstruido nuevamente en el año de 1663, para que sirviera de atalaya en esta
parte de la entrada de la bahía. Lo que es el Malecón, era llamado antiguamente
el Camino de la Playa de San Lázaro, donde se encontraban los Baños de San
Rafael, que eran los baños públicos para los vecinos de la villa. Las barreras
de arrecifes en la costa protegían que las olas se pudieran internar en la zona
donde ya se iban construyendo casas. Era una protección natural que los
defendía de los ataques del mar.
Al
terminar la guerra de Independencia en 1898 (Estados Unidos intervino en la
guerra que Cuba tenía contra España, donde los españoles estaban siendo
derrotados. Al explotar el crucero Maine en la bahía de La Habana, se acusó a
España de sabotaje. Nunca lo hubo, explotó por la convulsión de los explosivos).
El gobierno interventor decidió la construcción del Malecón por razones de
“salubridad y ornato público’. Sobre su construcción dice el historiador Emilio
Roig de Leuchsenring (†): “…entre las avenidas modernas de la ciudad, construida
durante el período de ocupación militar norteamericana y no con intención de
mejorar el tránsito sino por razones de salubridad y ornato público.”
El primer
tramo se extendía desde el Castillo de la Punta hasta la Calzada de Belascoaín,
esto sucedía allá por el año de 1901, y se pondría una placa recordando su
inauguración en la entrada del paseo del mismo nombre. En aquellos años se le
llamaba Avenida del Golfo, Avenida del General Maceo, pero fue y es conocido
como el Malecón. Al principio en el extremo donde se encuentra el Paseo del
Prado, se había levantado una glorieta pequeña, donde se situaba la Banda
Municipal o Militar y se ofrecían retretas ciertos días de la semana
En el año
de 1921 se extiende su construcción hasta la entrada de la zona conocida por
Vedado; en 1927 se sigue la construcción por la sección del Castillo de la
Punta, hasta los muelles, denominándose Avenida del Puerto. En 1930 se sigue la
obra hasta la calle G, y en 1950 hasta el Castillo de la Chorrera.
Los
jóvenes y niños tenían la costumbre de ir a bañarse a sus pocetas, de formación
natural, y muy pocas veces hubo personas que se ahogaran en ellas. Al principio
de su construcción era de moda el salir a pasear en las conocidas “guaguas”
tiradas por caballos, y alguna que otra volanta o calesa que iban quedando.
Después vendrían los tranvías eléctricos, y más tarde los automóviles que
serían los que se pondrían de moda. Muchas historias tiene el Malecón. Los
ciclones del año 1919, donde el mar llegaría hasta la calle de Campanario, y en
1926 el agua llegó a la calle de Colón por el Paseo del Prado. La esquina de
Prado que daba al Malecón, era punto fijo de los noctámbulos, bohemios, poetas,
escritores y mujeriegos. El primer edificio o rascacielos que se construyó en
La Habana, fue en la esquina de San
Nicolás. En la esquina de Belascoaín y San Lázaro, estaba el café Vista
Alegre, lugar de reunión de los trovadores de esa Cuba del ayer..
Recuerdo que por el Malecón deambulaba la gente
sin trabajo que en aquellos tiempos no eran tantas, las muchachas que se
citaban con sus enamorados. Los muchachos que se escapaban del colegio, y se
iban en sus bicicletas o patínes. Hombres en mangas de camisa se iban con su
carnada y su anzuelo a los arrecifes, y se ponían a pescar. Por la tarde la
gente se sentaba en su muro, para ver la caída del sol en el infinito. Las olas
del mar batían los muros, salpicando con su salitre a los que se sentaban.
Tantas cosas quisiera recordar en este momento. Que en mi mente quedara el
recuerdo de las cosas que uno vivió y pudo disfrutar, y que permanecieran
incólumnes por toda la vida.©
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