J. A. Albertini
La facultad del amor es la única
fuente de todas las certezas.
Simone Weil.
Carta para
Adriana y otros cuentos, libro de relatos del escritor cubano
Roberto Hernández Russi, alumbrado por Ediciones Baquianas, es una obra en la
que se agrupan diez historias elegidas, entre otras, de estilos y temas variados
que, a lo largo del quehacer creativo del autor, en diferentes épocas y momentos, fueron concebidas al ritmo de la
vida. La vida real donde lo sucedido, lo posible, y la espera se imbrican armoniosamente
para lanzar un mensaje de fidelidad a la esperanza y al amor en todas sus
manifestaciones.
Hernández Russi guionista, productor
de radio y televisión ha sido y es colaborador
frecuente de publicaciones variadas. Desarrollando en artículos, relatos
verídicos y de ficción asuntos humanos, ecológicos y literarios. Su prosa directa y clara; carente de rebuscamientos,
con precisión de cámara cinematográfica, proyecta imágenes llenas de colorido y
sentimientos no ajenos.
En Carta para Adriana, narración
que inicia el volumen, empleando el género epistolar, el autor en escrito
dirigido a la hija fallecida de pequeña, en gesto de amor pleno, que reafirman
sus valores éticos y religiosos, cimenta la fe en el reencuentro ineludible y permite, con
sonrisa de porvenir, que el lector penetre en su mundo íntimo. Ese mundo que, más allá de la visibilidad, latido a latido, comparte, nunca ha dejado de hacerlo, con la
pequeña Adriana. Conocer el contenido de la misiva causa una sacudida de
ternura inefable. Entonces, más que leer se pueden escuchar las palabras
agradecidas que el progenitor le dedica a Dios y a ese pedacito de luz, por siempre eterno e indisoluble de su existencia, que se
llamó y sigue nombrándose Adriana: No
eras una niña cualquiera…Eras un bello y pequeño ángel que Él nos
enviaba para cuidarlo y quererlo, pero también para que aprendiéramos de ese
angelito una manera de vivir y de valorar la vida humana más allá de los valores
materiales y cotidianos.
En la mayoría de los relatos siguientes que
integran el libro, encontramos girones de melancolía, emanados de la pluma de
alguien que por circunstancias ajenas a su voluntad sufrió el desarraigo no
deseado de lugares, amigos, paisajes olores, sabores y recuerdos ligados a lo
habitual que se desdibuja en la lejanía presente.
Erase una vez…un pueblo es la mirada de una
memoria que retrocede a la niñez que se asoma a la adolescencia para contar
como era el regazo de su ciudad. De la mano de Roberto Hernández Russi
recorremos las calles pueblerinas de entonces y asistimos a la iglesia católica
donde el afable sacerdote Collin MacDermont, aficionado a la velocidad de las
motocicletas y al buen vino, domingo tras domingo imparte sermones llenos de
verdadera comprensión humana y cristiana. Severino el carpintero, el perro
Moncada, Johnny, Vicent, los enanos y otros personajes locales emergen de las
páginas para darnos la certeza que la ciudad de Colón, en la provincia de
Matanzas, también nos pertenece porque lo único que realmente varía de uno a
otro núcleo poblacional de Cuba es la ubicación geográfica.
¡Ah! Mi pueblo, mi infancia, los amigos de entonces. Hoy me siento más
nostálgico que de costumbre… El autor declara al
inicio de Nostalgia, relato que
vuelve a recrear, con sentimiento de pérdida irremediable, la ciudad
provinciana, cuna de afectos, sueños y fantasías ligadas a los “comics” de Los Halcones Negros, El príncipe Valiente,
El Pájaro Loco, etc. También, el abuelo Antonio, aficionado al cine,
resucita para en mediodías de matinée, desde la penumbra del cinematógrafo, introducirlo
en el mundo de Tarzán, El Hombre Lobo, John Wayne y Fred Astaire que danza por
siempre, acompañado de una joven beldad, etérea e imbatible. Y en pos de la
belleza, emulando a los héroes del celuloide y de la literatura universal que
recién descubre, disfruta del primer amor. Amor inocente que quedó en un verano
de rostro juvenil con sabor a cigarrillos mentolados, al mismo tiempo que la
casa solariega se hundía en una pátina de reloj extraviado.
Réquiem por el Strand es una narración que
se refiere a la demolición de un cine de barrio. El Strand se muere, con esa oración se inicia la crónica, a través
de los ojos de un asistente que contempla los minutos finales de la sala en el
que reinaron figuras fabulosas, como Charles Chaplin, Buster Keaton, Burt Lancaster o Sofía Loren, seres que desde el blanco y
negro o el tecnicolor de la pantalla trasmitían a los espectadores pasiones
variadas, posibilidades de aventuras y travesías en naves piratas. Pero quien ahora, con otros vecinos, contempla
la caída del edificio para sepultar en polvo y escombros a tantas luminarias
del séptimo arte no puede dejar de pensar en Camejo, el proyeccionista que tan
buenas migas hacia con la muchachada del barrio y proclamaba que era un
especialista de la anatomía de Brigitte Bardot. El Strand se iba al igual que
un día partieron, para nunca regresar, los tres Reyes Magos de la infancia del
espectador. El Strand ha muerto, con
aseveración contundente finaliza la crónica y comienza la reflexión del
lector.
Y en el cuento La
dama de La Habana impera al rompimiento brutal del entorno. El autor
valiéndose de una mujer mayor, pletórica de dignidad que se contrapone al
deterioro corporal, nos lleva a la ciudad capital que por obra de manos
extrañas se deteriora y la cual,
también, él de manera brusca e inesperada, abandonará. Eduardo, el
protagonista de esta historia en un
recorrido en que llena su ser con el amor que le profesa a la urbe, vestida de
harapos arquitectónicos, se topa con el escenario de un accidente lamentable.
Una señora entrada en años se ha lanzado al pavimento desde un balcón. Se ha
inmolado, pero sus ojos verdes profundos parecen contemplar las estrellas y sus
labios sonreír. Minutos más tarde, Eduardo, inopinadamente, es atropellado por
un automóvil y perece. De pronto, sin conocer que ha muerto se contempla
flotando, de la mano de la dama suicida, por sobre su Habana que como tantos
pueblos y lugares queridos lo despide para siempre con una sonrisa de mujer.
Entonces, Eduardo recuerda que la calidez de la mano de la dama de pelo rojo,
piel blanca y ojos verdes es igual a otra mano: Como cuando era niño y su madre lo llevaba al parque.
Asimismo, Carta
para Adriana y otros cuentos alberga relatos como Ojos azules y Otoño. El
primero explora y especula alrededor del misterio de la muerte con perspectiva
de mañana. Mañana prometedor de existencia fecunda; tal vez en otra dimensión
de la existencia. Otoño, por su parte,
centra la idea en las relaciones, primero de amistad y luego de amor, que se
originan entre un hombre mayor, por más señas viudo reciente, y una joven
entusiasta. Antes de conocerla, él piensa que sólo le queda recordar y vivir lo
que le resta de conciencia atemperándose a su edad. No obstante, el amor inesperado
destapa una nueva luz que revitaliza y colorea con matices de vigor renovado la
palestra de sus motivaciones.
Tres narraciones más completan la obra de Roberto
Hernández Russi. Ellas son: El hacedor de
milagros, Los encuentros celestiales del soldado Pérez y Sansón, que al igual que las reseñadas,
combinan admirablemente, realidad, imaginación y amor. Amor que desborda la
palabra impresa y se vuelve carta entrañable. Carta para Adriana: La pequeña lo miraba con esa mirada que él
tan bien conocía…Llego junto a la niña y la abrazo muy fuerte mientras ella
reía. Después, la tomó de la mano y juntos los dos, con sus rostros brillantes
de felicidad comenzaron a caminar hacía la Luna mientras un gran coro de
ángeles…
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