Un pobre hombre gemía
por no encontrar una rosa;
lo único que quería
su enamorada hermosa.
Roja tenía que ser
la rosa tan deseada
no de otro parecer;
como exigía la amada.
¡Rosa roja! así gritaba
la aparente enamorada.
Su pesar a toda hora
el hombre ya compartía
con la frágil golondrina
que a visitarlo venía.
El ave tan dulce y tierna
trinaba y desaparecía
para pensar en la ayuda
que al enamorado daría.
Y entonces la golondrina
apretó su corazón
a una rosa con espinas:
cuando la sangre brotó
en gotas de compasión,
la pálida flor de un día
la golondrina tiñó
y su vida se desvaneció.
Aquella mañana aciaga
el buen hombre despertó
y al lado de su almohada
la rosa roja encontró.
Emocionado y ausente
hacia su amada corrió
con sus deseos ardientes.
En otros brazos la encontró.
La rosa palidecía,
sin pensarlo, la arrojó.
El sacrificio de un día
de la pobre golondrina
¡qué pena!
Ileana Fleites-La Salle
Abril 2014
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