Al
encabezar desde la isla de Contoy, frente a las costa de Yucatán, a los
expedicionarios insurgentes embarcados en el vapor Creole, Narciso López llevaba entre varias proclamas una que
anunciaba que “la estrella de Cuba, hoy opacada por las brumas del despotismo,
se alzará bella y refulgente, por ventura, para ser admirada con gloria en la
espléndida constelación norteamericana, a donde la encamina su destino” (1).
Como
ha escrito el historiador estadounidense Basil Rauch, “Su plan estaba calculado
para alcanzar el mayor espacio posible de apoyo, y obtuvo la adhesión de
aventureros norteamericanos, de entusiastas del Destino manifiesto, de partidarios del Sur y de la esclavitud, de
exiliados liberales europeos, así como de esclavistas y liberales cubanos” (2)
Los
anexionistas cubanos radicados en Nueva York en torno al periódico La Verdad
(que circuló quincenalmente entre enero de 1848 y diciembre de 1853) habían
dejado sentado –en un documento suscrito en 1850 por Gaspar Betancourt
Cisneros, Pedro de Agüero y Porfirio Jardines, principales dirigentes del Consejo Cubano- que promovían la
“Independencia de Cuba de toda monarquía o dominación extranjera”, la
“Conveniencia y aun necesidad de anexión de Cuba a los Estados Unidos”
–pacíficamente, “con el consentimiento de la Metrópoli , mediante una
indemnización justa y aun generosa” o “ si la anexión pacífica no es posible,
la anexión por la fuerza”-, junto con la intangibilidad de la esclavitud
“partiendo de la necesidad de conservarla a todo trance, como el único medio de
sostener el predominio de los blancos y la riqueza del país”.
El
mismo Narciso López estableció, también en Nueva York pero por su lado, el 5 de
diciembre de 1849, una Junta patriótica promovedora de
los intereses políticos de Cuba, en la que participaron, entre otros,
Cirilo Villaverde y Ambrosio José González –este último, con contactos en el
entorno del Presidente Zachary Taylor-.
Habiendo
enterado por escrito a Cristóbal Madan, Presidente del Consejo Cubano, de sus intenciones de “obrar con la prontitud que
tan urgentemente proclama la crisis de nuestro país”, el Consejo le advierte
que “La resolución en que parece está Ud. de lanzarse sobre Cuba sin la expresa
y decidida cooperación de los propietarios cubanos…sería siempre un acto
desesperado que las circunstancias no provocan…es de temerse que se
desenvuelvan desastres calamitosos, que se convertirían en un manantial de
remordimientos para todos…”
López
también interesó la cooperación del Club de La Habana –constituido en 1847
por Miguel Aldama, al frente de un grupo de hacendados azucareros cuyos
intereses personales dependían de la conservación de la esclavitud en la misma
medida que los de los integrantes del Consejo
Cubano-. Pero este Club también le rehusó las armas que le pedía (3).
Para
la expedición a bordo del Creole, el
General López obtuvo el apoyo de juez de la Corte Suprema Cotesworth
Pinckney Smith, del Gobernador de Mississippi John Quitman, del Senador del
mismo Estado, Henry S. Foote, del director del diario Delta de Nueva Orleans, Laurence J. Sigur, y del General, ex
Senador, y dueño de una plantación algodonera John Henderson.
Como
es notorio, el empeño terminó en desastre, tras el combate librado en la ciudad
de Cárdenas el 19 de mayo de 1850, con la derrota militar de los
expedicionarios, la ejecución o condena a presidio en África de muchos de
ellos, y la huida de Narciso López, con los demás supervivientes, en el mismo Creole, que arribó a Cayo Hueso el 21 de
mayo. El año siguiente, un nuevo desastre se convirtió en tragedia, tras
desembarcar al frente de una segunda expedición por tierras de Pinar del Río y,
tras algunos combates, ser capturado y trasladado a La Habana , adonde fue
ejecutado en garrote vil el 1 de septiembre de 1851.
Puestos
a calibrar esta trayectoria, ¿Cuál fue opinión mereció el General López de José
Martí? En la carta que publicó el diario bonaerense La Nación
en su edición del 20 de diciembre de 1889, Martí afirmó que “La admiración
justa por la prosperidad de los hombres liberales y enérgicos de todos los
pueblos, reunidos a gozar de la libertad…no ha de ir hasta excusar los crímenes
que atentan contra la libertad el pueblo que se sirve de su poder y de su
crédito para crear en forma nueva el despotismo…Walker fue a Nicaragua por los Estados Unidos; por los Estados Unidos,
fue López a Cuba”(4). Y en el prólogo a sus Versos Sencillos apostilló: ¿Cuál de nosotros ha olvidado aquel
escudo, el escudo en que el águila de Monterrey
y de Chapultepec, el águila de
López y Walker, apretaba en sus garras los pabellones todos de la América ? (5)
A
pesar de que Herminio Portell Vilá haya consignado, en el prólogo de su
monumental obra “Narciso López y su época” (en tres volúmenes, La Habana , abril de 1930), que
“Ni Cuba ni los cubanos han sido justos con Narciso López, quien, en otro orden
de cosas, merece con especialidad la reivindicación histórica de haber pensado en
la solución republicana con preferencia a la anexión” y que “El secreto de sus
actividades revolucionarias…fué el de aprovechar la ayuda de los
norteamericanos mercenarios con ambiguas promesas, pero procurar por todos los
medios el establecimiento de la república cubana, libre e independiente”, el
ilustre historiador afirma, en esa misma introducción, que aspiraba a presentar
las numerosas virtudes del biografiado “pero al mismo tiempo, sin ocultar sus
defectos”.
Nos
parece más ponderada la valoración de José Martí, sin dejar de reconocer la
inmolación de Narciso López en pos del ideal separatista respecto de España,
pero también sin olvidar que el mismo oscilaba, en sus pronunciamientos
públicos, entre preconizar la independencia y la anexión a los EE.UU. (aparte
de que la independencia de España podría ser seguida sin solución de
continuidad por la anexión a los EE.UU.), y que en todo caso propugnaba el
mantenimiento de la odiosa institución de la esclavitud.
Al
poco tiempo del martirio de Narciso López, en 1854 la casa editorial De Witt
& Davenport, de Nueva York, publicó una novela titulada “The Free Flag of
Cuba; or, The Martyrdom of Lopez: A Tale of the Liberating Expedition of 1851” , que había escrito Lucy
Petway Holcombe, de Texas, bajo el seudónimo de H.M. Hardimann. Fue la primera
novela sobre el filibusterismo enmarcada en el escenario de Cuba. Su autora,
miembro de la aristocracia sureña cuya posición económica se basaba en la
plantación algodonera sustentada en el trabajo esclavo, quiso glorificar a los
expedicionarios capturados y fusilados tres años atrás en las faldas habaneras
de Atarés por orden del Capitán General José Gutiérrez de la Concha , como mártires de la
propagación de los ideales de libertad y democracia –aunque el rol real que
ejercían era, “subuso” (7), el de laborantes en pro del anexionismo y del
mantenimiento de la esclavitud-.
Tres
años más tarde, la autora conoció a su futuro marido, Francis W. Pickens, con
quien contrajo matrimonio el 26 de abril de 1858. Ella estaba a punto de
cumplir los 26 años de edad y él, que había enviudado dos veces, acababa de
celebrar su quincuagésimo tercer cumpleaños. Pickens había ocupado un escaño en
el Congreso federal, como Representante de Carolina del Sur, desde 1834 a 1843, y en el Senado
del mismo Estado entre 1844 y 1846.
Al tiempo de este
matrimonio, Pickens era el acaudalado propietario de varias plantaciones en
Mississippi y Alabama, de más de trescientos esclavos, de un patrimonio
personal de un cuarto de millón de dólares, además de bienes raíces por otros
cuarenta y cinco mil dólares. Tras un breve destino como Embajador en Rusia,
donde nació la única hija del matrimonio, Pickens decidió regresar a los EE.UU.
en agosto de 1860, y en diciembre de ese año fue elegido como Gobernador de Carolina
del Sur, exactamente tres días antes de que ese Estado declarase su separación
de la Unión. Habiendo
apoyado la Secesión ,
permaneció en el cargo, al servicio del Gobierno Confederado sureño, hasta
1862. Falleció en 1869, a
los 63 años de edad.
Hay
indicios de que uno de los personajes de la novela escrita por Lucy Holcombe
Pickens está inspirado en la figura real del segundo teniente William L.
Crittenden (sobrino del entonces Procurador General de los EE.UU.), que se
enroló en la expedición de Narciso López de 1851, recibió el grado militar de
coronel, cayó prisionero y resultó ejecutado dos semanas antes que López. De la
lectura de la novela se puede deducir que existió un lazo sentimental platónico
entre la novelista y dicho personaje real.
Por
otra parte, en el relato se da una visión idílica de las relaciones entre los
esclavos domésticos y la familia blanca propietaria, y no se alude para nada a
las condiciones de subsistencia opresiva de la mano de obra esclava ocupada en
las tareas del campo –cuya existencia se obvia-.
Durante
la Guerra Civil ,
librada entre 1861 y 1865, llevó una rutilante vida social (se la llegó a
conocer como “la Reina
de la Confederación ”),
y hasta llegó a darse su nombre a una unidad militar Confederada (la Legión Holcombe ). Tras el final
de la contienda, continuó viviendo con esplendor y prosperidad, y profesando
los mismos prejuicios racistas de su juventud, hasta su deceso.
Lucy
Pickens sobrevivió hasta el año 1899, cuando falleció a los 67 de edad.
Su devoción a la causa sureña fue
reconocida, durante los años de la Guerra
Civil , a través de la reproducción de sus facciones en tres
emisiones sucesivas de papel moneda de la denominación de cien dólares
Confederados (hechas, respectivamente, el 2 de diciembre de 1862 -609,040
billetes-, el 6 de abril de 1863 -1,931,600 billetes- y el 17 de febrero de
1864 -896,644 billetes-).
También apareció su
rostro en una emisión de billetes de un dólar, que fueron impresos en grandes
cantidades por el grabador autorizado de la Tesorería Confederada ,
el Teniente Coronel Blanton Duncan, de quien fue la idea de mostrar en los
billetes el rostro de Lucy Holcombe Pickens, cuyas facciones fueron las únicas
femeninas que aparecieron en los billetes de curso legal de la Confederación
sureña.
Los billetes de 100
dólares fueron impresos en Columbia (Carolina del Sur); el de un dólar, en
Richmond (Virginia).
Al día de hoy, el
único rostro de mujer que ha aparecido en papel moneda de los EE.UU. –es decir,
de la Unión-
ha sido Martha Washington –la esposa del primer Presidente, George Washington-,
cuya efigie apareció en los “certificados plata” de 1886, 1891 y 1896.
(1)
Leví Marrero. “Cuba, economía y sociedad”, tomo 15, pág, 174. Edit. Playor,
Madrid, 1992.
(2)
“American Interest in Cuba, 1848-1855” .
Columbia University Press, Nueva York, 1948.
(3)
Según carta del 4 de abril de 1850, dirigida por el General López a José
Antonio Echevarría.
(4)
José Martí, Obras Completas, tomo 6, pág. 162, Edit. Ciencias Sociales, La Habana , 1975. [Se refiere
al filibustero estadounidense William Walker, que terminó sus correrías
fusilado en Honduras en 1860]
(6)
Ibid., tomo 16, pág. 61.
(7) Subuso: una antigua tira cómica en la que se narraba
la vida cotidiana de un personaje miope a más no poder, que veía el mundo según
su propia imaginación. Andaba con una descomunal cachucha y unas enormes y
gruesas gafas a través de las cuales, veía... ¡lo que quería ver!
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