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miércoles, 1 de julio de 2015

EL HOMBRE DE LA LINTERNA ROJA

    
Foto de Luz Argentina Chiriboga, Quito Ecuador.
Cuento escrito por Luz Argentina Chiriboga, Quito, Ecuador.

Con pasos lentos, la loca recorre la ciudad, da vueltas, recoge cartones y envases vacíos. Agotada, se acomoda en el portal de una casa grande, frente a unos hombres de cabellos chischís, como ella, que venden plátano. Protegida apenas por la sombra, asustada, se acuesta con hambre y con la boca seca de tanto hablar a solas.
Ya en la noche, con sus voces potentes, los vendedores cantan andareles para ahuyentar los malos espíritus. La loca de ojos de gitana, alta y delgada, con una voz rota, que le sale cansada, les pide algo de comer. Los vendedores le brindan una taza de café caliente y comida. Recuerdan que cuando eran jóvenes había un loco en la ciudad que caminaba para atrás y al que, cuando veían, le gritaban Cangrejo, y entonces el loco les arrojaba piedras.
La enferma consigue, sin duda alguna, despertar simpatía. La gente siente una especie de ternura ligada a ella, inconscientemente la protege, aunque a ratos la joven se aleja como un pájaro asustado. Estirada en el portal, secándose los mocos con los dedos, mira de soslayo a los que pasan.
El dueño de la casa grande, Joaquín, un hombre de ojos claros y algo jorobado, observa a la moza que sin llegar aún a los veinte años parece un nardo ajado, aunque no deja de notar un atisbo de belleza en medio de su suciedad. La invita a pasar a un patio, la hace bañar, le obsequia un vestido que había sido de su esposa, una trigueña alta y delgada, y un retazo de colcha para que se proteja del frío.
Cierra la puerta de la calle. Horas después siente calor, abre las ventanas, se le mancha el pijama de sudor. Joaquín la pone a secar en la terraza. La noche está oscura, la temperatura ha subido más. Con una linterna que proyecta luz roja alumbra a lo lejos; el jardín y los árboles tienen un aspecto agobiante. Comprende que ha sido así la creación.
A medianoche se pasea a lo largo de la terraza. De pronto alumbra la puerta del dormitorio donde descansa una huésped de su madre; está abierta, se alegra. Entra despacio, la huésped no lo escucha, se despierta asustada al ver una luz roja que le alumbra la cara. Apenas alcanza a preguntar ¿quién es? Joaquín le tapa la boca y, entre forcejeos, la viola. Luego sale corriendo, se refugia en la oscuridad de la noche.
Al día siguiente, la amiga de su madre regresa a su pueblo. La va a despedir a la estación del tren.
Así, Joaquín se acostumbró a salir en medio de la noche con su linterna roja y se ponía a vagar por las calles. En busca de jóvenes para abusar de ellas. Nunca tuvo miedo de ser descubierto.

La loca recorre iglesias y mercados, y retorna cabizbaja a dormir en el portal de la casa grande. Cuando tiene hambre se acerca a los vendedores, que le entregan algo de comer. A veces, el dueño de casa le espera para darle una fruta, que ella recibe con la mirada perdida. Pero en él surge algo espantoso, apasionado y turbio. ¿Empezaba a desearla, tal vez? Todo comienza siempre de la misma forma. Pero no, no, se dice, y se ve de pronto en una encrucijada. ¡Señor, ten piedad de mí!, se persigna. Joaquín se siente confuso al mirarla, y baja los ojos empezando a temblar de miedo.
Advierte angustia al verla en ese mundo de formas imprecisas, de abandono. En ese mundo dislocado, ilusorio, alejada de la realidad, criatura frágil, que permanecía absorta y aturdida, y que inmóvil miraba la luna cual un fantasma de plata.
Tantas palabras echaba a volar que los pájaros cesaron de cantar y nadie comprendía su lenguaje sumergido en las profundidades. En su mente las arañas construían catedrales. Ella, como viento que pasea sin rumbo, recorría la ciudad. En la hora de descanso proyectaba su sombra agujereada de voces. Aquel desequilibrio de temores la volvía huidiza, debatiéndose en extraños sentimientos.
La llaman María, por ser el nombre de todas las mujeres. Y María camina con la boca semiabierta, aturdida, sofocada; siente náuseas y con sus miradas lánguidas se llena de silencios. Camina lenta, fatigada. Algo la estremece profundamente y, en su extraño proceder, sentía por dentro un vacío que le nublaba los ojos.
Lleva con resignación algo que la inquieta y la colma de desesperación, pero era feliz con la felicidad de su propia ausencia. Le fue creciendo la barriga, está embarazada.
Una noche, unas mujeres del mercado junto al dueño de la casa grande, agreden a los vendedores de plátano, les arrojan piedras y palos, los acusan de haber violado a María.
A los pocos meses da a luz un bebé de ojos claros.

Luz Argentina Chiriboga, Quito, Ecuador

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