Foto de Luz Argentina Chiriboga, Quito
Ecuador.
Cuento escrito por Luz Argentina Chiriboga,
Quito, Ecuador.
Con pasos lentos,
la loca recorre la ciudad, da vueltas, recoge cartones y envases vacíos. Agotada,
se acomoda en el portal de una casa grande, frente a unos hombres de cabellos
chischís, como ella, que venden plátano. Protegida apenas por la sombra,
asustada, se acuesta con hambre y con la boca seca de tanto hablar a solas.
Ya en la noche, con
sus voces potentes, los vendedores cantan andareles para ahuyentar los malos
espíritus. La loca de ojos de gitana, alta y delgada, con una voz rota, que le
sale cansada, les pide algo de comer. Los vendedores le brindan una taza de
café caliente y comida. Recuerdan que cuando eran jóvenes había un loco en la
ciudad que caminaba para atrás y al que, cuando veían, le gritaban Cangrejo, y
entonces el loco les arrojaba piedras.
La enferma consigue,
sin duda alguna, despertar simpatía. La gente siente una especie de ternura
ligada a ella, inconscientemente la protege, aunque a ratos la joven se aleja
como un pájaro asustado. Estirada en el portal, secándose los mocos con los
dedos, mira de soslayo a los que pasan.
El dueño de la casa
grande, Joaquín, un hombre de ojos claros y algo jorobado, observa a la moza
que sin llegar aún a los veinte años parece un nardo ajado, aunque no deja de
notar un atisbo de belleza en medio de su suciedad. La invita a pasar a un
patio, la hace bañar, le obsequia un vestido que había sido de su esposa, una
trigueña alta y delgada, y un retazo de colcha para que se proteja del frío.
Cierra la puerta de
la calle. Horas después siente calor, abre las ventanas, se le mancha el pijama
de sudor. Joaquín la pone a secar en la terraza. La noche está oscura, la
temperatura ha subido más. Con una linterna que proyecta luz roja alumbra a lo
lejos; el jardín y los árboles tienen un aspecto agobiante. Comprende que ha
sido así la creación.
A medianoche se
pasea a lo largo de la terraza. De pronto alumbra la puerta del dormitorio
donde descansa una huésped de su madre; está abierta, se alegra. Entra
despacio, la huésped no lo escucha, se despierta asustada al ver una luz roja
que le alumbra la cara. Apenas alcanza a preguntar ¿quién es? Joaquín le tapa
la boca y, entre forcejeos, la viola. Luego sale corriendo, se refugia en la
oscuridad de la noche.
Al día siguiente,
la amiga de su madre regresa a su pueblo. La va a despedir a la estación del
tren.
Así, Joaquín se
acostumbró a salir en medio de la noche con su linterna roja y se ponía a vagar
por las calles. En busca de jóvenes para abusar de ellas. Nunca tuvo miedo de
ser descubierto.
La loca recorre
iglesias y mercados, y retorna cabizbaja a dormir en el portal de la casa
grande. Cuando tiene hambre se acerca a los vendedores, que le entregan algo de
comer. A veces, el dueño de casa le espera para darle una fruta, que ella
recibe con la mirada perdida. Pero en él surge algo espantoso, apasionado y
turbio. ¿Empezaba a desearla, tal vez? Todo comienza siempre de la misma forma.
Pero no, no, se dice, y se ve de pronto en una encrucijada. ¡Señor, ten piedad
de mí!, se persigna. Joaquín se siente confuso al mirarla, y baja los ojos
empezando a temblar de miedo.
Advierte angustia
al verla en ese mundo de formas imprecisas, de abandono. En ese mundo
dislocado, ilusorio, alejada de la realidad, criatura frágil, que permanecía
absorta y aturdida, y que inmóvil miraba la luna cual un fantasma de plata.
Tantas palabras
echaba a volar que los pájaros cesaron de cantar y nadie comprendía su lenguaje
sumergido en las profundidades. En su mente las arañas construían catedrales.
Ella, como viento que pasea sin rumbo, recorría la ciudad. En la hora de
descanso proyectaba su sombra agujereada de voces. Aquel desequilibrio de
temores la volvía huidiza, debatiéndose en extraños sentimientos.
La llaman María,
por ser el nombre de todas las mujeres. Y María camina con la boca semiabierta,
aturdida, sofocada; siente náuseas y con sus miradas lánguidas se llena de
silencios. Camina lenta, fatigada. Algo la estremece profundamente y, en su
extraño proceder, sentía por dentro un vacío que le nublaba los ojos.
Lleva con resignación
algo que la inquieta y la colma de desesperación, pero era feliz con la
felicidad de su propia ausencia. Le fue creciendo la barriga, está embarazada.
Una noche, unas
mujeres del mercado junto al dueño de la casa grande, agreden a los vendedores
de plátano, les arrojan piedras y palos, los acusan de haber violado a María.
A los pocos meses
da a luz un bebé de ojos claros.
Luz Argentina
Chiriboga, Quito, Ecuador
No hay comentarios:
Publicar un comentario