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miércoles, 15 de julio de 2015

Por qué estaríamos mejor si Napoleón no hubiera sido derrotado en Waterloo

En el bicentenario de la batalla más famosa de la historia mundial, un distinguido historiador mira a lo que pudo haber sido (texto condensado)

(Ilustración: Tim O’Brien)
Revista de la Institución Smithsonian
Junio de 2015

El 18 de junio de 1815, Napoleón le dijo a uno de sus oficiales: “Venga, general, el asunto ha concluido, hemos sido vencidos. Partamos.” Alrededor de las 8 de la noche de ese día, el emperador de Francia sabía que había sido decisivamente derrotado en un villorrio llamado Waterloo, y ahora ponía todo su empeño en escapar de sus enemigos, algunos de los cuales –tales como los prusianos- habían jurado ejecutarle.
.           Hacía menos de una hora que Napoleón había enviado a ocho batallones de su Guardia Imperial de élite al ataque sobre el camino de Charleroi a Bruselas, en un desesperado intento de quebrar la línea del ejército anglo-aliado mandado por el duque de Welllington. Pero Wellington había rechazado el ataque, oponiendo una concentración masiva de potencia de fuego. Un testigo francés recordaba que “Las balas y la metralla dejaron el camino sembrado de muertos y heridos”. La Guardia se detuvo, se tambaleó, y retrocedió. Un grito –ciertamente, anonadado- surgió del resto del Ejército francés, uno inédito en ningún campo de batalla europeo en los 16 años de historia de la unidad: “La Garde recule!” (“¡La Guardia retrocede!”).
El próximo grito marcó el desastre para cualesquier esperanzas que Napoleón pudiera haber tenido de una retirada ordenada: “Sauve qui peut!” (“¡Sálvese quien pueda!”). A lo largo de las tres millas del frente de batalla, los hombres arrojaban sus mosquetes y huían, aterrados por los lanceros prusianos a quienes se les había ordenado perseguirlos con sus lanzas de ocho pies de largo. A mediados de junio, la oscuridad todavía tardaría en caer algunas horas en esa parte de Europa. Pronto se extendió el pánico general.
El general Jean-Martin Petit recordaba que “Todo el ejército estaba en el más apabullante desorden. La infantería, la caballería, la artillería –todo el mundo huía en todas direcciones”. Napoleón había ordenado a dos cuadros de la Guardia Imperial que formaran a ambos lados de la carretera, a fin de cubrir la desbandada, y él se refugió dentro de uno de ellos, mientras su ejército se colapsaba. Petit, que mandaba los cuadros, escribió que “El enemigo se hallaba pegado a nuestros talones y, temiendo que pudiera penetrar los cuadros, nos vimos obligados a disparar a los hombres que estaban siendo perseguidos.”
Tomando unos pocos ayudantes de confianza a su lado, así como un escuadrón de caballería ligera para su protección personal, Napoleón abandonó a caballo el cuadro, para dirigirse a la alquería sita en Le Caillou donde había desayunado esa mañana, lleno de esperanzas en la victoria. Allí, se trasladó a su carruaje. En el aluvión de fugitivos sobre el camino a las afueras de la población de Genappe, tuvo que abandonarlo de nuevo por un caballo, a pesar de que había tantas personas que él apenas podía ir al ritmo de la marcha de un caminante.
Un miembro del entorno de Napoleón, el conde de Flahaut, escribió posteriormente que “Del miedo personal no había ni la más leve traza”. Pero el emperador estaba “tan sobrecogido por la fatiga y el esfuerzo de los días precedentes que varias veces no pudo resistir la somnolencia que le vencía, y si no hubiera yo estado allí para sostenerlo, habría caído de su caballo”. Hacia las 5 de la mañana del 19 de junio se detuvieron al lado del fuego que algunos soldados habían prendido en un prado. Mientras Napoleón se calentaba le dijo a uno de sus generales: “Y bien, señor, hemos realizado una cosa notable”. Es una muestra de su extraordinaria sangre fría que, incluso entonces, le fue posible bromear, aunque sombríamente.
Si Napoleón hubiera seguido siendo emperador de Francia durante los seis años remanentes de su vida, la civilización europea se hubiera beneficiado de manera inestimable. La reaccionaria Santa Alianza de Rusia, Prusia y Austria no habría sido capaz de aplastar los movimientos liberales constitucionalistas en España, Grecia, Europa Oriental y otras partes; la presión para unirse a Francia en la abolición de la esclavitud en Asia, África y el Caribe se habría incrementado; las ventajas de la meritocracia sobre el feudalismo habrían tenido tiempo de ser más ampliamente apreciadas; los judíos no habrían sido forzados a regresar a sus ghettos en los Estados Papales ni obligados a volver a usar la Estrella de David; el estímulo a las artes y las ciencias hubiera sido mejor comprendido y emulado; y los planes para reconstruir Paris habrían sido realizados, haciéndola la más maravillosa ciudad del mundo.

Traducido por: Roberto Soto Santana

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