René León
En tiempo de la colonia en Cuba, el gobernador de La Habana, General Manzaneda, decide fundar una villa en un lugar conocido por Matanzas, que se encontraba entre dos grandes ríos de gran caudal; el San Juan y el Yumurí. La villa tomaría el nombre de San Carlos y San Severino de Matanzas. Su fundación data de 1693. Se establecieron 35 familias isleñas. Sus medios de vida eran la crianza de puercos y pequeños cultivos. Uno de ellos siendo de los primeros que lo hicieron, el trigo, pero con el tiempo desapareció.
El lugar estaba rodeado de árboles de gran belleza, palmas, guayabales y frutos menores. Los naturales del país habían desaparecido con la conquista (exterminados), Tres docenas de bohíos y alguna casa de mejor construcción, era lo que se podía llamar villa. Un pequeño bohío que hacía de iglesia, donde un padre bastante mayor daba los servicios religiosos, en aquel lugar. Todo era tranquilidad y felicidad.
Cuenta la historia que… en una noche de invierno de aquellas en Cuba, que cuando soplaba el viento y había humedad, todos llamaban frío. Venía caminando un hombre que traía su cabeza cubierta por una capota raída y vieja. Parecía que venía dando tumbos. Buscaba un lugar donde descansar. Por sus ropas parecía un extranjero, de aquellos que desembarcaban de los galeones e iban por la vida sin rumbo fijo. Al ver una lámpara encendida en una casa, se dirigió a ella. En las tinieblas de la noche llamó a la puerta. Era la casa de doña María Salinero, mujer piadosa y una de las primeras pobladoras de Matanzas, y con ciertos recursos económicos. El desconocido pidió que lo dejara dormir. La hospitalidad de la mujer cubana venía de épocas remotas. Ella le dijo al peregrino que se podía quedar en una habitación que daba al patio.
¿Cuál es su oficio? –preguntó ella-
-Señora, soy carpintero… pero sin trabajo ahora –dijo-. No sé cómo pagarle.
- Lo puede hacer, si pudiera hacer una imagen del Señor. Nuestra iglesia es bien pobre y no podemos comprar un Santo Cristo. ¿Lo puede hacer?
El forastero la miraba, y le prometió pagar su hospedaje con la imagen del Cristo Crucificado.
Ella le trajo algo de comer y un poco de vino, y lo dejo sólo. El peregrino se encerró en su cuarto, que tenía una puerta al patio, y a la calle (según cuenta la historia que se va perdiendo en el pasado). El lugar se encontraba cerca de lo que era la Plaza de la Vigía. Nadie volvería a saber del peregrino, por tres días. Nadie oía ruidos en su cuarto. Los vecinos pensaron si era carpintero. La señora Salinero se encontraba preocupada. Empezó a llamar a la puerta. Procedió a abrir la puerta con la ayuda de un vecino. El cuarto se encontraba vació. Pero en un rincón del cuarto se veía, con los brazos abiertos y las manos ensangrentadas, un admirable Cristo de gran belleza, sin peana ni cruz, pero por lo demás, no le faltaba ninguna de las características de Dios Hombre crucificado.
El asombro fue general en la pequeña villa, los vecinos se dirigían al bohío a ver al Cristo, declararía a él alcalde y autoridades la señora Salinero. Nunca nadie había llevado madera alguna a la casa, ni herramientas para tallar al Cristo de gran belleza. Nadie sintió dar un martillazo, ni un golpe. Todos se preguntaban cómo era que aquel peregrino había podido tallar la imagen. Todos lo que iban a la casa caían de rodillas ante el Cristo, que sería llamado desde aquel día Señor de la Misericordia.
Cuenta la historia, que al pasar los años sería trasladado para la Catedral de San Carlos, donde todavía se venera por los vecinos creyentes ( los comunistas no CREEN ni en su madre). Los vecinos decían que desde su llegada hizo muchos milagros.
Del peregrino que llegó, nada se volvió a saber. Se perdió en la noche y el tiempo, como había llegado, dejando en la ciudad de Matanzas, hasta los días de hoy, el Cristo llamado Señor de la Misericordia
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