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viernes, 1 de diciembre de 2017

EL PADRE OLALLO

Tradiciones Camagueyanas:  Abel Marrero C. 

  Caía la tarde en uno de los primeros días del mes de Abril, del año de 1835, cuando nuestro abue­lo paterno, sentado en el portal de la casa que en su finca "Las Cocinas Altas", poseía en lo más alto de la Sierra de Cubitas, pudo observar que se abría la talanquera del Batey, para dar paso a dos jinetes, uno de viejo conocido y vecino, el cual alzando la voz, le gritó: buenas tardes Don José, aquí le trai­go a este pichón de cura, que no puede seguir hasta el pueblo, pues está derrengado. 

  Ayudado a desmontar el joven viajero, el que parecía por la expresión de su rostro la estampa del dolor cubierto con una bata blanca a guisa de sotana, manchado del barro rojo de aquellos lugares, apenas podía moverse, debido a lo maltrecho y adolorido después de doce leguas de mal camino, des­de el pequeño embarcadero de "La Guanaja", a cuyo lugar había arribado en la mañana de ese día, y no acostumbrado a montar, por ser la primer vez que lo hacía, se encontraba en estado deplorable; sus piernas estaban destrozadas, y la fiebre comenzaba hacer su aparición. 

  Alimentado, un tanto aseado y acostado ya en una hamaca, que por primera vez veía y usaba, comenzó a referir su historia: me llamo José Olallo Valdés, soy hijo bastardo y de la cuna, fuí depositado en el torno de la Casa Cuna a los dos meses, allí fuí bautizado tengo 15 años, pero como había ingresado en la Orden Religiosa de los Hermanos Juaninos, dedicados a curar enfermos; he sido destinado al Hospital de San Juan de Dios en Puerto Príncipe; salí hace casi una semana de la Habana a bordo de una goleta, hemos tenido muy mal tiempo y como yo no me había embarcado nunca me he estado muriendo de mareo y malestar, y después este viaje, de doce leguas, creo que no voy a poder llegar a mi destino. 

  Después de cinco o seis días de descanso, y de curarle sus llagas de acuerdo con los tiempos aquellos, conducido por mi abuelo y otro vecino, fué traído a Puerto Príncipe, y llevado al Hospital de San Juan de Dios; debido a la particularidad que el ho­gar de nuestro referido familiar se encontraba en­clavado en la misma Piaza de San Juan de Dios en las esquinas de San Rafael y Callejón de Micaelita, casa donde nació nuestro Padre y donde también nació este narrador. Hacemos esta aclaración de orden personal, para reafirmar de una manera concreta, la veracidad de esta real historia del P. Olallo, datos estos referidos por nuestros familiares y porque le conocíamos ya anciano, en nuestra segunda in­fancia. 

  En ese año abatía la ciudad una epidemia de cólera, que llenaba de espanto y dolor a todas las clases sociales, y éste fué el comienzo de la vida hospitalaria de nuestro biografiado; nos han referido testigos presenciales, que pasaba día y noche al lado· de los enfermos y moribundos, dejando conocer de inmediato su dedicación a la noble virtud de la cari­dad y amor a los que tenía a su cuidado, a la abnegación con que trataba a sus enfermos; se reveló a pesar de .su corta edad como iluminado en aquel antro de dolor y miseria, carente de recursos donde se amontonaban en patios y pasillos doscientos enfermos o más, de los cuales morían hasta treinta y cuarenta cada día. 

  Pasados aquellos aciagos días comenzó sus es­tudios de Medicina, ansiaba saber, detalles de los últimos adelantos; sobre todo prefería los conocimientos de cirugía, estos le encantaban; prontamente se decidió a curaciones y ayudando en todos los problemas más difíciles a los cirujanos, se convirtió en el ayudante número uno, que le permitía por sí solo hacer pequeñas intervenciones quirúrgicas, llegando a los pocos años a ser un completo cirujano de acuerdo con los adelantos y prácticas de la época. 

  En los primeros años se le llamaba, el Hermano Olallo, cuando nosotros le conocimos ya era el Padre Olallo, no sabemos si el Clero regular protestó alguna vez por esta usurpación de título, pero aunque no fuera sacerdote oficial lo era por su verdadera caridad y dedicación a sus enfermos, pasaba las noches en vela, atendiendo, consolando y ayudando a morir a sus enfermos. Queremos aclarar a nuestros lectores que en aquellos años en que se desarrolló esta verídica historia, los Hospitales eran solo para morirse, muy poco para curarse. 

  Al iniciarse la Revolución de 1868, fué dictada una Orden Militar disponiendo el desalojo y envío a sus casas de todos los enfermos civiles para dar cabida a los militares que comenzaban a llegar de los campos de batalla. Esta orden dictada por el Brigadier Juan Ampudia, de triste recordación de los camagüeyanos por sus procedimientos tan poco huma­nos, a pesar de ser él cubano, llenó de indignación al Padre Olallo. Solicitó una entrevista y allí con una energía desconocida protestó de tal medida, defendió valientemente a sus enfermos y al fin consiguió, en desalojar solo a los menos enfermos y el resto fué alojado en una pequeña celda, desprovista de ventanas y luces. Se recordaba siempre por los que estuvieron presentes en la reunión, la entereza desconocida y los alegatos humanos, que exponía el santo y humilde Padre Olallo. 

  Al amanecer de la mañana del día 12 de Mayo de 1873, irrumpe en la Plaza de San Juan de Dios una columna Española para dejar en el Hospital un número de heridos, trayendo también un cadáver atravesado al lomo de una bestia, y que por los documentos que le fueron encontrados parecía ser el Jefe de los Mambises, el titulado General Ignacio Agramonte; dos soldados desatan las sogas cayendo el cadáver en medio de la Plaza, quedando a la vista de todos los vecinos y curiosos, aquel cuerpo ensangrentado y cubierto de lodo el rostro del cau­dillo, por haber sido conducido doblado en dos, y es­tar los caminos llenos de agua, característica especial del mes de Mayo, que llueve a diario. 

  Al conocer aquel sacrilegio el Padre Olallo, ordenó prontamente una camilla y fué conducido al pasillo del Hospital, lugar donde se ha señalado con una tarja este hecho allí sacando su propio pañuelo de su bolsillo limpio el rostro ensangrentado y enlodado del más grande de los camagüeyanos. Prontamente hizo aparición en el lugar, el Padre Manuel Martínez Saltage, muy buen cubano, que junto con el Padre Olallo rezaron durante algunos minutos, limpiando de nuevo aquel rostro tan maltratado. 

  A fines del año de 1888, azotó a esta ciudad una epidemia de viruelas; recordamos a pesar de nuestra corta edad, la odisea del Hospital situado como hemos explicado antes, al frente de nuestro hogar; el hedor de los variolosos es algo especial, es insoportable, quedando por largo tiempo impreso en nuestros órganos olfatorios, en esas largas noches de· un antro sin luz y llenos de ayes y quejidos; el santo Padre Olallo. no dormía un solo instante, consolando a sus moribundos enfermos, abrazado a ellos, llevando el consuelo espiritual, ya que le era imposible llevarles el consuelo de la salud; así morían por docenas aquellos infelices. 

  Ya hacía meses que casi no podía andar, encorvado, con su hermosa cabellera blanca, su rostro aguileño, con una cerrada barba también muy blanca y su mirada triste del que avizora la muerte, así le recordamos en nuestros 12 años; ya casi no salía de su humilde celda al fondo del Hospital, hasta que el día 7 de Marzo de 1889, dejó de latir su generoso corazón en el pequeño y mísero catre, en el que durante cincuenta años, descansaba por breves horas; se decía y se comprobaba, que durante esos 53 años, no estuvo fuera del Hospital ní una sola noche. 
Foto tomada de: casanovacarlos.blogspot.com

  No quisiéramos aparecer como exagerados, al referir, la consternación que causó la noticia de su muerte en toda la sociedad Principeña; todas las clases sociales se unieron al dolor de los pobres enfermos, todos tenían algo que agradecerle, se le notificó al Arzobispo de la Habana, e hizo el viaje para asistir a sus funerales. Durante los tres días que estuvo insepulto su cadáver para esperar al Arzobispo, una enorme muchedumbre arrodillada en la Plaza y portales del Hospital oraba por su eterno descanso haciendo en alta voz sus oraciones. 

  Camagüey no olvidó a su santo generoso, el pueblo levantó un sencillo monumento en el Cementerio de esta ciudad, allí en tres paneles, se destacan frases de eterno agradecimiento. También al constituirse la República, el Ayuntamiento dió su nombre a la calle de Los Pobres, "Mis hermanos los pobres" como él refería siempre a la calle que da comienzo precisamente al costado de la Iglesia, junto a la pequeña celda donde descansó algunas veces durante sus 53 años de Apostolado.

  El Padre Olallo, conquistó por su ejemplar conducta un eterno agradecimiento de los camagüeya­nos; la Patria también le agradece su cubanisíma línea de conducta que mantuvo en su larga vida, tan llena de virtudes y abnegaciones.

Un recuerdo a su memoria.

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