(Palabras pronunciadas por el Dr. Eduardo Lolo, representando a la Academia de la
Historia de Cuba en el Exilio, Corp. en la Conferencia “Reafirmación Democrática.
Sesenta años de lucha por la libertad” del Instituto de la Memoria Histórica Cubana
contra el Totalitarismo que tuvo lugar en el Interamerican Campus del Miami Dade
College, en la ciudad floridana de Miami, el 3 de febrero de 2019.)
La historia sin registro no es historia,
sino leyenda. De no haber sido por Xenofonte, Ciro probablemente estaría en
la misma categoría que el Rey Arturo.
La memoria de testigos, víctimas o victimarios de hechos históricos suele desvanecerse con el tiempo y, a la postre,
ser sólo hálito o desaparecida bruma de
tiempo. Su registro fue catalogado por
Cicerón como “vida de la memoria”;
que es decir, el más eficaz antídoto contra su desvanecimiento y posterior desaparición. Dicho registro ha sido objetivo
fundamental de los seres humanos ya
desde las cavernas prehistóricas, donde la sinuosidad del bisonte perseguido por sus
cazadores pintados hace miles de años sobre una pared virgen hizo de la escena un
acontecimiento vigente para cada nuevo observador. En nuestros días, cumple la
misma función un estudiante teléfono celular en ristre cuando detiene en el tiempo
la escena de un baile de graduación o el asesinato de un compañero de clase en una
manifestación libertaria contra un dictador de turno. Las lanzas de los cazadores siguen sin alcanzar al bisonte, la sonrisa de la novia bailando permanece alegremente
intacta, el condiscípulo asesinado mantiene en el aire su última consigna militante.
Han cambiado los medios: de pictografías en grutas atemporales al vídeo del teléfono, pasando por jeroglíficos, palabras prístinas, tabletas de arcilla, rollos de papiro,
libros y revistas para, ya en la actualidad, desembocar en la pantalla de un televisor,
una computadora o un holograma ingrávido. De los hechos acaecidos parte el registro, y de éste la autentificación de los mismos como historia. Hoy, como ayer, el
registro histórico continúa siendo “vida de la memoria.
Ese registro de la memoria puede, incluso, aclarar, enmendar o refutar versiones de
historiadores que, por padecer deficiencias en sus conocimientos o perseguir agendas políticas específicas, hayan pasado por alto, olvidado o escamoteado otros elementos de la definición ciceroniana de la historia tales como ésta ser “testigo veraz
de los tiempos, luz de la verdad… maestra de la vida”. Un claro ejemplo es la obra
de Bernal Díaz del Castillo refutando la versión edulcorada de la conquista de México de Francisco López de Gómara o, de factura más reciente y a nosotros cercana,
los ensayos de temática martiana de Carlos Ripoll escritos en el exilio.
La Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, Corp. fue fundada en el área de
New York-New Jersey por un reducido grupo de profesores cubanos de la zona con
vocación quijotesca. Fue oficialmente registrada en el estado de New Jersey como
una corporación no-gubernamental y sin fines de lucro y, posteriormente, a nivel
federal con iguales características. Nuestra institución se propone evitar que los hechos históricos de Cuba y sus destierros se conviertan en leyendas dejando un registro fidedigno de los mismos ‒sin censuras ni manipulaciones demagógicas‒ con el
fin de que nunca pierdan su condición de historia. Sus objetivos fundamentales son
denunciar la falsificación de la historia de Cuba por la historiografía totalitaria enmendando sus versiones apócrifas, y hacer inmune al olvido el decursar vital del
exilio, tanto sus angustias como sus paces, lo mismo sus éxitos que sus frustraciones;
pero en particular su tenaz resistencia al fracaso de la historia.
La membresía de la AHCE se ha extendido, hasta el día de hoy, por otros 5 estados,
en dos de los cuales (California y Florida) se han constituido capítulos formados por
varios académicos, de entre los cuales han sido elegidos democráticamente un Presidente que se encarga de coordinar el trabajo del capítulo y un secretario que tiene
como fin llevar el catastro de sus actividades; hay otros capítulos en estado de formación y varios Académicos Correspondientes (residentes fuera de los EE.UU.). La
AHCE cuenta como medio de difusión con un blog que, por el número de lectores,
ha tenido muy buena aceptación (http://academiahistoriacubaexilio.blogspot.com/),
publica en papel el Anuario Histórico Cubanoamericano (aceptado desde el primer
número como miembro del Council of Editors of Leaned Journals por su seriedad
académica) y ya celebró su Primer Congreso bienal bajo el título de “Salvando la
Historia de Cuba desde el Exilio” con distinguidos ponentes de varios estados. Nuestros miembros dan a conocer sus trabajos sobre la historia de Cuba y sus exilios tanto
en el blog como en el Anuario, el cual se distribuye gratuitamente entre la membresía
y bibliotecas universitarias de los Estados Unidos, además de ofrecerse a la venta
para el público en general en Amazon. También tenemos una incipiente editorial
abierta a todos los asociados para sus obras relacionadas con los tópicos inherentes
a nuestra labor historiográfica.
En particular trabajamos con ahínco para los jóvenes cubanos de la Isla que algún
día puedan tener acceso a nuestras obras, así como para los hijos y nietos de exiliados
cubanos. Para muchos de ellos exilio significa, simplemente, la lejanía de Cuba de
sus parientes. Pierden de vista que el destierro, como trágica experiencia humana,
no es una actividad única de sus familiares. En realidad, el exilio es tan antiguo como
el sentimiento que lo promulga –el odio estatuido– y la fuerza que lo impone –el
poder omnipotente. La intensidad punitiva del destierro obligatorio ha sido asociada,
desde la Antigüedad, hasta con la misma muerte. Ya Diógenes señalaba cómo el
desterrado estaba muerto para su Patria; Publilius Syrus calificaba al exiliado como
“un cadáver sin sepultura”.
Pero el ser humano es paradoja viviente, aun consumado su ciclo de vida. Y
los muertos vivientes del exilio de todas las épocas han asombrado a sus verdugos
con una tenaz permanencia en la tierra de donde tuvieron que huir o fueran expulsados. Todas las lágrimas del desarraigo –sin importar tiempos, culturas o latitudes– tienen el mismo grado de amargura; pero también toda la luz de una misma esperanza. Y
de esa esperanza que –ya lo señaló Esquilo– sirve de alimento al desterrado, nacen y
se desarrollan aportes inconmensurables a la tierra que le es negada a todo exiliado. El
proceso es sumamente complejo y escapa a los objetivos centrales del tema de este
breve discurso, pero creo entreverlo en la pregunta que hiciera Horacio: “¿Qué exilado
de su país escapó de sí mismo?” Como el cubano exilado no puede escapar de sí
mismo, lleva a Cuba dondequiera que vaya. Vive con Cuba no por estar en Cuba, sino
por ser en Cuba. Su Cuba personal –que es mucho más que una suma de nostalgias–
lo acompaña a todas partes: vuelve tórridas las nieves del norte, hace Caribe el Pacífico
lejano, pinta de Habana a Nueva York, Londres, París. O extiende Cuba toda noventa
millas al norte de la historia prostituida. Hay tantas Cubas como cubanos exiliados. La
imagen gigantesca de todas ellas puede ser descrita con solo dos palabras: Patria y
Dignidad. Eso y no otra cosa caracterizan a los padres y abuelos de los niños y jóvenes
cubanoamericanos o de sus contemporáneos todavía esclavos, separados de sus mayores por éstos haber partido al exilio. Hay que enseñarles para que sepan, para que sientan, para que los primeros construyan sus sueños en libertad sobre los sueños sin libertad de sus mayores, y para que los segundos en Cuba los hagan realidad para todos los
cubanos; los de aquí y los de allá. Los investidos en la Academia de la Historia de Cuba
en el Exilio, Corp. somos, en tanto que exiliados cubanos, sobrevivientes de la historia
y, como profesionales, guardianes de la memoria; que es decir, trabajadores de futuro.
Mientras tanto, registrando el presente y con el pasado como “luz de la verdad” y
“maestra de la vida”, procuramos que nuestras investigaciones, publicaciones y congresos, coadyuven a salvaguardar esa memoria con el rigor profesional inherente a
la historiografía sin mordazas ni imposiciones de ningún tipo. De lograrlo, habremos vencido armados de pundonor y autenticidad a quienes fueron nuestros vencedores
por medio de la falacia y la ignominia. En cuyo caso, aunque probablemente los
mayores de nuestra corporación terminemos nuestros días en una tumba incómoda
como es toda sepultura en suelo extranjero, habremos vivido el exilio (y que me
excuse Martí) sin amo, pero con patria.
Muchas gracias.
(Publicado originalmente en el Blog de la Academia de la Historia de Cuba en el
Exilio, Corp.)
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