Carlos
Benítez Villodres
Málaga
(España)
La esperanza no entraña oposición al buen sentido
crítico ni al realismo. Una vista penetrante y sin falsas ilusiones para
nuestras propias deficiencias y las del mundo es perfectamente compatible con
la esperanza. La manera como se manifiesta la esperanza depende del carácter y
disposición del espíritu. En uno, es paz profunda a pesar de todo lo que pueda
ocurrir; en otro, una lucha contra el ingénito pesimismo; en otro, la capacidad
de no exacerbarse nunca ni dar entrada al rencor.
Es cierto que vivimos continuamente
tensos hacia un nuevo “mañana”. El hombre no sabe de límites. En esto estriba
el más fuerte resorte para toda vida y progreso. Vivimos con la mira puesta en
algo último y definitivo.
Esto es maravilloso. La esperanza
existe. “La esperanza, dice Jorge Guillén, es el flujo de la vida. Cuando no
hay lugar para la esperanza, es cuando surge la muerte”. Esperanza en una
humanidad más humana, en un estado perfecto o, simplemente, en un futuro mejor.
Es misterioso lo último que nos aguarda, sin posible subterfugio: el oscuro
agujero de la muerte. Y, sin embargo, la vida entera del hombre, incluso la de
quien no cree en otra vida y explica teóricamente la esperanza como
consecuencia del miedo, está impregnada de fe, en el progreso, y de esperanza.
Y es que la vida es más fuerte que las teorías.
Entretanto, nos sobrecoge con la
misma fuerza la inexorable certeza de la muerte forzosa. La misma vida nos va
ofreciendo el anticipado amargor de la muerte: un doloroso desengaño, un amor
que se enfría, la soledad, las enfermedades… Ellos son mensajeros y hasta
comienzo de la muerte, como las telarañas de julio son ya un signo del otoño
venidero. Estos ataques a la vida, como otro cualquiera: fracasos, desengaños,
despedidas, etc., deben estar llenos de esperanza “La esperanza, refiere
Ovidio, hace que agite el náufrago sus brazos en medio de las aguas, aun cuando
no vea tierra por ningún lado”.
El hombre, desde la esperanza, se
rebela contra el sufrimiento, más contra el de los inocentes, y se siente
impotente para erradicarlo, y más impotente para explicarlo. Es cierto que la
presencia del dolor en el mundo da lugar a una serie de armonías y disonancias
en el conjunto de la orquestación del universo, sobre todo del universo moral.
Acabar con el dolor en el mundo es
algo que parece imposible al hombre, aunque es verdad que, si se esforzase,
podría mitigarse mucho. Convertir el mal en bien es algo que parece
contradictorio. Parece que lo más a que puede llegar el hombre para
justificarlo es encontrar una compensación. Y esa compensación está en la
esperanza. “Esperando, manifiesta F. García Lorca, el nudo se deshace y la
fruta madura”.
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