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domingo, 15 de septiembre de 2019

UN IDEAL DE LIBERTAD LA GUERRA CUBANO-HISPANO-AMERICANA (SU EPÍLOGO EN 1898) (Segunda de tres Partes)

Spanish-American War; Cuba
U.S. troops on the march in Cuba during the Spanish-American War, 1898,
drawing by William J. Glackens.
Foto tomada de:  Britannica Kids
Por René León(†)
El inicio de la batalla final 

Durante el siglo XIX la situación había cambiado totalmente en América: España se había desplazado económica y políticamente del continente; los países de Hispanoamérica se habían liberado. La hegemonía de Estados Unidos había desplazado a todas las naciones que habían domina­do estos territorios de una forma u otra. El expansionismo de la gran nación se había fortalecido. Cuba se iba a preparar para la nueva lucha. Una figura iba ser la responsable de esa lucha armada, que llevaría de ciudad en ciudad, de país a país, los anhelos del pueblo cubano: José Martí.

En una carta de respuesta al periódico The Manufacturer, Martí se diri­ge al director del Evening Post, el 21 de marzo de 1889, por unas críticas que se habían lanzado contra los cubanos. En una de estas cartas que él titula Vindicación de Cuba- Martí escribe:

"... nosotros caímos victimas de las mismas pasiones que hubieran causado la caída de los Trece Estados, a no haberlos unido el éxito, mientras que a nosotros nos debili­tó, no demora causada por la cobardía, sino por nuestro horror a la sangre, que en los primeros meses de lucha permitió al enemigo tomar ventaja irreparable, y por una confianza infantil en la ayuda de los Estados Unidos: ¡No han de vernos morir por la libertad a sus propias puertas sin alzar una mano o decir una palabra para dar un nuevo pueblo libre al mundo! Extendieron los limites de su po­der en deferencia a España. No alzaron la mano. No dijie­ron la palabra." 11

José Martí y los otros dirigentes cubanos tratan de mantenerse al margen de cualquier tipo de ayuda del gobierno de Estados Unidos, por saber que el coloso del Norte estaba por la incorporación de Cuba a la Unión. Martí deseaba que la lucha armada se desenvolviera por el solo esfuerzo de los cubanos para poder lograr su consolidación.

Los españoles no podían imaginarse lo que le esperaba a España en la última batalla final contra el pueblo cubano.

En su libro Mi Política en Cuba, el Marqués Camilo Polavieja (†) dice en una carta enviada al Ministro de Ultramar en 1890:

"Hemos abandonado al criollo que nos ha servido con leal­tad y atendemos y premiamos al que piensa y obra del modo contrario... Esto nos ha restado voluntades y simpatías donde más las tuvimos... Por guajiros, campesinos, en unión de las tropas del ejército, fue perseguido Narciso Lópéz.... No debemos hacernos ilusiones, nuestros tiempos pasaron en América, en su vida moderna no tenemos cabida, y en ella sólo representamos la tradición de un pasado...12

José Martí va acrisolando todo el esfuerzo del pueblo cubano. Lleva el mensaje del Partido Revolucionario Cubano, como organismo representante del pueblo cubano, a los exiliados en Estados Unidos, y a americanos que simpatizaban con la lucha por la libertad de Cuba. Según Martí la nueva Cuba, exenta de odios y rencores debería estar libre de trabas económicas que pudieran entorpecer su desenvolvimiento. Las otras figuras principales del PRC, Antonio Maceo, Máximo Gómez y Calixto García, coinciden con él.

En el periódico Patria, de Nueva York, el 27 de enero de 1894, Martí se dirige a los cubanos en todo el país:

"No hay más patria, cubanos, que aquella que se conquista con el propio esfuerzo. Es de sangre la mar extranjera. Nadie ama ni perdona, sino nuestro país. El único suelo firme en el Universo es el suelo en que se nació. O valientes, o errantes. O nos esforzamos de una vez, o vagaremos echados por el mundo, de un pueblo en otro. Aquellos que amamos, aquellos, con rabia de perro, nos morderán el corazón... Cubanos, no hay hombre sin patria, ni patria sin libertad... España es el enemigo único, que en Cuba nos acorrala y nos corrompe, y fuera de Cuba nos persigue, por dondequiera que hay un hombre con honor, o una mesa con pan: que no tenemos más amistad ni ayuda que nosotros mismos. ¡Otra vez, cubanos, con la casa a la espalda, con los muertos abandonados, andando sobre la mar! Cubanos, ¡a Cuba!" 13

La vida de Martí se desenvuelve con una rapidez vertiginosa. Envía cartas a signatarios extranjeros, políticos americanos, a personalidades; pronuncia discursos en los centros principales de las comunidades cubanas. Visita a las dos ciudades más importantes en la ayuda de Cuba, Tampa y Cayo Hueso. También consigue que los obreros tabacaleros den parte de su salario para sufragar los gastos de la futura revolución. Hermana a blancos y negros, sin racismo que pudiera entorpecer la labor de la liber­tad de Cuba. Fracasan las intrigas, preparadas por individuos sin escrúpulos, y las que España alienta contra él. Une a los clubes y asociaciones revolucionarias. Funda el Partido Revolucionario Cubano, en 1892. La revolución es una realidad.

Mientras tanto, el gobierno de los Estados Unidos, informa a España que se mantendrá neutral, e impedirá cualquier expedición que salga de su territorio contra la isla de Cuba. El presidente Grover Cleveland promete a través de su secretario de Estado, Richard Olney, que nunca seria reconocida la revolución, mediante una declaración de beligerancia; al contrario, apoyarían a España. Olney, representante de grandes intereses en los Estados Unidos, esperaban que España se desangrara como en 1868, y que al intervenir los Estados Unidos, Cuba fuera parte de la Unión. Por otro lado, el pueblo norteamericano apoyaba los derechos de los revoluciona­rios a ser libres y establecer su propia república.

La lucha final

José Martí ha logrado aunar a todo el exilio y a los que están en la isla sufrida. Todo se encuentra preparado para dar inicio a la guerra. En una carta, a Carlos Baliño, su amigo, le pregunta a Martí sobre la revolución, y él le responde: "¿La revolución? La revolución no es la que vamos a iniciar en la manigua, sino la que vamos a desarrollar en la república." El "Plan de la Fernandina" consistía en enviar una expedición con tres barcos con hombres y armas a Cuba, pero es delatada por los espías españoles y agencias de detectives, entre ellas la Pinkerton. El. gobierno norteameri­cano ocupa los barcos y las armas que estaban prestos a salir. Pero lo sucedido no frustra los planes. José Martí, después de dar las órdenes, como Delegado del Partido, que disponen el inicio de la guerra, sale, el 31 de enero de 1895, de Nueva York con rumbo a Santo Domingo. Las principales figuras de la nueva insurrección, Antonio Maceo, Máximo Gómez, Calixto García y otros no pierden tiempo: el 24 de febrero de 1895 deciden el levantamiento en varios lugares de la isla. Escogen el último domingo del mes, que era el primer día de los carnavales, dando la oportunidad a los complotados a reunirse en los caminos rurales y transitar en grupos sin llamar la atención a las autoridades. El grito de "Viva Cuba Libre" fue nuevamente una realidad. El ejército español volvería a oír el temido grito de "A la carga del machete, cubanos", que recordaban de la guerra de los diez años.

La lucha da comienzo en diferentes zonas de la isla, pero en especial en la parte oriental. José Martí y Máximo Gómez llegan a Cuba. A Gómez se le nombra jefe del ejército y Antonio Maceo se le hace responsable de llevar la invasión del ejército cubano hasta occidente. Los mandos quedan consolidados, pero empiezan los problemas de la revolución. Martí muere en su primer combate, y su cuerpo es llevado a Santiago de Cuba. Los españoles pensaron que la guerra había, terminado, pero no contaban con el espíritu de sus dirigentes principales. Mientras, en Madrid, los dos par­tidos políticos que se turnaban el poder durante largos años, con figuras tan influyentes como Cánovas y Sagasta, sintetizaron una frase que fue el lema y la bandera de ambos partidos: "hasta el último hombre y la última peseta". Después, habría de pesarles.

Los comerciantes de armamentos y suministros estaban de pláceme. La guerra favorece siempre al capitalista; gracias a ella los fabricantes de armas, llenarían sus arcas de dinero, dinero manchado con la sangre de la juventud española y la del pueblo cubano.

Hubo manifestaciones en Madrid en favor de la guerra y la pronta derrota de los cubanos. A pesar de la superioridad del ejército español, las fuerzas cubanas le dieron una demostración de tácticas militares y de coraje. La sustitución de los jefes militares se sucede: Calleja, Martínez Campos, Weyler. Este último había ordenado la concentración de los campesi­nos en las grandes ciudades, y antes de finalizar la guerra ya habían muerto más de trescientos mil, por desnutrición y falta atención médica. Al ser sustituido del mando, al llegar a Madrid; sería recibido como un héroe, sin haber participado en ninguna batalla. Blanco se hace cargo del mando, y al final, al ver el gobierno de Cánovas que la política de la guerra había fallado, trata de conciliar a su enemigo, ofreciendo mejoras y la autonomía. Pero ya era tarde. En menos de tres años pasaron por los campos de combate de Cuba, trescientos mil hombres, y quedaron muertos entre combates y enfermedades, más de 220,000 de ellos. El ejército más grande que España había enviado fuera de su país, estaba derrotado y desmoralizado, por un ejército de "descamisados y descalzos" como ellos·decían.

La guerra sigue su agitado curso. Las derrotas empiezan a preocupar al gobierno español. El mando cubano toma la decisión de iniciar la invasión en Baragua y llevarla hasta el extremo occidental en Mantua. Al general Antonio Maceo se le encomienda el mando. El 22 de octubre de 1895, se ponía en· marcha la columna invasora compuesta de 1,053 hombres. El ejercito de Máximo Gómez se encargaba de protegerla y de alejar del cuerpo principal a las tropas españolas. Se suceden los victoriosos combates de Peralejo, Sao del Indio, Mal Tiempo, Coliseo, Saratoga y otros más. El general Gómez da la orden de destruir todos los campos cultivados, en especial los de caña de azúcar para que la economía española se viera afectada.

El general Martínez Campos, trata de detener la invasión en Las Villas, y es derrotado; se dirige a la zona de Coliseo, pero allí es nuevamente derrotado; se retira a una línea española que se encontraba entre los poblados de Guanábana, Cidra y Sabanilla. El 25 de diciembre de 1895 deci­de retirarse a La Habana, sin explicación alguna. Cunde el pánico en la capital. La capacidad de Gómez para anticiparse al enemigo fue una ver­dadera sorpresa. Su talento guerrillero le permitió hacer frente a los con­tingentes numerosos y batirlos con éxito. Aprovechando los accidentes del terreno, al abrigo de matorrales, lanzaba ataques imprevistos. La movilidad de su ejército era superior al español. Maceo seguía llevando la inva­sión, mientras Gómez atacaba por los flancos o por la retaguardia al ejército enviado contra Maceo. Una de sus tácticas era la de atacar de noche, con grupos volantes, haciendo muchas bajas al enemigo, impidiéndole descansar. Cambiaba de dirección constantemente; sus marchas eran de un kilómetro, nunca largas. Estas acciones guerreras permitieron que Maceo llegara a Pinar del Río y que sus tropas amenazaran la capital de la Isla.

Ocurrida la muerte de Maceo el 7 de diciembre de 1896, el gobierno español comete el error de creer que la guerra se encontraba en sus finales, porque Gómez no podría mantener su nivel de combate. Fue célebre en Madrid la frase de Cánovas que decía que "con dos balas se resolvía el problema de Cuba: una para Maceo y la otra para Gómez."

Cuando Weyler se hace cargo del mando de la isla, manda contra Gómez treinta y tres batallones y cuarenta escuadrones, con treinta generales y coroneles: un total de más de cuarenta mil soldados. Contra esta tropa, Gómez contaba con cuatro mil soldados mal armados. Atacaba de noche, porque sabía que el soldado sin sueño pelea mal si está cansado. En los campos de Sancti Spíritus, se lograron numerosas victorias. Las bajas cubanas en el período de enero hasta fines de octubre de 1897 fueron de treinta muertos y ochenta heridos; los españoles sufrieron unas veinte mil bajas, entre muertos, heridos y enfermos. Estaban desmoralizados.

La zafra de 1896 fue de 225,000 toneladas de azúcar, mientras que la del 1895 había sido de más de un millón de toneladas. La exportación del tabaco en 1895 fue de 10 millones de pesos fuertes, mientras que en 1896 no llegó a los 3 millones de pesos fuertes. El déficit era alarmante. Sin la ayuda de La Metrópoli, la colonia se venía abajo. La táctica de Gómez de destruir los campos de caña y tabaco había dado resultado.

Mientras todas estas victorias militares tenían desmoralizado al ejérci­to, en España el pueblo y algunos políticos empezaban a demostrar su oposición a la guerra. Francisco Pi y Margall, en el periódico "El Nuevo Régimen", del 2 de noviembre de 1895, decía:

No es hora de callar, sino de decir francamente a la Na­ción lo que en Cuba ocurre; y si no se tiene valor para concederle la Autonomía, convocar a las Cortes y en ellas tomar la resolución que cumpla al bien de Cuba, a los in­tereses del país, al respeto de la justicia y al común decoro".14

En el mismo periódico, dice Margall, el 8 de febrero de 1896:

"Lo de Cuba no es un simple alzamiento. De guerra la he­mos calificado desde el primer día, y guerra es, ya que los insurrectos baten hace cerca de un año con tropas regulares, y no se los domina, con fuerzas que ascienden a 150.000 hombres y están provistas de las mejores armas. Nos devuelven sin canje los prisioneros, recogen y cuidan a nuestros heridos, no atropellan a nuestros soldados; y no­sotros que les somos superiores en poder, ya que no hemos aún perdido ni ciudades ni fortalezas, ¿hemos de ser menos humanos y menos cultos?" 15

El mismo Margall, el 9 de mayo de 1896, vuelve a condenar al gobierno por su mala política: "Urge la paz. La exige en primer término la necesi­dad de poner fin a la pérdida de sangre y a los gastos que la guerra ocasiona" 16

Lo que el gobierno les exigía a aquellos jóvenes campesinos y obreros, (que en realidad eran los que iban a Cuba, porque las clases pudientes podían abonar la cantidad de mil quinientas pesetas para redimirse) era que fueran a morir a los campos de guerra en Cuba. Hubo familias campe­sinas que hipotecaron sus pocas propiedades, y en otros casos sus hijas jóvenes tenían que casarse o servir a los placeres de los poderosos, para que los hombres no fueran reclutados. Nuevamente Margall critica al gobierno en "El Nuevo Régimen", el 14 de noviembre de 1896: "...veinte mil infelices más a Cuba; veinte mil desgraciados que no disponen de mil quinientas pesetas para redimirse".17

Emilio Castelar, en su correspondencia particular publicada después de la guerra, ha dejado estas notas sobre la contienda: "... donde no adelantamos una línea y tenemos, al venir la lluvia del verano, perdida por completo la campaña de invierno, que todos temen un cataclismo cercano, y todos temen me coja este peligro fuera de la patria ..." 18

Pablo de Alzola y Minondo, al escribir sobre "El problema cubano" dice:

"Y no se trataba de una frase arrogante "su último hombre y su última peseta", lanzada para imponer a los insurrectos, sino de medidas reales y positivas, tomadas para empeñar nuestras rentas más saneadas, levantar colosales empréstitos y lanzar, a través del Océano, el ejército más numeroso que ha cruzado sus aguas". 19

Un suceso muy importante en el transcurso de estos años de la guerra es el asesinato por un anarquista del político español Cánovas del Castillo, el día 8 de agosto de 1897, en el balneario de Santa Agueda. El nombre del anarquista, Miguel Angiolillo, ocultaba su identidad con falso nombre italiano. La prensa y figuras del gobierno acusaron a los cubanos de estar involucrados en su asesinato. Hasta ahí llegaba la bajeza de los acusadores. En el momento de ser apresado por las autoridades, el asesino declara: "Maté a Canovas, en justa represalia de los sangrientos sucesos de Mon­tjuich, en donde el gendarme Ricardo Portas, zaja y mutila carne de revol­tosos ácratas o libertarios". En el momento de morir lanzó el grito de "GERMINAL", que era la consigna revolucionaria del bakunismo.

A la muerte de Cánovas se hace cargo del gobierno Mateos Práxedes Sagasta. Sagasta trata de hacer cambios políticos en Cuba y Puerto Rico, mediante la formación de gobiernos autonomistas, según lo dispuesto por una Real Orden de María Cristina de Habsburgo, de 25 de noviembre de 1897. Ya era muy tarde: la revolución estaba en todo su apogeo.

Al tomar posesión del mando de la Isla de Cuba, el general Blanco, di­rige un informe, a Sagasta, jefe del gobierno, donde le informaba:

"Que en aquel tiempo morían diariamente cien soldados españoles en Cuba y treinta y seis mil anuales) ... La administración se halla en el último grado de perturbación y desorden; el ejército agotado y anémico, poblando los hospitales, sin fuerzas para combatir ni menos para soste­ner las armas; más de trescientos mil reconcentrados pereciendo de hambre y miseria, alrededor de las poblaciones; el país aterrado, presa de verdadero espanto, obligado a abandonar sus propiedades, gime bajo la tiranía más es­pantosa, sin otro recurso, para aliviar su terrible situación, que ir a engrosar las filas rebeldes".20

Recordaba que en la guerra del 1868-1878 habían muerto doscientos mil soldados españoles o sea, unos veinte mil anuales, según la estadística del coronel español Francisco Camps y Feliú.

Los autonomistas tratan de hacer cambiar el pensamiento de Máximo Gómez y de los principales dirigentes de la revolución. Gómez ordena ejecutar a todos aquellos autonomistas que se presentaran en los cuarteles militares. Los dirigentes cubanos no iban a transigir a última hora por la libertad de Cuba: "Libre e Independiente o Nada".

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