Josefina Ortega
José
Domingo Blinó fue el primer cubano que se elevó en un globo sobre La Habana. Y
por esas raras paradojas que tiene la vida, en una tierra que gusta de darles
“aire” a sus hijos más famosos, a Blinó hoy apenas se le recuerda.
Las
ascensiones en globos eran ya un espectáculo en esta villa, en la primera mitad
del siglo XIX, como aquella impresionante del francés Theodore. Cuando se
conoció la inminente ascensión del primer cubano, un tal José Domingo Blinó,
debió llenar de orgullo a más de un ciudadano.
Nacido y
criado en la ciudad, para más señas, jorobado, y de oficio hojalatero con
taller en la calle Teniente Rey, el intrépido joven anunció su ascensión en el Diario de La Habana, los primeros días
de mayo de 1831. Grandes expectativas despertó en la población semejante
acontecimiento, tema obligado desde entonces en las tertulias citadinas.
Para
favorecer el proyecto se abrió una suscripción popular, iniciada por el Capitán
general Dionisio Vives, cuyos resultados fueron altamente beneficiosos. Por si
fuera poco, los habaneros en aquella oportunidad serían testigos no solo de la
demostración del primer aeronauta cubano, sino también de la subida del primer
globo confeccionado en la Isla.
Su autor
sería el propio Blinó, con la ayuda de los mejores profesores de Física y
Química de la capital. Acaso ello explique por qué los resultados posteriores
del cubano fueran muy superiores a los de sus predecesores venidos de otras
tierras.
Legado el
30 de mayo de 1831, el valiente joven se lanzó por los aires en su globo desde la plaza de los Toros del
Campo de Marte (en los terrenos que hoy ocupa el Capitolio Nacional), donde se
aglomeraba una entusiasta multitud. Muy pronto los espectadores observaron que
el aeronauta criollo sobrepasa los límites
de sus colegas extranjeros, y en la distancia se pierde de vista,
siempre viajando hacia el poniente.
Angustiosas resultaron las horas que
siguieron a la desaparición del globo en el horizonte. Se dio orden de
movilizar las patrullas y embarcaciones en distintas direcciones y se
ofrecieron varias “onzas” por su rescate, pero todos regresan sin información
alguna. Así transcurren dos días de visible abatimiento, interrumpidos
brevemente por las inevitables “bolas” que sitúan a Blinó, triunfador, en
Florida; en Yucatán o en otras regiones desconocidas de Centroamérica.
Pero la historia no tuvo un fin trágico: al
fin, la esperada noticia llega a las autoridades: el primer aeronauta cubano ha
descendido, luego de un viaje en medio de lluvias y vientos tempestuosos, en
los terrenos del potrero de San José, en el término de Quiebra Hacha, en Pinar
del Río.
José Domingo Blinó es el héroe de aquella
singular jornada. Objeto de homenajes, serenatas y banquetes, como bien dijera
Álvaro de la Iglesia, en sus Tradiciones
Cubanas, muy pronto cayó sobre él un “chubasco de seborucos poéticos”, que,
por cierto, merecieron ser recogidos por Boloña en una obra de cien páginas
titulada Colección de todas las
poesías en elogio del cubano Domingo Blinó”.
Su segundo intento fue un fracaso. Blinó,
urgido por todos los apremios posibles partió rumbo a Nueva York, para, según
algunos, comprar un globo aerostático de mayores dimensiones, a fin de
emprender nuevos viajes que le permitieran reivindicar su fama ya en picada. Se
desconoce el resultado de las gestiones en tierras del Norte. Al volver a Cuba,
durante la travesía enfermó de gravedad y murió en el barco en que retornaba.
Su cadáver fue lanzado al mar.
Quien inició días de fama con una ascensión
al cielo, acabó su existencia en el fondo del mar. El cubano Domingo Blinó
terminó demasiado pronto. Pero de todos modos seguirá siendo el primero.
Publicación
(La Jirivilla)
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