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Plaza
de San Francisco La Habana 1900
Roberto Soto Santana
Los historiadores
igual de dogmáticos (según el Diccionario de la Real Academia , “dogmático” es
la cualidad de inflexible, que mantiene sus opiniones como verdades inconcusas)
que maniqueos (es decir, los que
dividen a todos los contendientes en dos compartimientos estancos y homogéneos:
el bando de los buenos y el bando de los malos), al glosar la Cuba
colonial posterior al Convenio del Zanjón la pintan dividida socialmente entre la España rapaz defendida por
los Voluntarios, del lado triunfante, y
los separatistas frustrados, vencidos militarmente, del lado derrotado.
En cuanto a la trayectoria y significación del Autonomismo,
la línea general, mantenida por los historiadores de más relieve, tanto en la Cuba republicana anterior a
la implantación del régimen comunista como por el posterior academicismo
oficial sometido al “pensamiento único”, ha sido la de considerarlo una “rara avis”
sin sustento social alguno, cuyo ideario era la expresión necesaria del
reaccionarismo ideológico de su composición clasista, e inmerecedor de
reconocimiento alguno como coadyuvante, ni siquiera marginalmente, a la
resistencia frente a la opresión por parte de la Metrópoli , ya que
pretendía ocupar una imposible equidistancia entre integristas e
independentistas.
Así lo expresó Emilio
Roig de Leuchsenring en 1945: “Sólo puede encontrarse explicación a la
errónea postura, junto a España, adoptada por los autonomistas cubanos (…) en
el agudo reaccionarismo y conservadurismo político de aquellos hombres, en su
españolismo, sentido más ardientemente que el cubanismo natural y lógico dada
su condición de criollos, y en su posición económica de burgueses acomodados,
hombres de estudio y gabinete, profesionales en su mayoría, egoístas y
pusilánimes, incapaces de arrostrar, en beneficio de la colectividad, la
posible pérdida de su propio bienestar material y el de su familia” (“13
conclusiones fundamentales sobre la Guerra Libertadora
cubana de 1895” ,
Jornada nº 34, Centro de Estudios Sociales de El Colegio de México, Fondo de
Cultura Económica, México, D.F., pp.33-34).
Esta valoración economicista tan característica de los
marxistas ‘estrechos’ –aunque Roig no pasara de ser más bien un filomarxista-
constituye un paradigma de sectarismo en el análisis histórico que no parece
digno de un historiador de la talla de Leuchsenring, ya que en la Guerra de 1868-78, en la Guerra Chiquita , y en la Guerra de 1895-1898 integraron
las filas mambisas numerosos prohombres acomodados y acaudalados, que por ello
quedaron empobrecidos (Francisco Vicente Aguilera, Miguel Aldama Alfonso,
Carlos Manuel de Céspedes, Salvador Cisneros Betancourt) así como incontables
profesionales (Ignacio Agramonte Loynaz –abogado-, Fernando Figueredo Socarrás
–ingeniero-, y los médicos Máximo Zertucha, Félix Figueredo, Eugenio Sánchez
Agramonte, y Enrique Núñez de Villavicencio, entre otros muchos galenos que
abandonaron sus consultas para ir a combatir a la manigua).
Este prejuicio (el de identificar extracción social con
trayectoria política) inficiona en iguales términos al argumentario de los
historiadores marxistas cubanos contemporáneos Jorge Ibarra (autor de “Ideología Mambisa”, Instituto Cubano del
Libro, La Habana ,
1972, p. 58), que imputa “el contenido reaccionario y retrógrado del
autonomismo” a la extracción social de sus dirigentes), Ramón de Armas, que califica a los autonomistas como exponentes de
“una burguesía antinacional” (“Los partidos políticos burgueses en Cuba
neocolonial (1899-1952)”, Edit. de Ciencias Sociales, La Habana , 1985, p. 24) y Mildred de la Torre , para quien el
autonomismo es “una fuerza retardataria del progreso social…que aspiraba a
detener el desarrollo ascendente de la nacionalidad cubana…concebida con la
finalidad de destruir la opción independentista” (“El autonomismo en Cuba ,
1878-1898” ).
De que los autonomistas cubanos estaban políticamente
equivocados no cabe la menor duda. No obstante, de ahí a asimilarlos a los
integristas va un largo trecho.
Como ha señalado Antonio-Filiu Franco Pérez (“Vae
Victis!, o la biografía política del autonomismo cubano (1878-1898)”
<Historia Constitucional (revista electrónica), n.3, 2002 http://hc.rediris.es./03/index.html>), “Pocas
figuras de la historia política del siglo XIX en Cuba han concitado juicios tan
negativos como los cubanos propugnadores del proyecto decimonónico de
descentralización colonial. Aún hoy, a más de un siglo de los acontecimientos
del llamado ‘desastre’ de 1898, perdura entre muchos historiadores cubanos la
opinión que los considera arquetipos históricos del antipatriotismo y la
negación de la cubanidad”.
En este contexto, este estudioso ha subrayado “la
incapacidad de la historiografía cubana nacionalista del siglo XX para ir más
allá de la descalificación del autonomismo como proyecto político, y de los
autonomistas como cubanos. Inculpar a los autonomistas insulares como las
auténticas bestias negras de las tendencias heterodoxas cubanas del siglo XIX
[ha conducido a que] la investigación
histórica sobre el XIX cubano [quedara] de esta manera lastrada por un modelo
ideológico-político que a priori juzgaba
como errónea a toda postura o
modo de actuación política diferente a la revolucionario-independentista”.
A continuación en la misma obra, este investigador señala
que “...a partir de que el Partido Liberal adquirió su organización
definitiva en la Junta Magna
celebrada el 15 de febrero de 1879, se sientan las líneas maestras de la
doctrina autonomista cubana, que en esencia estaría marcada por una estrategia
posibilista, legal, pacífica y evolucionista de actuación política, cuyo
objetivo último era la implantación de
un modelo descentralizado de organización política colonial en Cuba…la
composición social del núcleo dirigente del Partido…permanecería invariable
hasta su ocaso y definitiva desaparición como agrupación política. Destacaban
en este núcleo dirigente hombres con una sólida formación jurídica, que en
muchos casos habían cursado estudios
universitarios en España, lo que en no poca medida determinaría la
solución jurídico-política que desarrollaría doctrinalmente el PLA, así como la
estrategia política que asumiría. Eran criollos, acaudalados o de clase media,
a los que sus intereses materiales les hacían ver con horror los terribles
resultados que les acarrearía una insurrección revolucionaria. De ahí que su
lema de ‘orden y libertad’ se opusiera siempre a la temida revolución independentista,
y determinara la toma de posición del Partido sobre este particular entre 1879
y 1895…Un enfoque verdaderamente científico de este problema exige valorar con
objetividad desapasionada el complejo entramado de circunstancias
sociopolíticas y económicas que determinaron su modo de actuación. Cabe decir,
pues, que los cubanos propugnadores del proyecto político autonomista para
Cuba, en tanto hijos legítimos de su época y de sus singulares circunstancias
sociales, resultaron marcados por la ideología liberal consolidada a lo largo
del siglo XIX…Reducir el pasado histórico a través del prisma de visiones
nacionalistas estrechas es renunciar –o pretender negar- a una parte de la
razón de la existencia de la identidad cubana; es ver la Historia de un solo color,
y no en su verdadera multiplicidad de matices. Es, en fin, el huevo de
serpiente de la intolerancia.”
En todo caso, la cuestión de la validez del ideario autonomista la dejó zanjada José Martí en un artículo publicado en la edición de PATRIA del 26 de marzo
de 1892 (“Obras Completas”, Edit. de Ciencias Sociales, La Habana , 1975, tomo I, pp.
355-356) en el cual hace una fundada exhortación, que no contiene fulminantes descalificaciones
sino que plantea un imperativo moral ineludible, señalando que “Por la
confusión de los términos se confunden los hombres. No hay que estar a las
palabras, sino a lo que está debajo de ellas (…) La autonomía sería una palabra
grata al cubano y al puertorriqueño, puesto que autonomía sólo quiere decir
gobierno propio, si el autonomismo no hubiese descompuesto los elementos
necesarios para el gobierno propio (…) Los autonomistas, con su derecho pleno
de cubanos, pueden, cambiando totalmente de espíritu y de métodos, entrar en la
obra que perdura cuando la suya se viene abajo, en la obra que se mantuvo
abierta para recibir a los mismos que la perseguían y reprobaban, en la obra
nueva y radical de la independencia. La independencia, que se anhela para
fundir en el trabajo victorioso de la creación del pueblo nuevo los factores
que pueden debilitarlo o rendirlo al extraño si se aflojan o divorcian, jamás
podrá ser la continuación de la obra tortuosa, indecisa, descorazonada y
parcial de la autonomía (…) No es la caja sólo lo que hay que defender, ni es
la patria una cuenta corriente, ni con poner en paz el débito y el crédito, o
con capitanear de palaciegos unas cuantas docenas de criollos, se acalla el
ansia de conquistar un régimen de dignidad y de justicia, en que en el palacio
del derecho, sin empujar de atrás ni de adelante, sean capitanes todos. La
independencia no ha de ser, porque más valdría entonces que no fuese, el
desconocimiento del derecho de una entidad cualquiera de la familia del país,
nueva o histórica: hemos sido azotados, y el primero en verdad sería el que hubiese
recibido más azotes, si no estuviese antes que él el que se alzó contra ellos.
Por el poder de erguirse se mide a los hombres. Las columnas son sustento más
seguro de un pueblo que los lomos. Los lomos se han de enderezar. Las columnas
se rompen, pero no se doblan. La obra de la columna no podría hacerse con los
lomos (…) Con el autonomismo de gabinete, que con la bandera de la evolución se
ha puesto en el camino de la evolución real del país, y sólo entrará en vida
cuando entre en ella, -la independencia sólo puede obrar como se obra con los
obstáculos: o se carga con ellos, y se les abre espacio para seguir la pelea
con más poder, o se les deja de lado. Pero el número del país, que por el
autonomismo enseñaba su anhelo de libertad inextinguible, y expresaba en él los
deseos de independencia que agitan su corazón; el número del país, que por la
tentación de la actividad mantenía en el autonomismo la resistencia a España,
ése no es ejército propio de los que con España pueden vivir en paz sincera, y
apetecen y buscan la paz con España, y desconocen con su alma peninsular el
alma criolla, sino ejército de la resistencia contra España. Y el día en que
pudiese volver a surgir, aunque hemos de sangrar y bregar porque no surja, el
conflicto por donde la guerra pasada vino a fin, el conflicto entre el espíritu
confuso y grandioso de la guerra, sublime y viable a pesar de su desorden, y el
ánimo sectario y encogido de aquellos en quienes se vinculó su representación,
no estará el número del país con los que miran más a un grupo de él que a la
obra común de todos los grupos, o a los intereses de unos más que al interés de
todos; no estará con los que en un pueblo probado por el heroísmo brillante de
la campaña y el heroísmo silencioso del destierro, quieran continuar la vida
arrogante o recelosa de la esclavitud, con sus miras poblanas y sus hábitos
canijos; no estará con los enemigos de la independencia. Y sólo los enemigos de
la independencia pueden estar con los que no la traigan en su corazón”.
En resumen, no puede rehusársele
legitimidad histórica al autonomismo como un ideal político alternativo para la Cuba del siglo XIX
(“legitimidad” es cualidad de legítimo, y “legítimo” es sinónimo de lícito, es
decir, justo, permitido, según ciencia y razón). Otra cosa es que el
autonomismo fuera incapaz, como lo fue, de contrarrestar el inmovilismo de la
dominación colonial, que no quiso nunca levantar o por lo menos suavizar la
opresión de los criollos. Y que, por lo tanto, la guerra quedara como única
opción posible.
No ya Martí, sino Enrique
José Varona, tras ingresar en el Partido Autonomista a raíz de la Paz del Zanjón, le había dicho
en carta a su paisano Salvador Cisneros Betancourt que esa adhesión política le
había “proporcionado la oportunidad de decirles” a los jefes de ese partido
“grandes verdades sobre el espíritu de explotación y rapiña de la colonización
española”.
Varona, tras ser elegido diputado por la Isla a las Cortes españolas, en
las listas del Partido Liberal Autonomista, en una entrevista mantenida en 1884
con el Ministro de Ultramar en Madrid, éste le anunció que no habría más
reformas a favor de Cuba, lo que le llevó a renunciar a su acta y al propio
partido autonomista, en diciembre de 1885.
A la fundación del Partido Revolucionario Cubano, en 1892, el
propio Martí solicitó la colaboración de Varona con vista a la reanudación de
la lucha, y este último, en 1895, en su opúsculo “Cuba contra España”,
sentenció que “la guerra es una triste necesidad” (Véase “Desde mi Belvedere”,
pp. XLIV y siguientes, Fundación Biblioteca Ayacucho, Caracas, 2010).
Como dice la cita de Varona en el monolito a la entrada del
edificio de la Biblioteca Pública
sita en la esquina de las avenidas 41 y Buen Retiro (actualmente, calle 100) en
el municipio de Marianao (hoy en día, Playa), “Si los cubanos honrados se hubieran
conformado, Cuba seguiría siendo colonia”.
Es un análisis muy bien escrito del señor Roberto Soto sobre el autonomismo en Cuba, durante la colonia, que era defendio por las clases ricas cubanas. Sin la lucha por la independencia de Cuba, nunca los cubanos hubieran sido libres. Sólo trunco sus deseos de una completa libertad, la Intervención de los Estados Unidos en la guerra, y más tarde con la Enmienda Platt, que impedía todo proceso de una verdadera libertad.
ResponderEliminarR.León