por Zilia L. Laje
Primera Parte
Esperando en el departamento de radiología del hospital Mercy un jueves para hacerme una radiografía, me encontré con una compañera de la escuela elemental, Marta Villar Campillo, que no hubiera reconocido jamás ya que hacía ya 51 años que no nos veíamos, sino porque la llamaron por su nombre y yo tengo mucha mas retentiva para los nombres que para la fisonomía. Mas tarde me encontré en el blog de Desarraigos Provocados un artículo sobre la escuela de otra antigua alumna, Gladys Zamora Díaz, en tres partes, http://desarraigos.blogspot. com/2008/07/escuelas- municipales-de-la-habana- antes.html.
La escuela era Alfredo Ma. Aguayo, en Estrada Palma # 375, e/José A. Cortina y Figueroa, en Santos Suárez. Era municipal, para niñas, nombrada en honor al pedagogo Alfredo Ma. Aguayo Sánchez, muy "progresiva": había dos aulas amplias de cada grado, con puntal alto, y no tenían pupitres individuales, sino mesas de a cuatro alumnas, de madera, redondas o cuadradas, pintadas en tonos pastel, rosado, azul, verde, melocotón, amarillo, aqua o lila, dos pizarras y estantes de libreros bajo las ventanas altas a lo largo de dos paredes. La arquitectura era de estilo geométrico, parte Art Déco, parte aerodinámica, y ocupaba toda una manzana. Había sido construida alrededor de 1936, durante la administración del alcalde Antonio Beruff Mendieta. Estaba auspiciada, y otras tres instituciones similares, por el Ayuntamiento de La Habana. El ingreso era por becas concedidas por los representantes a la Cámara y los concejales municipales. La educación era de primera y los maestros excelentes. Me acuerdo de las maestras. Recuerdo la escuela con con cariño.
Escuela Municipal Alfredo Ma. Aguayo en la actualidad
El vestíbulo de entrada, circular, tenía proverbios grabados en las paredes a lo alto, "Sólo la verdad nos pondrá la toga viril", "Ay de los pueblos sin escuelas, ay de los espíritus sin temple", de Martí. La oficina quedaba a la derecha, la dirección a continuación. La directora era la Dra. Alicia Cuervo Barrena, alta, la sub-directora Elena Blanco, ambas de mucho busto. La secretaria se nombraba Margarita Alcalde. A la izquierda había una escalera curva ancha. En frente había un salón de recreo con mesitas como para jugar damas. Hacia la derecha quedaban las aulas numeradas impares, 1, 3 y 5, un muro delante desde donde se podía mirar hacia abajo; pero no recuerdo qué se vería en el sótano, quizás otro patio, el laboratorio en la esquina, una escalera para subir a la planta alta y bajar al sótano con pasamanos planos de madera, al doblar a la izquierda estaba el comedor con varias puertas, y a continuación, el "pantry", donde había una nevera roja de Coca-Cola. Hacia la izquierda estaban las aulas numeradas pares, 2, 4 y 6, un patio interior cementado en frente, en la esquina el apartamento de la directora, que una que hubo ocupó, una escalera hacia la planta alta, al doblar a la derecha, los talleres de corte y costura y puericultura, y en la esquina el departamento de pintura. Por la galería al fondo, quedaban las aulas 8 y 10 a la izquierda, la escalera a "la pista" y a la derecha, las aulas 7 y 9. El piso era de chispas de mármol con unas líneas doradas, el precursor del terrazzo; las galerías anchas tenían unas franjas en los bordes. Tenía capacidad para 300 alumnas pupilas y 200 externas.
Las "externas" entrábamos a las 8:30 de la mañana y salíamos a las 6:30 de la tarde. Allí desayunábamos, almorzábamos, merendábamos, comíamos y nos bañábamos, y las más chicas hasta el 3er grado dormían la siesta. Por la mañana teníamos las clases académicas. Enseñaban inglés a partir del 4to grado, "El inglés en acción" del método de Leonardo Sorzano Jorrín, fonética; la profesora se llamaba Josefina Cadenas, y dibujo, no recuerdo si la maestra era María de los Angeles Fernández de Castro. Aprendí a trazar letra gótica y dibujar siluetas de damas antiguas en tinta china sobre cristal.
El comedor tenía 16 mesas largas de granito, con banqueticas circulares que salían de las patas de las mesas, para 32 alumnas. La instructora, Gladys Machado, se sentaba en una silla alta como un guarda de prisión, para poder dominar el salón entero, y con su voz como un látigo, infundía terror. Las alumnas nos sentábamos en grupitos de a cuatro, en los que una alumna de 6to grado nos servía a las otras tres mas chicas de las fuentes en que nos subían la comida por elevador manual. El desayuno era café con leche, al que se le formaba una nata fina, y pan de flauta, algunas veces chocolate caliente. El almuerzo y la comida consistían en sopa o potaje, de chícharos, garbanzos, lentejas, judías, frijoles negros o colorados, biftec, picadillo, carne con papas o rueda de pescado, pollo los viernes, no recuerdo qué otra carne servían, arroz blanco siempre, algunas veces viandas, papas, plátanos o malanga, y de postre mermelada de guayaba, arroz con leche, fruta-bomba, harina en dulce, coco rallado, cascos de guayaba, natilla de chocolate u orejones de albaricoque, a los que algunas aprendimos a abrirles la semilla y nos comíamos el cotiledón de adentro; nos servían el agua en un vasito de aluminio. Llevábamos nuestra propia servilleta con las iniciales bordadas en punto de cruz en hilo azul "royal". Los platos eran de loza. Como había poco espacio, después que terminábamos de tomar el potaje, colocábamos el plato llano encima del hondo vacío y ahí comíamos. Recuerdo un biftec con un agradable sabor ahumado y el arroz con leche rico; pero se estilaba criticar todo con desdén. De merienda a menudo nos daban un pedazo de dulce de guayaba en una galleta de sal. La comida era buena, sana, limpia, fresca (excepto el pan, que ya para el viernes parecía como elástico) y abundante; pero algunas veces los garbanzos quedaban duros y entonces nos los tirábamos de una mesa a otra.
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