Julián del Casal: Iniciador Olvidado
Rowland J. Bosch (†)
Miembro de la Academia de la Historia de Cuba
(Exilio)
La América
Española ha sido pródiga en poetas. España, tierra de vates y de caballeros,
inyectó su sangre a las nuevas comarcas
y el crisol americano lo aprovechó con creces.
Hubo
tiempos en los que la literatura de la Madre Patria, debilitada después de
épocas de gloria, quedó adormecida y dejó de brillar. Entonces los
Hispanoamericanos dijeron presente y renació una nueva ola de poetas y literatos
cuyas producciones iluminaron el firmamento literario
Uno de
estos períodos en que España quedó atrás, y América se adelantó a enviar su
mensaje cultural al mundo, es el que corre desde los finales del siglo XIX hasta los comienzos del siglo XX. Etapa
que abarca un no muy bien definido número de años, pero que definitivamente
quedó marcada con la publicación del libro AZUL
de Rubén Darío, en 1888.
A este
surgir de las letras hispánicas se le ha denominado Modernismo, aunque el
nombre no describa a plenitud esta “así llamada” escuela literaria.
Dice Rosa
M. Cabrera, en su libro sobre Casal, que “La América Latina, en los finales del
siglo XIX, instintivamente buscaba un módulo de expresión original, enteramente
suyo, no por afán de originalidad, sino
por un anhelo de romper con las gastada tradición romántica”. (1)
La escuela
Modernista ni fue moderna, ni fue escuela, fue más bien un movimiento que
surgió espontáneamente en toda Hispanoamérica, después de un período de
refinamiento exagerado en el empleo de las palabras durante el llamado
decadentismo.
Muchos
poetas volvieron sus ojos hacia los Parnasianos, y simbolistas franceses, y éstos
influyeron en los nuevos poetas, pero sin decirse que fueran sus precursores, mientras
que las obras de Baudelaire, Verlaine,
Leconte de Lisle, y otros fueron traducidas al español, buscándose nuevas
fuentes de inspiración y nuevos métodos de versificación. Fue una época de
verdadera unificación.
Los
modernistas desdeñaron el romántico sentimentalismo de los post-románticos y de
los decadentistas y arroparon su poesía con nuevas técnicas. Cierto que no
puede decirse que durante el romanticismo no descollaran en Cuba, poetas de
calidad; citemos a: Avellaneda, José Jacinto Milanés, Joaquín Lorenzo Luaces y
Juan Clemente Zenea, el malogrado autor de “Fidelia”, Miguel Teurbe Tolón,
Pedro Santicilia, Diego Vicente Tejera y poetas de transición como Aurelia
Castillo, Nieves Xenes, Manuel Serafín Pichardo, Enrique Hernández Miyares,
Rafael María Mendive, y otros.
Cuba no
fue ajena a la corriente modernista a pesar de las grandes dificultades por las
que atravesaba el país. Vienen a mi mente, como representantes de esta nueva
sensibilidad; Mercedes Matamoros (1858-1906), los hermanos Fernando Lles
(1883-1942) y Francisco Lles (1888-1926), Regino Boti (1878-1958)), José Manuel
Poveda (1888-1926) y Agustín Acosta (1886-1979), poeta Nacional de Cuba, quien
fue la figura cumbre del modernismo y el neo-modernismo en la nación caribeña.
Aunque
algunos autores citan a José Martí y a Julián del Casal como precursores del
modernismo, no creo sin embargo que lo fueran; sería más preciso llamarlos
“iniciadores”, todavía mejor que poetas de transición, porque, a pesar de que
muchas de sus primeras obras siguen las pautas empleadas en el romanticismo, a
medida que evolucionan van entrando más y más en las nuevas vertientes
literarias. Vertientes que en más de una ocasión son iniciadas por ellos
mismos.
Nota del editor:
Alberto
Rocasolano, en su libro Julián del
Casal. Obra Poética, La Habana, 23 de agosto de 1980, aclara el tema del
iniciador del modernismo en Cuba. Y dice: “No fue nuestro poeta, como creyó
Darío y dejó escrito en La Nación el 1 de enero de 1911, el primer lírico de lo
moderno que tuvo Cuba. En verdad, esa primacía le corresponde de modo
incuestionable a José Martí con su Ismaelillo (1882); fenómeno que fue
advertido por José Asunción Silva cuando le recomendó a Sanín Cano la lectura
del citado cuaderno, al que consideraba “ejemplo de formas sencillas, de una
sensibilidad personal exenta de afectación, no extraña a las corrientes
literarias de reciente aparición en los ámbitos de la cultura americana”. (2)
Obra citada, prólogo, p.35
En esta
escuela modernista descuellan en América, el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera,
a quien Martí dedica un poema, el colombiano José Asunción Silva, el
nicaragüense Rubén Darío -considerado el máximo exponente de esta escuela-, el
mexicano Luis G. Urbina, autor de “Metamorfosis”, el argentino Leopoldo
Lugones, Amado Nervo, Rufino Blanco Fombona, Julio Herrera y Reissig, José
Santos Chocano y otros.
Tenemos
que admitir que no se puede hablar del modernismo sin mencionar a Rubén Darío;
sin embargo, Julián del Casal, uno de los más grandes poetas que ha dado Cuba,
es apenas conocido en su propia patria.
Si
hiciéramos una pirámide del modernismo, sus cuatro ángulos en la base estarían
formados por José Martí, Julián del Casal, José Asunción Silva y Manuel
Gutiérrez Nájera, quienes son para mi sus cuatro principales iniciadores. En el
vértice estaría Rubén Darío
Julián del Casal nació en la ciudad de La Habana
el 7 de noviembre de 1863, de padre vasco y madre pinareña. Cuando apenas tiene
5 años, la madre muere. El padre había prosperado económicamente y Julián pudo
ir al colegio de los Jesuitas de Belén. A los 16 años se gradúa de Bachiller en
Arte. El 29 de septiembre de 1880, matricula varias asignaturas del primer
curso de Derecho de la Universidad de La Habana, pero poco después deja los
estudios y se dedica de lleno a la labor periodística. A los 21 años queda
huérfano de padre.
Su primera
colaboración en “La Habana Elegante” revista de la época data del 19 de abril
de 1885, donde escribe poemas. Mas adelante entra a colaborar en “El Ensayo”,
“El Museo“ y “El Fígaro”. En 1888 publica una serie de artículos
controversiales en “La Sociedad de La Habana”. El primer artículo en el que
fustiga al general Sabás Marín, provoca
una serie de comentarios adversos que le cuesta su puesto en la Intendencia
General de Hacienda y en la Junta de la Deuda. Decepcionado, vende lo que ha
heredado y marcha a Europa. Llega a Madrid y conoce al poeta mexicano Francisco
A. de Icaza, autor de notables estudios “Cervantinos” y al español Salvador
Rueda, verdadero precursor del modernismo, que lucha por salvar a España del
decadentismo literario. Desea ir a París, pero se le agotan los fondos y se
consuela diciéndose que “Francia era para él un bello sueño y que quería
mantenerlo como tal”.
Regresa a
Cuba, se relaciona con los literatos de su tiempo y publica el primero de sus
tres libros de versos, Hojas al Viento, dedicado
a Ricardo del Monte, el muy querido y venerado maestro. Libro que contiene gran
influencia romántica, parnasiana y simbolista. Hay poemas inspirados en la obra
de Teófilo Gautier, imitaciones de Coppée, de Victor Hugo, paráfra
sis de Heine, de José María Heredia, el poeta
francés de origen cubano, autor de “Los Trofeos”. Como se ve, la influencia
gala es envolvente en este primer libro. Se destaca la tristeza infinita, el
refinamiento y la morbosa sensibilidad tan sobresaliente en Baudelaire, aunque
se aprecian en Hojas al Viento
elementos románticos que recuerdan a Bécquer y a Zorrilla por la musicalidad y
la facilidad rítmica. Hay también influencias de Gertrudis Gómez de
Avellaneda., “Amor en el claustro”.
Mucho se
ha criticado la falta de cubana en la obra casaliana exceptuando su poema “A
Maceo”. Es que Casal fue un poeta estético y abstracto y como tal su musa
volaba a donde se encontraran elementos que alimentaran su poesía. Así, huyendo
de la realidad, se refugio en el mundo ideal de los poetas franceses. Quizás sintío
pena por haber nacido en una isla llena de conflictos: “Soy poeta nacido en una
región americana famosa por su belleza y también por sus desgracias”.
En uno de
sus últimos ensayos publicado el mismo año de su muerte, nos dice: “Yo adoro en
cambio el París raro y exótico, delicado y sensitivo, brillante y artificial” y
agrega más adelante “el París que se embriaga en la poesía de Leconte de Lisle
y de Stéphane Mallarmé”.
En Cuba
conoció a Aniceto Valdivia (1859-1927) el Conde Kostia quien regresó a La
Habana en 1885 y que lo puso en contacto con las nuevas vertientes poéticas;
así se adentro más a fondo con Verlaine y con Baudelaire y perfeccionó su
poesía.
Nota del editor:
El autor
Alberto Rocasolano, en su libro sobre la poesía de Casal, dice:” En 1885 es un
año importante en la breve trayectoria de Casal.: Nicolás Azcárate le presenta
a Ramón Meza y lo relaciona con las tertulias literarias; comienza a reunirse en
la biblioteca de Meza con éste, Enrique Hernández Miyares, Manuel de la Cruz y
Aurelio Mitjans; además, traba amistad con Aniceto Valdivia, el Conde Kostia,
quien lo inicia en la lectura regular de los parnnasianos, decadentes y simbolistas
franceses”’ (3), p. 22.
Es muy
notable esta tendencia hacia todo lo francés de la mayoría de los modernistas.
Casal la absorbió rápidamente y en su crisol mental, y con su originalidad dio
nacimiento a una poesía única.
Hay muchos
elementos a estudiar en la poesía casaliana que integran su mundo estético:
musicalidad, cromatismo, refinamiento, temática, morbosidad y el uso del
adjetivo.
En 1892
publica Nieve, su segundo libro, y
conoce a Rubén Darío, que pasaba por La Habana rumbo a España para la
conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento de América, se dedicaron
poemas. Darío lo comprende y le dice:
“!Tú cultiva tus males, yo el mío olvido
Quisiera estar contigo largos instantes
pero a tu ardiente súplica ceder no puedo
y hasta tus verdes ojos relampagueantes
si me inspiran cariño, me infunden miedo!”.
Ya muerto
Casal, Darío lo recordó en un artículo enviado a Enrique Hernández Miyares, en
1894 donde lo nombra “desdichado ruiseñor del bosque de la muerte” y agrega
“después del alma de Edgar Poe, la suya es la que más ha volado a la montaña
del arte”.
En Nieve hay poemas bellísimos; el más
conocido aunque no el mejor es el soneto “A mi madre”, en donde dice: “No
fuiste una mujer sino una santa”, etc.
Dice la Enciclopedia de Cuba sobre Nieve: “Se hace visible la influencia
de los parnasianos franceses sobre todo de Leconte de Lisle en poemas como
“Bocetos Antiguos”, “Las Oceánicas”, “La muerte de Moisés”, “La agonía de
Petronio” y “El camino de Damasco”.
La
influencia de José María Heredia (1842-1905), el parnasiano francés, también se
puede subrayar en los 10 sonetos que constituyen “Mi museo ideal”, basado en
varios cuadros del pintor francés Gustave Moreau (1826-1898). Es uno de los
mejores colecciones de sonetos que puede mostrar nuestra literatura.
El tercer
libro de Casal se publicó después de su muerte, Bustos y Rimas con gran influencia “Baudelariana” aunque es ya
poesía con numerosos matices modernistas.
Dice la Enciclopedia de Cuba: “En Rimas sus más secretas apetencias, sus
inquietudes de hombre logran predominar sobre la influencias anteriores”.
Casal no
fue un verdadero ateo en el sentido amplio de la palabra. Rodeado de sus musas
y sus dioses exóticos, se refugio en ellos. Fue un místico y como tal vivió su
mundo y en su mundo.
Pablo
Verlaine (1844-1896), el gran poeta simbolista francés dice de él: “Creo, sin
embargo, que el misticismo contemporáneo llegará hasta él y que cuando la fe
terrible haya bañado su alma joven, los poemas brotarán de sus labios como flores
sagradas. Lo que hace falta es creer, cuando crea, será nuestro hermano”.
Martí
también admiraba a Casal, pero le reprochaba su inclinación a la poesía y
cultura francesa.
Aunque la
influencia casaliana dentro de Cuba fue escasa, su poesía influyó
extraordinariamente en otros poetas contemporáneos como Augusto de Armas
(1859-1891) y Juana Borrero -que amó platónicamente a Casal, aunque su único y
verdadero amor lo fue otro poeta, Carlos Pío Uhrbach (1872-1897), uno de los
hermanos Uhrbach, tristemente desaparecido en la manigua cubana y cuya obra y
la suya propia fueron publicadas póstumamente por su hermano Federico
(1873-1931) en un libro titulado Oro,
con poesía de los dos poetas.
Casal en
1893 escribe a Darío una carta llena de presentimientos con respecto a su
muerte. El 21 de octubre de 1893, estando en una comida invitado por su
amigo Lucas de los Santos Lamadrid,
quien vivía en la calle Prado, en La Habana, uno de los comensales hizo un
chiste que provocó hilaridad en ellos. Una carcajada de Casal le costó la vida
al rompérsele un aneurisma que le provocó la muerte instantánea.
Como
triste paradoja de la vida, aquel poeta melancólico, oscuro y solitario moría
de un ataque de risa, y además moría joven a los 29 años, corroborando el signo
fatal de la mayoría de los poetas del modernismo: Martí muere a los 42 años,
Carlos Pió Uhrbach a los 25, Juana Borrero a los 18 , Rubén Darío a los 49
años, al igual que Amado Nervo, Gutiérrez Nájera a los 30, José Asunción Silva
a los 28, Alfonsina Storni a los 46, Julio Herrera y Reissig a los 34, Cesar
Vallejo a los 39.
Todos
ellos murieron jóvenes, algunos pusieron fin a sus atormentadas existencias y
otros murieron de terribles enfermedades como si un signo maléfico persiguiera
a los seguidores del modernismo por el pecado de cautivar a las musas bellas, y
que en el pasar de sus vidas nos legaron la belleza eterna de una poesía nueva,
íntima en formas rítmicas musicales que perdurarán a través del tiempo.
Bibliografía
Consultada
1 -Cabrera, Rosa M., Julián del
Casal. Vida y obra poética.
2. Rocasolano, Alberto, Julián del
Casal. Obra Poética, La Habana, agosto, 1980
3.- Rocasolano
4.- La Enciclopedia de Cuba, Tomo 1,
Poesías
5.- Figueroa, Esperanza,
Hernández Miyares, Julio, Jiménez, Zaldivar, Gladis, Julián del Casal “Estudios críticos sobre su obra.
6.- Nervo, Amado, Poesías. La amada Inmóvil.
muy buen escritor y una persona decente. Se le recuerda con cariño.
ResponderEliminarR.Leon