Foto tomada de: Liturgia |
Lola
Benítez Molina
Málaga
(España)
Sonidos de violines ensalzan al espíritu hasta
alcanzar lo sublime. Amor nocturno por los Palacios de Aranjuez, Fontana de
Trevi majestuosa, batuta de sentimientos que debilitan a la melancolía y que
anidan en el embrujo del despertar de la primavera con amapolas en su creciente
fulgor, suaves fragancias de perfumes que despiertan los sentidos a veces
marchitos, sueños que alimentan el alma, juego de fagots, violonchelos en
dulces atardeceres… son los grandes placeres de la vida: una sonrisa inesperada
que te abre su corazón.
No me abandones en las horas de
desdicha, que el jardín que abonamos florece con savia creciente y, aunque me
pierda en esas noches oscuras, al despertar hallaré de nuevo el placer de
compartir lo bello de cuanto se nos ofrece. Acompañada de Andrea Bocelli con su
cantar a Granada o de Charles Aznavour en un paseo en góndola por Venecia, mi
espíritu saborea el instante de lo prohibido, de lo que pudo ser y será. El corazón
se engrandece de dicha y en mi interior nace un manantial, que fluye, por cada
poro de mi piel, cascadas de aguas cristalinas sin que nada ni nadie las
enturbie. Es el éxtasis que abre los intrincados caminos de la vida. El tiempo
dejó de correr, respira sutil, y el sueño de una noche de verano alcanza la
eternidad.
¡Qué más se puede pedir en ese
juego de la vida! Ya no hay tormentas. Es el nuevo resurgir. Ese resurgir,
valga la redundancia, es el que muestran las sempiternas melodías de Bach, Debussy
y un largo etcétera, o, el olor del lienzo recién pintado. Es el arte en estado
puro.
Hay una frase del político,
escritor, periodista, filósofo y poeta cubano José Martí que viene a colación:
“La felicidad existe en la Tierra; y se la conquista con el ejercicio prudente
de la razón, el conocimiento de la armonía del Universo, y la práctica de la
generosidad”, o una del escultor francés Auguste Rodin: “El arte es el placer
de un espíritu, que penetra en la naturaleza y descubre que también ésta tiene
alma”.
Siempre se ha dicho que es en la
congoja cuando el hombre puede descubrir lo mejor de él, pues el dolor, a
veces, es el motor que impulsa a las mentes creativas: una forma de
subsistencia o de evasión, y es en ese preciso instante donde se halla el
placer de la creación.
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