Rowland J. Bosch (†) |
Por: Roberto Soto Santana
Veleidad suele significar ligereza,
inconstancia. Pero aquí se refiere a las mudanzas que el canto sobre los
escenarios ha tenido, dentro de los géneros lírico y dramático, en el
transcurso de los últimos trescientos años. Para ilustrarnos sobre el
particular, PUBLICACIONES CULTURALES René León ha reeditado “Veleidades
Musicales” del Prof. Rowland Bosch, a quien podemos llamar merecidamente el
sabio de North Bergen (New Jersey).
El
Profesor Bosch nos lleva de la mano a un recorrido por la historia de la voz
cantada en los escenarios, desde los siglos dorados del bel canto (el XVIII y el XIX)
hasta la actualidad (de los siglos XX y XXI). En el primer periodo, como
decía Rossini, de sus intérpretes se esperaban tres características: una voz
natural que supiera mantener un tono uniforme en toda su tesitura (es decir, en
toda su extensión sonora capaz de ser modulada y utilizada musicalmente), un
intenso adiestramiento vocal que les formara en la técnica para alcanzar sin tensiones
los pasajes más esforzados y difíciles; y un dominio del estilo característico
de los cantantes italianos. En el segundo periodo, que cubrió todo el siglo XX,
predominó el canto lírico (ejemplificado en las registros de Luciano Pavarotti,
Enrico Caruso, Plácido Domingo, María Callas, Teresa Berganza, Alfredo Kraus, Monserrat Caballé, José
Carreras, Giuseppe DiStefano y Franco Corelli).
Rowland Bosch analiza
magistralmente, con conocimiento de causa dada su formación musical personal y
sus antecedentes como crítico y cantante en su propio derecho, las aportaciones
artísticas a la escena operística que han llevado a cabo contemporáneamente los
tenores españoles sobresalientes en el grupo arriba mencionado, amén de otros
como Juan Pons y Pedro Lavirgen.
Igualmente pontifica, pero con
razón, sobre cómo “el cantante debe como cosa primordial conocer su voz” y entrenarla
y administrarla, antes de lanzarse a abordar lo spinto –el matiz vocal que
alcanza, por ejemplo, un tenor como Mario del Monaco en “Colpito…un dia al azzurro”, de Andrea
Chénier-
Después de repasar las voces
operísticas españolas a partir de Manuel García, autor en 1805 de la ópera en
monólogo “El poeta calculista”, cuya aria “Yo que soy contrabandista” inspiró
la obra teatral “El contrabandista” (1836) de George Sand, y la “Rondeau
Fantastique” de Franz Lizst (del mismo año), así como “Der Kontrabandiste” a
Robert Schumann (en 1849), y hasta Federico García Lorca utilizó la canción en
su obra “Mariana Pineda”), el estudioso musicólogo Bosch dirige su mirada a los
países hispanoamericanos, para glosar a los compositores e intérpretes de la
música lírica popular de los años 20,30 y 40 del siglo XX, regalándonos un
análisis de la acústica de la voz centrado en el tenor mexicano Pedro Vargas
–que dejó un grato recuerdo en los escenarios teatrales, emisoras de
radiodifusión y estudios de televisión en Cuba entre
fines de los 40 y fines de los 50 del pasado siglo-, al señalar que en sus
últimos años de ejecutoria profesional había tenido que abandonar la media voz,
cuyo abuso le había causado su deterioro, a causa del endurecimiento de los
músculos del aparato vocal.
Las personalidades y la evocación de
las voces de los tenores Miguel Fleta, Carlo Bergonzi, Alfredo Kraus y Franco
Corelli, junto con los cantantes Tito Schipa, Alfredo Sadel y Andrea Bocelli, completan el paisaje analítico
pintado por el culto y sapiente Rowland Bosch, que cierra su libro de estudios
musicales –un verdadero cofre de joyas literario e histórico, a través del cual
casi se pueden escuchar los arpegios de las composiciones que glosa- con unos
apuntes didácticos sobre los compositores veristas de ópera, y las figuras de
los músicos cubanos Gonzalo Roig y Esteban Salas, y los castrati operísticos de la Italia dieciochesca.
Enhorabuena al autor, Rowland Bosch(†) ,
el mismo que acostumbra regalar a la sensibilidad de sus lectores, también,
armónicos poemas y penetrantes ensayos y crónicas, en sus otros libros.
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