Carlos Benítez Villodres
Málaga (España)
En 1892 Darío viaja a España, como
secretario de la Delegación de Nicaragua, a los festejos del IV centenario del
descubrimiento de América. Convertido en poeta de éxito en Europa y América, es
nombrado representante diplomático de Nicaragua en Madrid. Conoce personalmente
a don José Zorrilla, “viejo y pobre”, a Gaspar Núñez de Arce, a don Ramón de
Campoamor…
También conoce a Pío Baroja, Jacinto
Benavente, Manuel Valero, Miguel de Unamuno, Salvador Rueda, Francisco
Villaespesa, Ramiro de Maeztu, Ramón María del Valle Inclán, Ricardo Baroja,
Azorín, Carlos Fernández-Shaw, Ruperto Chapí…
Ese mismo año 1892, Juan Valera
escribe a Menéndez y Pelayo: “Darío es natural y espontáneo, aunque primoroso y
como cincelado. Es un muchacho de 24 a 25 años, de suerte que yo espero de él
mucho más. Y me lisonjeo de pensar como yo cuando lea con atención o bien oiga
lo que escribe este poeta en prosa o en verso. Y no me ciega ni me seduce su
facha, que no es todo lo buena que podría ser, ni su fácil palabra porque es
encogido y silencioso”.
Rubén Darío conoce en
París, en la editorial Garnier en la que colabora, a Antonio Machado,
que trabaja como traductor, al que en alguna ocasión Darío calificó como "Verleniano de la más legítima
procedencia". En París, los hermanos Machado
también escribían artículos para la revista Mundial Magazine de la cual
era director el propio Darío y ambos mantuvieron estrecha amistad con
el nicaragüense.
En Madrid se hospeda en el hotel "Las cuatro naciones" donde
coincide con el intelectual y humanista Marcelino
Menéndez Pelayo a quien recibía por las mañanas en su
habitación; juntos forjaron una gran amistad.
Rubén Darío fue un gran apasionado,
desde la infancia, de la literatura española. Durante sus prolongadas estancias
en España y sus veraneos en Asturias, visitaría a Ramón de
Campoamor, en Navia. Frecuentó la casa de Antonio Cánovas
del Castillo, político e historiador español, Presidente
del Consejo de Ministros de
España y también visitaría la casa del gran orador y excelente gourmet Emilio Castelar. Igualmente, Darío frecuentaba las tertulias que organizaba en su estudio
el pintor Julio Romero de Torres, miembro de la Real Academia de Córdoba y de La Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid, a donde
también acudían Ignacio Zuloaga,
Gregorio Marañón,
Benito
Pérez-Galdós y Manuel Machado. En su libro titulado Cabezas,
escrito en prosa y con un trazo rápido, Darío retrata con verdadera admiración
a un grupo de españoles e hispanoamericanos entre los que destacamos a: Santiago
Rusiñol, Enrique R. Larreta, Alejandro Zawa, Juan y Jenaro Cavastany, Joaquín y
Serafín Álvarez Quintero, entre otros.
Rubén Darío siempre respetó la obra de Unamuno, pero sus contactos eran
fríos y cordiales como las cartas que se enviaron. A Unamuno, en cambio, no le
interesaba Darío de quien llegó a decir: "se
les veían las plumas de indio de debajo del sombrero". Al enterarse
el propio Rubén, que se encontraba en París, envió una nota a Unamuno, el 5 de
septiembre de 1907: "Mi querido
amigo: Ante todo para usted una alusión. Es con una pluma que me quito de
debajo del sombrero con la que le escribo. Usted es un espíritu director. Sus
preocupaciones sobre los asuntos eternos y definitivos le obligan a la justicia
y a la bondad. Sea pues justo y bueno".
La muerte de Rubén
Darío conmovería a Unamuno que publicó un artículo en la revista “Summa”, de Madrid, lleno de
humildad, humanidad y arrepentimiento hacia la figura del gran poeta: "Hay que ser justo y bueno,
Rubén".
En 1898 Darío regresa a Madrid como corresponsal de
“La Nación” de Buenos Aires y alterna su residencia entre París y la capital de
España. A principios de 1900 traba amistad honda con Juan Ramón Jiménez. En
1904 Darío escribe a Jiménez: “Después de tantas decepciones solo me queda
usted; y tres seres a quien querer”, decepcionado de tantos aduladores y
traidores. Jiménez escribe: “Usted es
el único gran poeta que hay actualmente en España”. A continuación, transcribo
el soneto que Rubén Darío le dedicó a Juan Ramón:
Nicasio Urbina refiere
que en el siglo XXI los estudios darianos continúan con gran ímpetu y
vitalidad. Los estudiosos nicaragüenses recientemente realizaron un simposio en
León titulado “Rubén Darío y su vigencia en el siglo XXI” entre el 18 y el 20
de enero del 2003 en la ciudad de León. Se puede leer una selección de las
charlas en la edición preparada por Jorge Eduardo Arellano bajo el mismo título.
La calidad de muchas de las ponencias y la visión de conjunto demuestra que
tanto dentro como fuera de Nicaragua la obra de Darío se sigue leyendo y
estudiando, que sus logros, alcances y significación continúa generando debate,
ideas, revaloraciones. Eso me parece es la prueba definitiva como dice Noel
Rivas Bravo, de un clásico. Los dos pensadores más profundos de Nicaragua,
Carlos Tünnermann Bernheim y Alejandro Serrano Caldera, coinciden en afirmar
que la contribución más importante de Darío, aparte de su renovación en la
poética, fue su modelo de humanismo, su integración de la cultura universal
para crear una especificidad hispanoamericana, su conducta humanista. Los
ensayos contenidos en este volumen demuestran, por diferentes caminos, las profundas
repercusiones de ese modelo.
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