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viernes, 15 de septiembre de 2017

RUBÉN DARÍO Y SU POÉTICA MODERNISTA



Carlos Benítez Villodres
Málaga (España)

En 1892 Darío viaja a España, como secretario de la Delegación de Nicaragua, a los festejos del IV centenario del descubrimiento de América. Convertido en poeta de éxito en Europa y América, es nombrado representante diplomático de Nicaragua en Madrid. Conoce personalmente a don José Zorrilla, “viejo y pobre”, a Gaspar Núñez de Arce, a don Ramón de Campoamor…
También conoce a Pío Baroja, Jacinto Benavente, Manuel Valero, Miguel de Unamuno, Salvador Rueda, Francisco Villaespesa, Ramiro de Maeztu, Ramón María del Valle Inclán, Ricardo Baroja, Azorín, Carlos Fernández-Shaw, Ruperto Chapí…
Ese mismo año 1892, Juan Valera escribe a Menéndez y Pelayo: “Darío es natural y espontáneo, aunque primoroso y como cincelado. Es un muchacho de 24 a 25 años, de suerte que yo espero de él mucho más. Y me lisonjeo de pensar como yo cuando lea con atención o bien oiga lo que escribe este poeta en prosa o en verso. Y no me ciega ni me seduce su facha, que no es todo lo buena que podría ser, ni su fácil palabra porque es encogido y silencioso”.
Rubén Darío conoce en París, en la editorial Garnier en la que colabora, a Antonio Machado, que trabaja como traductor, al que en alguna ocasión Darío calificó como "Verleniano de la más legítima procedencia". En París, los hermanos Machado también escribían artículos para la revista Mundial Magazine de la cual era director el propio Darío y ambos mantuvieron estrecha amistad con el nicaragüense.
En Madrid se hospeda en el hotel "Las cuatro naciones" donde coincide con el intelectual y humanista Marcelino Menéndez Pelayo a quien recibía por las mañanas en su habitación; juntos forjaron una gran amistad.
Rubén Darío fue un gran apasionado, desde la infancia, de la literatura española. Durante sus prolongadas estancias en España y sus veraneos en Asturias, visitaría a Ramón de Campoamor, en Navia. Frecuentó la casa de Antonio Cánovas del Castillo, político e historiador español, Presidente del Consejo de Ministros de España y también visitaría la casa del gran orador y excelente gourmet Emilio Castelar. Igualmente, Darío frecuentaba las tertulias que organizaba en su estudio el  pintor Julio Romero de Torres, miembro de la Real Academia de Córdoba y de La Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid, a donde también acudían Ignacio Zuloaga, Gregorio Marañón, Benito Pérez-Galdós y Manuel Machado. En su libro titulado Cabezas, escrito en prosa y con un trazo rápido, Darío retrata con verdadera admiración a un grupo de españoles e hispanoamericanos entre los que destacamos a: Santiago Rusiñol, Enrique R. Larreta, Alejandro Zawa, Juan y Jenaro Cavastany, Joaquín y Serafín Álvarez Quintero, entre otros.
Rubén Darío siempre respetó la obra de Unamuno, pero sus contactos eran fríos y cordiales como las cartas que se enviaron. A Unamuno, en cambio, no le interesaba Darío de quien llegó a decir: "se les veían las plumas de indio de debajo del sombrero". Al enterarse el propio Rubén, que se encontraba en París, envió una nota a Unamuno, el 5 de septiembre de 1907: "Mi querido amigo: Ante todo para usted una alusión. Es con una pluma que me quito de debajo del sombrero con la que le escribo. Usted es un espíritu director. Sus preocupaciones sobre los asuntos eternos y definitivos le obligan a la justicia y a la bondad. Sea pues justo y bueno".
La muerte de Rubén Darío conmovería a Unamuno que publicó un artículo en la revista “Summa”, de Madrid, lleno de humildad, humanidad y arrepentimiento hacia la figura del gran poeta: "Hay que ser justo y bueno, Rubén".
En 1898 Darío regresa a Madrid como corresponsal de “La Nación” de Buenos Aires y alterna su residencia entre París y la capital de España. A principios de 1900 traba amistad honda con Juan Ramón Jiménez. En 1904 Darío escribe a Jiménez: “Después de tantas decepciones solo me queda usted; y tres seres a quien querer”, decepcionado de tantos aduladores y traidores. Jiménez escribe: “Usted es el único gran poeta que hay actualmente en España”. A continuación, transcribo el soneto que Rubén Darío le dedicó a Juan Ramón:
Nicasio Urbina refiere que en el siglo XXI los estudios darianos continúan con gran ímpetu y vitalidad. Los estudiosos nicaragüenses recientemente realizaron un simposio en León titulado “Rubén Darío y su vigencia en el siglo XXI” entre el 18 y el 20 de enero del 2003 en la ciudad de León. Se puede leer una selección de las charlas en la edición preparada por Jorge Eduardo Arellano bajo el mismo título. La calidad de muchas de las ponencias y la visión de conjunto demuestra que tanto dentro como fuera de Nicaragua la obra de Darío se sigue leyendo y estudiando, que sus logros, alcances y significación continúa generando debate, ideas, revaloraciones. Eso me parece es la prueba definitiva como dice Noel Rivas Bravo, de un clásico. Los dos pensadores más profundos de Nicaragua, Carlos Tünnermann Bernheim y Alejandro Serrano Caldera, coinciden en afirmar que la contribución más importante de Darío, aparte de su renovación en la poética, fue su modelo de humanismo, su integración de la cultura universal para crear una especificidad hispanoamericana, su conducta humanista. Los ensayos contenidos en este volumen demuestran, por diferentes caminos, las profundas repercusiones de ese modelo.


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