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sábado, 1 de diciembre de 2018

El Gigante de Piedra (Tercera Parte)

 

Sobre el autor: 


Emilio J. León (†) (1924-1989) es uno de los muchos prisioneros políticos cubanos que forma parte de la llamada “Literatura del Presidio de Cuba”. Fue detenido el 9 de mayo de 1962, condenado a 20 años de Prisión. Paso 17 años y 6 meses en las cárceles de Cuba. Indultado el 13 de noviembre de 1979.
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 En el tiempo de la colonia y con posterioridad a los de la República, la galera número 7 era utilizada como un taller para herrar, en la 14 radicaba la barbería y la 15 como caballeriza. Actualmente se le denomina "Los Incomunicados".  Tres pequeñas galeras se comunican entre sí para alojar el personal castigado. Las condiciones ambientales son tan deprimentes que necesitan extractos de aire para sobrevivir.
  No es nada fácil adaptarse a un modus vivendi contrario a toda norma civilizada humana, más, cuando se ha tenido una noción de las prerrogativas que por derecho y respeto se le conceden a todo preso político. En los gobiernos bastante liberales de la fenecida República, todo opositor ideo­lógico condenado por los tribunales gozaba en la prisión de todos los privilegios y comodidades. Ni aun los Goberna­dores Generales de la Isla en época de la colonia con su cruel tiranía se atrevieron a implantar un régimen carcelario tan bestial contra el enemigo,  salvo en contadas ocasiones­ como el llevado a vías de hecho en las cárceles cubanas bajo la dictadura comunista.
  Vivir por un corto o largo periodo en una galera con cien­tos de hombres de distintas razas de la misma nacionalidad y contados extranjeros, idéntica ideología, pero con desi­guales puntos de vista en su aplicación política futura, de variados credos religiosos, diferente escala social, de cultura y caracteres disímiles, más que el rechazo material y espiri­tual nace una identificación homogénea humana para hacerle frente a las vicisitudes e imponderables de la nueva existencia. Es un mundo nuevo no previsto. Se vive como al desnudo.
  Ropas, javas de papel o saco colgando a montones de tacos de madera empotrados en la pared o de las verticales barras de hierro de los esquineros de las pocas camas exis­tentes. Catres, cubos, colchonetas, cientos de ellas. Persistente fila para evacuar el vientre. Cuya señal de ser el último en la cola es el "palito" en una de las manos cerrada. El desagradable olor que trasciende del cuerpo humano de fiera enjaulada, por la falta de higiene. Hongos en los testículos, entre los dedos de los pies, las entrepiernas, combatidos con crema dental para aliviar la picazón, por la carencia de medicamentos adecuados. En horas de la noche decenas y decenas de colchonetas distribuidas con simetría por el suelo. Agudos ronquidos, picaduras de chinches, molestas cucarachita americanas o la grande, maloliente y repugnante, ratas de gran tamaño, corriendo asustadas sobre los cuerpos dormidos.
  Alimentos, escasos, pocos nutritivos y muchas veces po­dridos que producen náuseas. Desayuno: Agua caliente endulzada con azúcar prieta con sabor a anís: Almuerzo: macarrón blanco mezclado con rodajas de morcilla tan compacto en su hechura que es necesario cortarlo en por­ciones con el canto de la espumadera y un panecillo a las diez de la mañana. Comida: varias cucharadas de arroz blanco, la mitad de un huevo salcochado o tres o cuatro pedacitos de corazón de res sin limpiar con sus ventrículos y grasa con una nata de gusanos por lo corrompido de la proteína vacuna, a las dos de la tarde.
  La Dirección del Penal autorizaba la venta de contados artículos: Cinco centavos de galletas de sal, dos cajas de fósforos dos tabacos de diez centavos cada uno y por la libre los de tipo Churchill, a sesenta centavos la unidad, una vez a la semana. Había la posibilidad que en horas del mediodía hubiese requisa y se llevaran toda la mercancía junto con la tartera en que estaba depositada.
  El ser racional está consciente que debe desnudarse en privado y en determinadas circunstancias. Al hombre no le place hacerlo delante de los de su especie, lo considera un espectáculo denigrante y poco atractivo. Sin embargo, en toda visita programada, una vez al mes, tanto a la salida de la galera, como al regreso de platicar con los familiares, el preso político es inspeccionado minuciosamente en su natu­ral traje de Adán. El custodio o guardia para llevar a efecto tan vergonzosa faena, introduce los dedos de su mano entre los cabellos. Hacer abrir la boca y si el recluso tiene necesidad de usar prótesis dental debe quitársela para ser examinada. Y por supuesto, no escapa al concienzudo observador dar un vistazo a la parte inferior de los genitales. Por último cada costura de la ropa es cuidadosamente tanteada. Hay que evitar a toda costa el trasiego de notas y correspondencia...
  Todo aquel que lleve uno o más años detrás de la reja es considerado Maestro de las desiguales lides protagonizadas entre los reclusos y la guarnición en la cárcel. A todo profesor le complace instruir al bisoño en las desconocidas experiencias adquiridas en la prisión.
!"Mira"! Aquí tenemos centinelas rotativos en cada galera en horas de la noche; como el patio está completamente oscuro hay que aguzar la vista para- descubrir las intenciones del enemigo. En noches de luna llena resulta fácil la vigilancia. Cualquier anormalidad que observen tienen la obligación de encender las luces de la galera y gritar a todo pulmón:¡ REQUISA! Los que viven a la entrada son los primeros en salir corriendo en calzoncillo y descalzos tan pronto sea abierta la puerta por el "Llave". Así se evitan golpeaduras y tumulto de presos en la única puerta que sirve de entrada y salida. 
  "!Mira!, una parte de la guarnición con bayoneta calada forma un cordón en el patio a lo largo de las galeras y la otra, con bayoneta en mano irrumpe en la galera repartiendo golpes y pinchazos a diestro y siniestro. Los guardias del cordón los secundan propinando culatazos y bayonetazos a todo aquel que pase corri­endo al alcance de sus fusiles. El recluso que se caiga es hombre perdido, lo muelen a golpes. Mira, allí en el vértice que hace el triángulo del patio arrinconan a los tres mil y pico de cautivos. La requisa puede durar desde la doce de la noche hasta las ocho de la mañana. En todo ese tiempo no se puede levantar la cabeza ni hablar; al que lo haga le dan culatazos por el cráneo. Algunos hacen sus necesidades y se orinan allí mismos. Cuando todo ha terminado, entonces permiten llevar a los heridos a curar al botiquín. Los demás tienen que quitarse calzoncillo levantarse los testículos delante del guardia. Cuanto entras a tu galera, todo está patas arriba. Por la galera ha pasado Gengis Kan y sus hordas o un terremoto. La lona de los catres ha sido rajada a lo largo con la bayoneta. Las propiedades esparcidas por el suelo. Pisoteadas, sucias. Por eso hay que ponerles el nombre y apellido del dueño. La leche en polvo, el azúcar y el gofio lo derraman sobre las sábanas y la ropa; después, vuelcan un cubo lleno de agua sobre ellas. ! Tremendo pegote el que se forma!, y sin poderlas lavar, por la falta de agua. 
  Los objetos que les vengan bien a las guardias se los apropian. !Y no hay a quién  reclamar! La última requisa fue a las dos de la madrugada. Lloviznaba, hacía un frío que cortaba, teníamos el pellejo como un guayo. Duró hasta las diez de la mañana. No hubo desayuno. Bueno, ya sabes, siempre en la "viva" si no quieres perecer..."
  Ha sonado el cañonazo de las nueve. Llegó la hora de hacer silencio. Es difícil conciliar el sueño en­ cima de una colchoneta maloliente y acomodada sobre el suelo, con la piel pegajosa por la falta de baño, sintiendo la humedad de las paredes calar los poros hasta llegar a los huesos. Respirando el polvo del piso, pero con crecientes deseos que llegara esa hora para poder descansar las piernas, los omóplatos, la cintura, todo el cuerpo, por no haber sitio donde sen­tarse por el día. 
  Los sentidos presienten el inminente peligro, invi­sible e inesperado, al acecho, preparado para abalanzarse sobre la indefensa víctima. El cuerpo en perenne vigilia como el duermevela de los canes, atento a percibir los susurros de las voces y el más insignificante de los ruidos. 
  Emprende la marcha un auto o una camioneta, desde un lugar no lejano. Dos minutos después se siente el porrazo dado por una puerta de metal. ¿La Capilla? Silencio. De pronto, un golpe seco retumba por toda la galera 17, Sobresalto. Se apoyan los codos sobre la colchoneta. Voces que murmuran: !Están fusilando! Pasan unos segundos. Se oye el disparo producido por un arma corta: El tiro de gracia. 
  Los nervios aflojan la vejiga. Sólo rasga las tinieblas la tenue luz de la bombilla piloto a la entrada de la galera. Sirve de guía a decenas de hombres que van en demanda del urinario. Leves chispazos. Las cerillas en la oscuridad circundante, muestran con su efímero destello la fugaz silueta de mandíbulas contraídas y ojos abiertos...muy abier­tos. Como rojas luciérnagas las puntas de los ciga­rrillos se mueven rítmicamente de arriba hacia aba­jo. Cuchicheos. Como corriente continua el ir y venir de los hombres de hacer micción. 
  Las pupilas taladran las sombras. Los músculos están en tensión. Se sabe con certeza lo que se es­pera, pero el espíritu se rebela a aceptarlo. De nue­vo el ronroneo del motor de un vehículo. El golpear de una puerta. Un minuto. Gritos de !Viva...! Sin entenderse muy bien las otras palabras. De improvi­so el fragor de una descarga llega nítido a los oídos. Brinca el corazón. Unos segundos y...uno, dos tiros de gracia. 
  Arriba, en la azotea, pasos precipitados. Hombres y mujeres que ríen a carcajadas. Dan golpes con los pies sobre los tubos que conducen el agua. Una miliciana, dice: !Viste, cayó como un pollito! La otra le contesta! A los de allá abajo les pasará igual! Las grotescas carcajadas se colaban por los tragaluces de la galera, recorrían todo el recinto y penetraban en los oídos de los prisioneros produciendo en todos un estremecimiento de escalofrío. 
  Esa noche fueron doce los fusilados. 
  A la siguiente mañana cuando la limpidez del día permite observar las facciones de los demudados rostros de los cautivos, no se podía descubrir en aque­llos ceñudos rasgos sí se ocultaba la aflicción, el odio, la venganza o el temor. La boca permanecía privada del uso de la palabra, pero en el halo que despedían las arrogantes miradas se leía ese mensaje secreto de los grandes pesares mudos, que las muertes ante el paredón de fusilamientos de la noche anterior, no era un fin, sino punto de partida de los que continuaban con vida para proseguir por la gloriosa senda desde la cual, paso a paso, se lucha por alcanzar la li­bertad. 
  La orgía de sangre continuó alimentando, noche por noche, año tras año, el insaciable apetito del Gigante de Piedra. La generación de hombres del presente que supieron enfrentarse con entereza y digna moral a las fuerzas retrógradas del comunismo, al no hallarse penetrados por el virus de la derrota y el pesimismo, así como sus descendientes en el futuro, continuarán en constante pe­regrinación en pos de la verdad ,la justicia y la independencia soberana, hasta rescatar de las desconocidas tumbas los inmortales y heroicos restos de los bardos de la lucha anticomunista que con aplomo y valentía an­te el pelotón de fusilamientos gritaron las espiritual­ les estrofas: !Viva Cuba Libre! !Abajo el comunismo! !Viva Cristo Rey! para que, como aquel otro poeta de 1871, descansen en perenne paz y veneración, bajo la acogedora umbría de un sauce y un ciprés.

Bibliografía

1. Por Real Cédula de 1867 se decidió enviar a los "revoltosos y rebeldes" -como le decían a los cubanos separatistas- a dos Islas inhóspitas: La de Ceuta y la isla de Fernando Poo, frente a la costa del continente Africano. 

El GIGANTE DE PIEDRA, fue escrito el 30 de noviembre de 1978, en la prisión del Combinado del Este, en La Habana.

Obtuvo "MENCIÓN DE HONOR",en el concurso "NAVIDAD 78", convocado por la "ASOCIACION CATOLICA", en la misma prisión, y en el propio año.

Publicado por la "ASOCIACIÓN DE POETAS Y ESCRITORES LIBRES DE CUBA" (APELCU), en el libro "LA MUERTE SE VISTE DE VERDE", 1982, pág.55, editado por la Revista Ideal.

Reimpreso en el libro "LOS HIJOS DE LAS TINIEBLAS", del propio autor, 1983 pág 53, Editorial SIBI.

El original de "EL GIGANTE DE PIEDRA'', así como otros manuscritos fueron sacados clandestinamente de la pri­sión y se hallan en poder del autor.




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