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sábado, 15 de diciembre de 2018

ELOGIO DE LA POLICÍA POR EL INSPECTOR TRUJILLO


ELOGIO DE LA POLICÍA POR EL INSPECTOR TRUJILLO,
SEGUNDO JEFE DE LA BOFIA* de la Provincia cubana
de La Habana a fines del siglo XIX
por Roberto Soto Santana, de la Academia de la Historia de Cuba



*En la jerga caló –variedad del romaní hablada por los gitanos de España, Francia y Portugal-, “bofia” es el antropónimo o sustantivo que designa la profesión de policía.
  En el libro “Los Criminales de Cuba y el Inspector Trujillo”, cuya autoría la atribuye quien lo publica a “G.G. y F.”, aunque de manera escasamente velada en clave autobiográfica al Inspector de Policía José Trujillo Monagas (entonces acabado de llegar a la cuarentena, pues había nacido en 1841), decía este cuidador del orden público que “En la Isla de Cuba, como en todas partes, se han cometido siempre, como se cometen ahora, delitos y crímenes contra las personas y contra las propiedades. En Cuba, como en todos los demás países, nunca han faltado gentes corrompidas y perversas, de todas clases y condiciones dispuestas á cometer crímenes por inclinación, por interés, por satisfacer malas pasiones ó por el deseo de vengar verdaderos ó supuestos agravios-.
  “Nadie ignora que en la mayor de las Antillas Españolas…hubo una época en que el número de crímenes y de criminales aumentó de una manera extraordinaria; habiendo llegado la audacia de las gentes de mal vivir hasta el extremo de convertir las calles de las más importantes poblaciones en teatro de escenas sangrientas: los propietarios del campo y los habitantes de las ciudades estaban asustados: los criminales de distintas razas al parecer habian perdido el miedo de la justicia, como vulgarmente se decia entonces; y lo mismo exigían dinero á los hacendados, amenazándoles con pegar fuego á los cañaverales ó á los edificios si se negaban á dárselo, como se apoderaban de cuanto habia en las tiendas y almacenes del campo ó asaltaban á los cobradores de las casas de comercio en las calles más concurridas de la capital de la Isla…No son pocas las personas que viven todavía y recuerdan perfectamente lo que pasaba en la Habana, en las demás poblaciones y en los campos de Cuba antes que llegara el General Tacón á encargarse del Gobierno Superior de esta Isla. ¿Quién ignora que en pleno dia y en las calles más concurridas de la Habana eran muy frecuentes los robos y los asesinatos? ¿Quién no sabe que en aquellos tiempos los criminales más conocidos y más temidos, cuando caian en manos dé los agentes dé la Autoridad, permanecían pocos dias en la cárcel? ¿No es notorio que los criminales sacados de la cárcel por secretos protectores, lo primero que hacían al verse libres, era vengarse de los que habian declarado contra ellos, y hasta de los agentes de la Autoridad que se habian atrevido a echarles mano? El General Tacón, hombre inteligente y enérgico, al ver tantos escándalos y deseando devolver la tranquilidad de ánimo á las personas honradas y pacíficas que vivían en continuo sobresalto, tomó acertadas disposiciones; escogió algunos hombres de valor y de toda confianza, dándoles las instrucciones que consideró convenientes y oportunas para perseguir álos ladrones y asesinos de las ciudades y á los bandoleros é incendiarios de los campos; procuró que los que cayeran en poder de la justicia no salieran tan fácilmente sin castigo como antes de su llegada á la Isla; y estas prontas y acertadas medidas dieron tan buenos resultados prácticos, que al cabo de pocos meses la situación del país habia cambiado por completo y con gran satisfacción de todas las personas pacíficas y honradas.”
  Retrato de Miguel Tacón, Gobernador de la Capitanía General de Cuba entre 1834 y 1838, teniente general de la Real Armada, mariscal de campo del Ejército de Tierra y I duque (posteriormente, marqués) de la Unión de Cuba, y Grande de España. litografía de Luis Carlos Legrand para la obra de Pedro Chamorro y Baquerizo Estado Mayor General del Ejército Español. Biblioteca Nacional de España
  “Gracias al buen tino con que el General D. Miguel Tacón puso fin á los escándalos y abusos inveterados, castigando á tiempo y como merecían los criminales que cayeron en manos de la justicia, transcurrieron largos años sin que en la Isla de Cuba, en proporción al número de habitantes y á la extension de territorio, fuese el número de delitos tan grande como en otros países de América y de Europa.” 
Foto tomada de: Chiquianmarka.com

  A esta evocación nostálgica de la mano de hierro aplicada por el el Gobernador Miguel Tacón Rosique durante su mandato, el Inspector Trujillo omitió adosar el recuerdo de que aquel militar de alcurnia, en el ejercicio de las facultades omnímodas con las que el Rey Fernando VII había dotado en 1825 a los Capitanes Generales de Cuba, dispuso el destierro de la Isla de uno de los ínclitos pensadores cubanos y también uno de los precursores de su Independencia, el polígrafo José Antonio Saco, a quien obligó a salir en un buque con destino a Inglaterra el 1 de septiembre de 1834, a las seis de la mañana, iniciando así un largo e injusto exilio de 45 años, solo concluido con su muerte –ya que nunca se le permitió regresar a su tierra nativa-.
  En carta a José de la Luz y Caballero, fechada el 24 de abril de 1835, Saco hubo de decir: “Aquí es imposible escribir sobre la isla de Cuba… No nos quieren, ni nos entienden, ni se acuerdan de nosotros sino para robarnos y sacrificarnos. Reina contra nosotros una prevención terrible. Resentidos de haber perdido las Américas, se proponen encadenarnos más de lo que nos tienen para que nunca podamos escaparnos… Aquí es donde se conoce bien lo que es España respecto de nosotros.”
  En el desenvolvimiento de su crónica profesional, el Inspector Trujillo pasa a referirse a la Guerra de los Diez Años (1868-1878) como portadora de un efecto criminógeno, y dice que “Por desgracia se aproximaban para la Isla de Cuba dias de prueba! ¡Una revolución y diez años de guerra bastan y sobran en todos los países para aumentar el número de las gentes de mal vivir, de las que salen la mayor parte de los criminales!
  “Prescindiendo de estas y otras causas que pueden haber contribuido más ó menos en el aumento de los delitos que se cometen en la Isla de Cuba en estos últimos tiempos, ¿no es bien sabido que en la Habana hace tiempo que no se ha castigado á nadie con pena de muerte? ¿No es bien sabido que se han cometido homicidios y que sus autores han sido capturados? ¿No es cierto que para gentes de ciertas clases y condiciones, fuera de la pena de muerte, no hay otras que les inspiren serios temores?”
  Aquí, Trujillo predica subuso** -es decir, calladamente, como indica esta voz de raíz africana y uso común en el habla cubana- la bondad de la pena de muerte como medida de defensa social frente a los delincuentes considerados irredimibles. Es oportuno consignar que la última y singularmente democrática Constitución cubana, la de 1940, en su Artículo 25 prohibía la aplicación de la pena de muerte por delitos políticos, aunque autorizaba al Consejo de Ministros a imponer dicha pena en los casos de “delitos de carácter militar, de traición o espionaje en favor del enemigo en tiempo de guerra con nación extranjera, y otros de pistolerismo y terrorismo de extrema gravedad”.
  Aparte de la facultad para imponer la pena de muerte que la Constitución de 1940 concedía al Consejo de Ministros, dicha sanción se aplicaba de acuerdo con el Código de Defensa Social de 1936, Artículos 168 A y E, 431 B, 432, 468-1 y 472 B, respectivamente, a los [siguientes] delitos de piratería acompañada de homicidio o abandono de persona en peligro; naufragio o varadura de un buque con el propósito de robar o atentar contra las personas que se encuentran a bordo, si como consecuencia del naufragio resultare la muerte de alguna persona de las que tripulare el barco; asesinato; parricidio; homicidio causado por el empleo de explosivos; naufragio, varadura o destrucción de una nave, aunque no mediare dolo específico, si como consecuencia del estrago resultare la muerte de una persona. De acuerdo con el Artículo 30 del mismo Código, la pena capital era aplicable a los autores mediatos e inmediatos, excluyéndose tácticamente a los cómplices].
  Trujillo no olvida encomiar el celo de las Fuerzas de Orden Público en la averiguación de los delitos y el castigo de sus autores: “El temor saludable que todavía inspira la justicia entre determinadas gentes, contribuye mucho á contenerlos: los buenos servicios que hace tiempo viene prestando en los campos la benemérita Guardia Civil, y las mejoras que en estos últimos tiempos ha recibido la organización de la Policía de la Isla, entre cuyos funcionarios algunos han probado con hechos que poseen las grandes condiciones que se necesitan para el buen desempeño de sus difíciles cargos, han contribuido más que todo á que en estos tiempos de perturbación la, sociedad no haya tenido que lamentar mayores males. Y aquí es del caso advertir que, si muchos criminales salen absueltos de las cárceles, porque los jueces no han podido encontrar las pruebas necesarias para imponerles pena; si nadie quiere declarar contra los delincuentes, aun cuando hayan visto cometer el delito; si los penados cumplen pronto sus condenas y salen de los presidios con instintos é intenciones peores que los que les impulsaron antes á cometer los anteriores crímenes, y si parte de los condenados consiguen escaparse, no se pueden achacar estos males á la benemérita Guardia Civil ni á la Policía, que están desempeñando con celo y actividad el servicio, puesto que procuran y consiguen en los más de los casos, prender á los criminales y entregarlos á los Tribunales de Justicia.”
  A continuación, veremos –relatado en tercera persona por el propio autor del libro autobiográfico- la reseña de “los delitos que ha descubierto y los delincuentes que ha conseguido reducir á prisión el actual Inspector del Tercer Distrito de esta Capital, D. José Trujillo y Monagas, de acuerdo con sus jefes y auxiliado por los subalternos é individuos de la fuerza pública que ha considerado necesarios para asegurar el éxito de sus peligrosas empresas. Las pruebas de actividad, celo é inteligencia que ha dado el Inspector Trujillo en el desempeño de sus funciones, le han valido un renombre que…no ha alcanzado ningún otro funcionario del ramo: esto…nos [ha] impulsado á emprender este trabajo, que quizás en algo podrá contribuir á contener á los criminales, estimular á los buenos servidores del Estado, mejorar las costumbres y estirpar los abusos.”

(Continuará)

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