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miércoles, 1 de mayo de 2019

Don Rodrigo (?+711)

Román Manrique de Lara

La monarquía visigótica reinaba sobre toda la Penín­sula Ibérica, de norte a sur y de este a oeste, desde el año 589 de nuestra era; era el reinado de Recaredo, el cual proclamó oficialmente su conversión al cristianismo durante el histórico III Concilio de Toledo, en aquel tiempo capital del reino. Ciento veintiúm años después,en el 710 muere el rey Vitiza y sus partidarios pretenden desmembrar el reino entre los varios hijos de este rey. Una potente facción de la nobleza y el Aula Regia (un senado compuesto por eclesiásticos y próceres seglares) se opone a la división del reino y entronizan a nuestro personaje, Don Rodrigo; duque de la Bética, que sube al trono con el nombre de Roderico I.

Los partidarios de la escisión nombran paralelamente rey a Akhila, hijo del fallecido Vitiza. Entretando los caudillos militares árabes van extendiendo sus dominios y se acercan peligrosamente por el sur a la península. Los historiadores musulmanes hablan de un misterioso personaje que mantiene a raya a los ejércitos árabes, le llaman Ulyan, de él se apoderó la leyenda con el nombre de "conde don Julián", sin acreditar realmente si era bereber, bizantino o visigodo; el caso es que desde Ceuta resiste una y otra vez el asedio de los arábes, capitaneados por Musa ben Nusayr (el moro Musa que aún hoy se le nombra entre nosotros).

Don Rodrigo acaba fácilmente con el intento de guerra civil provocado por Akhila y sus pocos seguidores, pero entretenido como estaba en estos asuntos, no supo ver el peligro real que suponía tener a los árabes al otro lado del estrecho de Gibraltar y su inevitable salto a la península. Era el mes de julio del año 710, cuando el bereber Tarif ben Malluk, desembarcó en el lugar que llevará su nombre hasta nuestros días, Tarifa. Recorrió la costa sin que la población ni las tropas cristianas representaran peligro alguno y regresó al norte de Africa a convencer a su valí, Muza, a dar el salto definitivo a la península.

Muza pide "carta blanca" a Damasco para invadir Iberia y contacta con la pequeña facción visigoda partidaria de Akhila. Éstos reciben su promesa de ayuda en forma de un ejército capitaneado por Tariq y formado casi al completo de bereberes y algunos árabes. Lo que no saben los disidentes son las verdaderas intenciones de invasión territorial de los árabes, piensan con una inocencia "cuasi infantil " que la ayuda es, solamente, para recuperar el trono perdido por Akhila.

En abril del 711, Tarig cruza el estrecho en cuatro barcos, el contingente de hombres es tan grande que los barcos tienen que realizar varios viajes de costa a costa para transportarlos. Su aparente misión consiste en aportar ayuda a los visigodos disidentes del rey Rodrigo, esta "misión" les alejaría de cualquier sospecha de invasión. 

En el peñón de Calpe (Gibraltar), estableció su primera fortaleza, y desde allí, con la inestimable ayuda del conde don Julián, que por aquel entonces no solamente había cedido su plaza de Ceuta a los árabes, sino que también se había convertido al islamismo, (la leyenda nos cuenta que fue por culpa del rey Rodrigo que forzó a su hija La Cava, motivo suficiente para renegar del rey y pasarse al bando enemigo), se dispone a la conquista de la penínsu­ la Ibérica, comenzando con Assido (Medina Sidonia) y encaminándose hacia Arcos de la Frontera, donde se libraría la batalla definitiva que decidiría por sí sola el fin del Estado hispano-godo. 

Cuando la noticia le llega a Don Rodrigo, éste se dispone a hacerles frente y dirige sus huestes hacia el sur, y en el río que los musulmanes llamaron el río Lakka (Wadi-Lakka) y que la fonética castellananos lo ha convertido en Guadalete, se libró la gran batalla. Al cabo de tres días de furioso combate, la victoria árabe fue aplastante, el rey Rodrigo perdió la vida y Tariq comprendió que le iba a ser muy fácil conquistar la península a partir de ese día.  

Los restos mortales de Don Rodrigo no se encontraron terminada la batalla, se encontraron más de un siglo después, en una iglesia de la lejana villa de Viseo, enterrados bajo una lápida en la que se podía leer: Hicresquiescit Rudericus ultimus Rex Gothorum. "Aquí descansa Rodrigo, último rey godo". 

Sánchez Albornoz sugiere que sus fieles, aprovechando el desconcierto que siguió al desastre, para que su cuerpo no fuese profanado, lo condujeron hasta Viseo y allí lo enterraron. 

F. Soldevilla hace la siguiente e inteligente reflexión en su Historia de España: "Es indudable que la invasión musulmana , destruyendo la primera plasmación de la unidad Hispánica independiente, vino a facilitar enormemente el despliegue de la tendencia a la vida propia en los diversos componentes peninsulares e impidió el total desarrollo del ensayo visigótico. Es también indudable que por muy lento y vacilante que hubiese sido este desarrollo, siempre habría resultado mucho más favorable a la unidad y a la fusión que la división de la Península en una serie de Estados independientes como los que se formaron durante la reconquista".

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