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lunes, 1 de julio de 2019

¿Acaso la ciencia cojea en el agujero negro del lenguaje?



Dibujo tomado de: Ciencias Culturales



María Eugenia Caseiro

El concepto de un cuerpo (físico) tan denso que ni siquiera la luz puede escapar de él y que ha decantado en el descubrimiento de los llamados agujeros negros, se me antoja una alegoría interesante para formular, no tanto una respuesta, sino una pregunta nada exenta de nebulosas y conjeturas. ¿Puede un cuerpo (hipotético), el del lenguaje, poseer la propiedad de no permitir que algo escape de sí? Goethe opinó que “la duda es el principio de toda sabiduría”.

Heidegger, quien desarrolló la fenomenología existencial, propulsa la filosofía a partir de una nueva interpretación del mundo y del hombre por medio de la que puede escucharse la voz del ser. “El ser es lenguaje y tiempo” y los prejuicios y expectativas como consecuencia del uso del lenguaje, se interponen entre nuestro contacto con las cosas. Su escuela existencialista denuncia las habilidades etimológicas en las que ciertos criterios idealistas pretenden que una palabra valga, no por lo que significa con arreglo al desarrollo histórico de su empleo real, sino por lo que debería denotar desde el origen dado.

Aristóteles planteaba que “la formulación de un problema es muchas veces más importante que su resolución”. Me pregunté hace 17 años en uno de los ensayos que conforman ESCRIVISIONES[1]: ¿acaso hay una ciencia capaz de recoger el cuerpo espacial y cifrado de las voces, convertirlo en el monolito decantado arquetípicamente del lenguaje, para tratarlo como se trata un cuerpo físico? La riqueza, el volumen que ha ido adquiriendo esa riqueza conceptual del lenguaje humano, es un caudal semántico que corre paralelo al de la interpretación en base al especulativismo. A diferencia de la semántica, la lingüística, de mayor predisposición científica, estudia la estructura de las lenguas naturales, su evolución histórica, configuración interna y hasta el grado de comprensión y el conocimiento que los hablantes poseen de su lengua, entre otros aspectos.

¿Por qué podemos tener una interpretación propia del mundo que nos rodea guiados por la manifestación del habla, ya sea de una palabra por sí misma o de un conjunto articulado como estructura formativa del lenguaje? ¿Podemos someter a las palabras, someter al lenguaje, acomodarlo a conveniencia? Sucede de forma natural y espontánea sin que en ello tenga parte el conocimiento o la cultura del individuo; o bien utilizando esa cultura, ya sea para un análisis profundo y propio de un vocablo equis, como para crear otro de uso personal; por ejemplo, el término escrivisión, creado y utilizado por mí como título para el ensayo citado. De manera que -y esto es semántica- sumada la combinación de las primeras cinco letras del verbo escribir (lat. scribere) que significa representar las palabras o las ideas con signos convencionales trazados en papel u otra superficie, con el vocablo visión (lat. visionem) que es la percepción por el órgano de la vista, pero que a su vez asume el concepto de la percepción imaginaria y la representación de la memoria (todo ello utilizando los apóstrofos correspondientes a las reglas ortográficas y fonéticas) da lugar a este vocablo, escrivisión, de un léxico como el que puede utilizar cualquier persona cuando concibe una palabra equis; no obstante, como voz, no tome en cuenta a la Real Academia, escape o no de las reglas gramaticales, aunque sirva al propósito de comunicar, característico en el ser humano. “...la palabra humana es como un caldero cascado en el que tocamos melodías para hacer bailar a los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas", sentencia Gustave Flauvert[2]. La palabra, por encima de toda intención, desde la legitimidad de su alma de acepción prehistórica, se revela ante la imperfección y hasta de la indolencia de la historicidad.

El habla se fue componiendo con el uso del llamado protolenguaje (primeros vocablos) y posteriormente hubo de hilvanarse una a otra con el uso de la sintaxis (ordenamiento o enlace de las palabras en una oración). El habla, que con el paso del tiempo ha venido transformándose, o de manear simple se ha ido reajustando con el cambio de una sociedad a otra, de una lengua a otra, nos ha servido para nombrar estos elementos originales y capitales parte de la existencia. Aunque al hablar usamos un lenguaje en el que las palabras nos están dadas para designar lo asociado a un concepto específico, los conceptos sólo se ajustan a éstas de manera sistemática, mientras que el lenguaje es afectado por caprichosas torceduras que arrastran consigo a la denominación de los conceptos. Según el filósofo español Gustavo Bueno, “sólo a través de los conceptos, podemos, en nuestro presente, enfrentarnos con nuestro mundo de un modo crítico (una crítica que puede afectar, desde luego, a los propios conceptos).” He aquí que los conceptos, dados en las diferentes etapas de la evolución humana, en dependencia de la connotación de lo científico-histórico novedoso, sea que se adapte por medio de la acepción y uso popular o simplemente por pura coincidencia de componentes que lleven a extender la conceptuación del vocablo sin recurrir a la construcción de uno nuevo, siempre se encuentran en un punto de necesidad y la exploración es accionada por la palanca de las nuevas acepciones, precisamente porque la evolución conlleva a la creación, al descubrimiento. Por ejemplo, la tendencia para nombrar los hallazgos científicos utiliza patronímicos relacionados con el descubrimiento en cuestión. A su vez, ello origina ciertas derivaciones; es así que el apellido del Dr. Pasteur da origen al verbo pasteurizar; aquí una muestra del antes y después del hecho y sus correspondientes derivaciones. Sucede también con el develamiento del que hablaba al inicio, el agujero negro, el cual emite un tipo de radiación llamada radiación de Hawking, conjeturada por Stephen Hawking en la década de 1970. En la actualidad hemos llegado a recoger combinaciones de términos anteriores para nombrar cuanto se suma a nuestro acontecer histórico, también a desechar lo que queda en desuso. Sea pues de utilidad, mencionar la palabra “ente”, que en un principio ha servido para denominar todo referente a una identidad cualquiera y que hoy día se vale de la connotación primigenia de alcanzar proporciones inagotables para recibir en su seno el infinito. Un infinito en el que caben todos y cada uno de estos refrendados en cada nueva tecnología con sus más amplias y variadas representaciones. Sus derivaciones abarcan un sinnúmero de elementos, aparatos, en fin, entes que no sólo contribuyen al desarrollo de la humanidad, sino que además sumen al hombre de hoy en una persecución casi denodada de lo novedoso.

Recientemente se ha conseguido fotografiar un agujero negro[3]. Sabemos que las demostraciones de toda teoría, traen consigo la implementación del arte del descubrimiento, así como la ampliación del conocimiento de los fenómenos y también la explotación de sus posibles beneficios. Así el lenguaje se presta como lo ha hecho desde sus orígenes, a la comunicación, ayudado por supuesto, de las nuevas formas para la información y expansión de cada fenómeno y la comprensión del mismo.

Ludwig Wittgenstein, uno de los pilares que fundamentan la interpretación y comprensión hermenéutica, como procesos (no métodos) cualitativos entre las diversas escuelas y corrientes hermenéuticas, con su filosofía del lenguaje, desarrolló una idea de comprender los lenguajes como "juegos lingüísticos", a partir de que cada uno posee reglas en sí que van en acuerdo con el contexto y a la forma de vida. Así el comprender al decir de Wittgenstein, nos lleva al hecho de que el sentido de las palabras supone una especie de caudal que se extiende más allá de su definición convencional. La palabra no debe encerrar al concepto, sino mostrarlo con un sentido de amplitud; es por ello que la producción de metáforas acontece como fenómeno, como parte de la necesidad del hablante, que conlleva al misterio de la interpretación de la palabra más allá de su acepción primigenia. El arte de la poética, o arte poética, aunque no posee el monopolio de la misma, pero sí una extensa línea a su propensión, muestra como la demanda de un lenguaje articulado metafórico, tiene asidero en la interpretación inconsciente que se ocupa más bien, de aceptar esta forma, digamos de recrear el sentido de las palabras hasta hacerlo florecer en un campo nuevo, tal vez desconocido y extraño, pero creado a la medida del instante en que se produce la demanda.

Humboldt, lingüista y humanista reformador del sistema educativo en Alemania, en su Tratado Sobre la Diversidad de la Estructura del Habla Humana, concedió al tiempo, debido al creciente desarrollo de ideas, el aumento en la capacidad reflexiva y una mayor sensibilidad del hombre, el poder de introducir en el habla lo que con anterioridad no poseía, sin ser por ello modificada en sus sonoridades, formas y leyes; sin embargo, en “Confesiones”, San Agustín se expresa acerca de un significado cabal para la voz cogito, derivación del verbo cogitare, que significa pensar, la que dice queda reservada a la función del alma, y de la que afirma sólo puede usarse cuando se trata de recoger lo que se ha juntado, no en un lugar cualquiera, sino en el alma. Más allá de ese pensamiento de una memoria prehistórica, que se supone obedece a un fondo común, o la memoria del alma de la que habla San Agustín, aún cuando en su trayectoria hasta nuestros días, la diversidad de escuelas filosóficas se hayan encargado de especificar, desglosar y pormenorizar términos, no se logra adecuar la producción cambiable del lenguaje a la condición prehistórica e imperecedera del concepto. Dice Nietzsche que “Hay muchas cosas que no se quieren saber, pues la sabiduría pone límites hasta al conocimiento.” Hasta qué punto puede hablarse de un referente científico abarcable, cuando se trata de  poner en una especie de microscopio lingüístico los conceptos que hemos ido encasillando en los sonidos y grafías del lenguaje a través de generaciones, si dada la magnitud de esas manifestaciones originales y capitales llamadas conceptos, en confrontación con el revolucionario desempeño de la vida en su recorrido hasta nuestros tiempos, no abarcan en toda su plenitud y encanto, la realidad y la virtualidad simultáneas de su razón.
    
El compendio de las palabras, según la lengua, esa especie de cuerpo físico que la recoge en la mayor extensión posible, es el diccionario, que ha servido para -organizadas alfabéticamente- identificar a las palabras por su significado, incluso para continuar añadiendo las que por medio de transformaciones se suman al enriquecimiento del habla humana. El diccionario intenta ser una producción fabulosa que, aunque sirve para satisfacer las necesidades en lo que a conocimiento estándar se refiere, como toda creación humana, se escapa de la perfección y, en no pocas oportunidades, dista de ofrecernos lo que por naturaleza de esa memoria prehistórica (o del alma), exige la legitimidad del concepto y la esencia fundamental de la existencia. No hay una fórmula ideal para establecer la diferencia entre tales estándares y la dimensión expresa en el concepto al que se le adjudica o se asigna una palabra; al menos deberíamos contar con la aceptación de tal diferencia porque a todo ello están vinculadas la condición elíptica, a la vez que la evolutiva, tanto de la mente como de la necesidad de información del hombre de todo tiempo. 

Con ayuda del diccionario enfrentamos el fascinante ámbito de los conceptos, de las palabras que nos sirven para nombrar, calificar, y de manera ambigua para profundizar y/o limitar esos conceptos a una envoltura específica. Con ayuda de la lingüística convenimos ante ese cierto grado de imperfección, en contraste, por consiguiente en lo relativo, en lo ambiguo. El conflicto entre la búsqueda del conocimiento y la evidencia que nos pueda llevar al mismo, permite establecer un margen de aproximación al error entre palabra y concepto, este último en su acepción primigenia, se hace cada vez más resistente al sedentarismo y a medida que sabemos que existe ese margen y teniendo en cuenta la diversidad de condiciones dadas para la formación de las diferentes lenguas, convenimos en que el lenguaje es un armazón movible, mutable, y se desplaza paralelamente al tiempo y en dependencia del espacio en que esté determinado, por tal motivo la universalidad de los conceptos requiere de constante actualización como la ciencia misma, como ha de requerirlo la lingüística.


[1] Miami, 2002, diferentes publicaciones
[2] Madame Bovary
[3] El 10 de abril de 2019, el consorcio internacional Telescopio del Horizonte de Sucesos presentó la primera imagen jamás capturada de un agujero negro supermasivo ubicado en el centro de la galaxia M87.7​8

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