Dibujo tomado de: Ciencias Culturales |
María Eugenia Caseiro
El concepto de un cuerpo (físico) tan denso que ni siquiera la luz
puede escapar de él y que ha decantado en el descubrimiento de los llamados
agujeros negros, se me antoja una alegoría interesante para formular, no tanto
una respuesta, sino una pregunta nada exenta de nebulosas y conjeturas. ¿Puede
un cuerpo (hipotético), el del lenguaje, poseer la propiedad de no permitir que
algo escape de sí? Goethe opinó que “la duda es el principio de toda
sabiduría”.
Heidegger, quien desarrolló la fenomenología existencial, propulsa la
filosofía a partir de una nueva interpretación del mundo y del hombre por medio
de la que puede escucharse la voz del ser. “El ser es lenguaje y tiempo” y los
prejuicios y expectativas como consecuencia del uso del lenguaje, se interponen
entre nuestro contacto con las cosas. Su escuela existencialista denuncia las
habilidades etimológicas en las que ciertos criterios idealistas pretenden que
una palabra valga, no por lo que significa con arreglo al desarrollo histórico
de su empleo real, sino por lo que debería denotar desde el origen dado.
Aristóteles planteaba que “la formulación de un problema es muchas
veces más importante que su resolución”. Me pregunté hace 17 años en uno de los
ensayos que conforman ESCRIVISIONES[1]:
¿acaso hay una ciencia capaz de recoger el cuerpo espacial y cifrado de las
voces, convertirlo en el monolito decantado arquetípicamente del lenguaje, para
tratarlo como se trata un cuerpo físico? La riqueza, el volumen que ha ido
adquiriendo esa riqueza conceptual del lenguaje humano, es un caudal semántico
que corre paralelo al de la interpretación en base al especulativismo. A
diferencia de la semántica, la lingüística, de mayor predisposición científica,
estudia la estructura de las lenguas naturales, su evolución histórica, configuración
interna y hasta el grado de comprensión y el conocimiento que los hablantes
poseen de su lengua, entre otros aspectos.
¿Por qué podemos tener una interpretación propia del mundo que nos rodea
guiados por la manifestación del habla, ya sea de una palabra por sí misma o de
un conjunto articulado como estructura formativa del lenguaje? ¿Podemos someter
a las palabras, someter al lenguaje, acomodarlo a conveniencia? Sucede de forma
natural y espontánea sin que en ello tenga parte el conocimiento o la cultura
del individuo; o bien utilizando esa cultura, ya sea para un análisis profundo
y propio de un vocablo equis, como para crear otro de uso personal; por ejemplo,
el término escrivisión, creado y utilizado por mí como título para el ensayo
citado. De manera que -y esto es semántica- sumada la combinación de las
primeras cinco letras del verbo escribir (lat. scribere) que significa representar las palabras o las ideas con
signos convencionales trazados en papel u otra superficie, con el vocablo
visión (lat. visionem) que es la
percepción por el órgano de la vista, pero que a su vez asume el concepto de la
percepción imaginaria y la representación de la memoria (todo ello utilizando
los apóstrofos correspondientes a las reglas ortográficas y fonéticas) da lugar
a este vocablo, escrivisión, de un léxico como el que puede utilizar cualquier
persona cuando concibe una palabra equis; no obstante, como voz, no tome en
cuenta a la Real Academia, escape o no de las reglas gramaticales, aunque sirva
al propósito de comunicar, característico en el ser humano. “...la palabra
humana es como un caldero cascado en el que tocamos melodías para hacer bailar
a los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas", sentencia
Gustave Flauvert[2].
La palabra, por encima de toda intención, desde la legitimidad de su alma de
acepción prehistórica, se revela ante la imperfección y hasta de la indolencia
de la historicidad.
El habla se fue componiendo con el uso del llamado protolenguaje
(primeros vocablos) y posteriormente hubo de hilvanarse una a otra con el uso
de la sintaxis (ordenamiento o enlace de las palabras en una oración). El habla,
que con el paso del tiempo ha venido transformándose, o de manear simple se ha
ido reajustando con el cambio de una sociedad a otra, de una lengua a otra, nos
ha servido para nombrar estos elementos originales y capitales parte de la
existencia. Aunque al hablar usamos un lenguaje en el que las palabras nos
están dadas para designar lo asociado a un concepto específico, los conceptos
sólo se ajustan a éstas de manera sistemática, mientras que el lenguaje es
afectado por caprichosas torceduras que arrastran consigo a la denominación de
los conceptos. Según el filósofo español Gustavo Bueno, “sólo a través de los
conceptos, podemos, en nuestro presente, enfrentarnos con nuestro mundo de un
modo crítico (una crítica que puede afectar, desde luego, a los propios
conceptos).” He aquí que los conceptos, dados en las diferentes etapas de la evolución
humana, en dependencia de la connotación de lo científico-histórico novedoso, sea
que se adapte por medio de la acepción y uso popular o simplemente por pura
coincidencia de componentes que lleven a extender la conceptuación del vocablo sin
recurrir a la construcción de uno nuevo, siempre se encuentran en un punto de
necesidad y la exploración es accionada por la palanca de las nuevas acepciones,
precisamente porque la evolución conlleva a la creación, al descubrimiento. Por
ejemplo, la tendencia para nombrar los hallazgos científicos utiliza
patronímicos relacionados con el descubrimiento en cuestión. A su vez, ello
origina ciertas derivaciones; es así que el apellido del Dr. Pasteur da origen
al verbo pasteurizar; aquí una muestra del antes y después del hecho y sus
correspondientes derivaciones. Sucede también con el develamiento del que
hablaba al inicio, el agujero negro, el cual emite un tipo de radiación llamada
radiación de Hawking, conjeturada por Stephen Hawking en la década de 1970. En
la actualidad hemos llegado a recoger combinaciones de términos anteriores para
nombrar cuanto se suma a nuestro acontecer histórico, también a desechar lo que
queda en desuso. Sea pues de utilidad, mencionar la palabra “ente”, que en un
principio ha servido para denominar todo referente a una identidad cualquiera y
que hoy día se vale de la connotación primigenia de alcanzar proporciones
inagotables para recibir en su seno el infinito. Un infinito en el que caben
todos y cada uno de estos refrendados en cada nueva tecnología con sus más
amplias y variadas representaciones. Sus derivaciones abarcan un sinnúmero de
elementos, aparatos, en fin, entes que no sólo contribuyen al desarrollo de la
humanidad, sino que además sumen al hombre de hoy en una persecución casi
denodada de lo novedoso.
Recientemente se ha conseguido fotografiar un agujero negro[3].
Sabemos que las demostraciones de toda teoría, traen consigo la implementación
del arte del descubrimiento, así como la ampliación del conocimiento de los
fenómenos y también la explotación de sus posibles beneficios. Así el lenguaje
se presta como lo ha hecho desde sus orígenes, a la comunicación, ayudado por
supuesto, de las nuevas formas para la información y expansión de cada fenómeno
y la comprensión del mismo.
Ludwig Wittgenstein, uno de los pilares que fundamentan la
interpretación y comprensión hermenéutica, como procesos (no métodos)
cualitativos entre las diversas escuelas y corrientes hermenéuticas, con su
filosofía del lenguaje, desarrolló una idea de comprender los lenguajes como
"juegos lingüísticos", a partir de que cada uno posee reglas en sí
que van en acuerdo con el contexto y a la forma de vida. Así el comprender al
decir de Wittgenstein, nos lleva al hecho de que el sentido de las palabras
supone una especie de caudal que se extiende más allá de su definición
convencional. La palabra no debe encerrar al concepto, sino mostrarlo con un
sentido de amplitud; es por ello que la producción de metáforas acontece como fenómeno,
como parte de la necesidad del hablante, que conlleva al misterio de la
interpretación de la palabra más allá de su acepción primigenia. El arte de la
poética, o arte poética, aunque no posee el monopolio de la misma, pero sí una
extensa línea a su propensión, muestra como la demanda de un lenguaje
articulado metafórico, tiene asidero en la interpretación inconsciente que se
ocupa más bien, de aceptar esta forma, digamos de recrear el sentido de las
palabras hasta hacerlo florecer en un campo nuevo, tal vez desconocido y
extraño, pero creado a la medida del instante en que se produce la demanda.
Humboldt, lingüista y humanista reformador del sistema educativo en
Alemania, en su Tratado Sobre la Diversidad de la Estructura del Habla Humana,
concedió al tiempo, debido al creciente desarrollo de ideas, el aumento en la
capacidad reflexiva y una mayor sensibilidad del hombre, el poder de introducir
en el habla lo que con anterioridad no poseía, sin ser por ello modificada en sus
sonoridades, formas y leyes; sin embargo, en “Confesiones”, San Agustín se
expresa acerca de un significado cabal para la voz cogito, derivación del verbo cogitare,
que significa pensar, la que dice queda reservada a la función del alma, y de
la que afirma sólo puede usarse cuando se trata de recoger lo que se ha
juntado, no en un lugar cualquiera, sino en el alma. Más allá de ese
pensamiento de una memoria prehistórica, que se supone obedece a un fondo
común, o la memoria del alma de la que habla San Agustín, aún cuando en su
trayectoria hasta nuestros días, la diversidad de escuelas filosóficas se hayan
encargado de especificar, desglosar y pormenorizar términos, no se logra
adecuar la producción cambiable del lenguaje a la condición prehistórica e
imperecedera del concepto. Dice Nietzsche que “Hay muchas cosas que no se
quieren saber, pues la sabiduría pone límites hasta al conocimiento.” Hasta qué
punto puede hablarse de un referente científico abarcable, cuando se trata de poner en una especie de microscopio
lingüístico los conceptos que hemos ido encasillando en los sonidos y grafías
del lenguaje a través de generaciones, si dada la magnitud de esas
manifestaciones originales y capitales llamadas conceptos, en confrontación con
el revolucionario desempeño de la vida en su recorrido hasta nuestros tiempos,
no abarcan en toda su plenitud y encanto, la realidad y la virtualidad
simultáneas de su razón.
El compendio de las palabras, según la lengua, esa especie de cuerpo
físico que la recoge en la mayor extensión posible, es el diccionario, que ha
servido para -organizadas alfabéticamente- identificar a las palabras por su
significado, incluso para continuar añadiendo las que por medio de
transformaciones se suman al enriquecimiento del habla humana. El diccionario
intenta ser una producción fabulosa que, aunque sirve para satisfacer las
necesidades en lo que a conocimiento estándar se refiere, como toda creación
humana, se escapa de la perfección y, en no pocas oportunidades, dista de
ofrecernos lo que por naturaleza de esa memoria prehistórica (o del alma),
exige la legitimidad del concepto y la esencia fundamental de la existencia. No
hay una fórmula ideal para establecer la diferencia entre tales estándares y la
dimensión expresa en el concepto al que se le adjudica o se asigna una palabra;
al menos deberíamos contar con la aceptación de tal diferencia porque a todo
ello están vinculadas la condición elíptica, a la vez que la evolutiva, tanto
de la mente como de la necesidad de información del hombre de todo tiempo.
Con ayuda del diccionario enfrentamos el fascinante ámbito de los
conceptos, de las palabras que nos sirven para nombrar, calificar, y de manera
ambigua para profundizar y/o limitar esos conceptos a una envoltura específica.
Con ayuda de la lingüística convenimos ante ese cierto grado de imperfección,
en contraste, por consiguiente en lo relativo, en lo ambiguo. El conflicto
entre la búsqueda del conocimiento y la evidencia que nos pueda llevar al mismo,
permite establecer un margen de aproximación al error entre palabra y concepto,
este último en su acepción primigenia, se hace cada vez más resistente al
sedentarismo y a medida que sabemos que existe ese margen y teniendo en cuenta
la diversidad de condiciones dadas para la formación de las diferentes lenguas,
convenimos en que el lenguaje es un armazón movible, mutable, y se desplaza paralelamente
al tiempo y en dependencia del espacio en que esté determinado, por tal motivo
la universalidad de los conceptos requiere de constante actualización como la
ciencia misma, como ha de requerirlo la lingüística.
[2]
Madame Bovary
[3] El 10 de abril de 2019, el consorcio
internacional Telescopio del Horizonte de Sucesos presentó la primera imagen
jamás capturada de un agujero negro supermasivo ubicado en el centro de la
galaxia M87.78
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