Málaga
(España)
Ciertamente, podemos considerar a la alegría como un
estado anímico que no solo lo experimenta la persona que tiene este sentimiento
positivo, sino que también se asienta en la esencia de los seres humanos que
viven, en el entorno, del individuo alegre.
Desde
siempre, ciertas personas actúan de tal manera que sus acciones les
proporcionan alegría. Esto también se suele observar en los animales. Si un
individuo está alegre, su gato, o su perro, o su hamsters… también están
sumamente contentos, ya que un sinnúmero de clases de animales siente las
mismas emociones que el ser humano: miedo, esperanza, alegría, tristeza, enfado,
ira, etc.
Un
sinfín de realidades nos proporcionan alegría: la salud, el amor, un almuerzo o
cena familiares, tener un puesto de trabajo, vivir dignamente, gozar de una
buena posición económica…
Asimismo,
se ha evidenciado que la alegría repercute positivamente en la salud. Cuando
una persona está alegre, su cerebro libera endorfina, una hormona que
acrecienta la vitalidad y disminuye los dolores y, en cierto modo, las penas y las
inquietudes.
La alegría
se exterioriza por todo el cuerpo en especial en cara, ojos (más abiertos) y
boca, dibujando una sonrisa o expresando dicha emoción con una abierta
carcajada. Igualmente, se dilatan la musculatura del pecho de la garganta y de
las cuerdas vocales, como signos claros del bienestar de la persona alegre. “Gran
ciencia es ser feliz, refiere Ramón Pérez de Ayala, y engendrar la alegría, porque
sin ella, toda existencia es baldía”.
Es evidente
que la alegría surge desde lo más profundo de nuestra esencia. Este sentimiento
nos colma de tranquilidad, bienestar y amor. “La juventud es el paraíso de la
vida, manifiesta Ippolito Nievo, la alegría es la juventud eterna del espíritu”.
Sí, porque la alegría es una emoción básica, primordial, que posee una función
adaptativa, al igual que otros sentimientos nobles.
La
alegría fomenta el equilibrio entre la mente y el cuerpo, y nos permite recuperarnos
de los sinsabores, de las heridas, del estrés de la vida diaria.
Por
otra parte, la alegría nos proporciona el llamado “bienestar psicológico”. Este
sentimiento positivo no es obligado ni proyectado, sino que surge de forma natural
y no dominado. Él nos impulsa a compartir parte de lo que tenemos con las demás
personas que marchan, como nosotros, por los caminos de la vida. Además, la
alegría favorece la cohesión social, es decir, es un vínculo, entre los seres
humanos, que nos ayuda a procrear nuevas conexiones y, al mismo tiempo, a
fomentar la fusión comunitaria. “No hay alegría mejor, dice Henry F. Hoar, que
la que mejor alegría que se crea en nuestro espíritu y la difundimos entre los
demás”.
Asimismo,
la alegría acrecienta la paz interna; es una fuerza en constante movimiento;
permite emprender nuevos proyectos, nuevas esperanzas, nuevas ilusiones…,
facilitando la energía para encaminarnos hacia nuestras metas; permite contactar
con otras emociones placenteras, es decir, nos activa el hecho de “estar
presente en cada cosa que llevemos a cabo”: experimentar los pequeños placeres
cotidianos, fomentar la dulzura y la curiosidad por nosotros mismos, para
expandirlas en los demás y por el mundo
que nos rodea. Ello hace que nos sea mucho más fácil la introspección y la extrospección.
ALEGRÍA
En nuestra esencia
anida la alegría
más entusiasta,
más acogedora,
donde habita la
luz merecedora
del fruto ajeno a
la melancolía.
Una alondra
nupcial siempre me envía
un ramo de
claveles cada hora,
porque conmigo
vive una pastora
que, con su amor,
me hace compañía.
¡Alegría!
¡Alegría! Flor de vida
para este mundo
erguido, en su calvario,
que finge no tener
negra su herida.
Para el gozo jamás
hay adversario
que mute la
alegría en voz perdida
ante la opacidad
del mercenario.
Carlos Benítez Villodres
Málaga (España)
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