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lunes, 15 de julio de 2019

LA ALEGRÍA



 Carlos Benítez Villodres
Málaga (España)


Ciertamente, podemos considerar a la alegría como un estado anímico que no solo lo experimenta la persona que tiene este sentimiento positivo, sino que también se asienta en la esencia de los seres humanos que viven, en el entorno, del individuo alegre.
            Desde siempre, ciertas personas actúan de tal manera que sus acciones les proporcionan alegría. Esto también se suele observar en los animales. Si un individuo está alegre, su gato, o su perro, o su hamsters… también están sumamente contentos, ya que un sinnúmero de clases de animales siente las mismas emociones que el ser humano: miedo, esperanza, alegría, tristeza, enfado, ira, etc.
            Un sinfín de realidades nos proporcionan alegría: la salud, el amor, un almuerzo o cena familiares, tener un puesto de trabajo, vivir dignamente, gozar de una buena posición económica…
            Asimismo, se ha evidenciado que la alegría repercute positivamente en la salud. Cuando una persona está alegre, su cerebro libera endorfina, una hormona que acrecienta la vitalidad y disminuye los dolores y, en cierto modo, las penas y las inquietudes.
            La alegría se exterioriza por todo el cuerpo en especial en cara, ojos (más abiertos) y boca, dibujando una sonrisa o expresando dicha emoción con una abierta carcajada. Igualmente, se dilatan la musculatura del pecho de la garganta y de las cuerdas vocales, como signos claros del bienestar de la persona alegre. “Gran ciencia es ser feliz, refiere Ramón Pérez de Ayala, y engendrar la alegría, porque sin ella, toda existencia es baldía”.
            Es evidente que la alegría surge desde lo más profundo de nuestra esencia. Este sentimiento nos colma de tranquilidad, bienestar y amor. “La juventud es el paraíso de la vida, manifiesta Ippolito Nievo, la alegría es la juventud eterna del espíritu”. Sí, porque la alegría es una emoción básica, primordial, que posee una función adaptativa, al igual que otros sentimientos nobles.
            La alegría fomenta el equilibrio entre la mente y el cuerpo, y nos permite recuperarnos de los sinsabores, de las heridas, del estrés de la vida diaria.
            Por otra parte, la alegría nos proporciona el llamado “bienestar psicológico”. Este sentimiento positivo no es obligado ni proyectado, sino que surge de forma natural y no dominado. Él nos impulsa a compartir parte de lo que tenemos con las demás personas que marchan, como nosotros, por los caminos de la vida. Además, la alegría favorece la cohesión social, es decir, es un vínculo, entre los seres humanos, que nos ayuda a procrear nuevas conexiones y, al mismo tiempo, a fomentar la fusión comunitaria. “No hay alegría mejor, dice Henry F. Hoar, que la que mejor alegría que se crea en nuestro espíritu y la difundimos entre los demás”.
            Asimismo, la alegría acrecienta la paz interna; es una fuerza en constante movimiento; permite emprender nuevos proyectos, nuevas esperanzas, nuevas ilusiones…, facilitando la energía para encaminarnos hacia nuestras metas; permite contactar con otras emociones placenteras, es decir, nos activa el hecho de “estar presente en cada cosa que llevemos a cabo”: experimentar los pequeños placeres cotidianos, fomentar la dulzura y la curiosidad por nosotros mismos, para expandirlas  en los demás y por el mundo que nos rodea. Ello hace que nos sea mucho más fácil la introspección y la extrospección.




ALEGRÍA


En nuestra esencia anida la alegría
más entusiasta, más acogedora,
donde habita la luz merecedora
del fruto ajeno a la melancolía.

Una alondra nupcial siempre me envía
un ramo de claveles cada hora,
porque conmigo vive una pastora
que, con su amor, me hace compañía.

¡Alegría! ¡Alegría! Flor de vida
para este mundo erguido, en su calvario,
que finge no tener negra su herida.

Para el gozo jamás hay adversario
que mute la alegría en voz perdida
ante la opacidad del mercenario.  

                  Carlos Benítez Villodres
                        Málaga (España)

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