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sábado, 1 de noviembre de 2014

Un presbítero en las antípodas del Padre Félix Varela


Roberto Soto Santana, de la Academia de la Historia de Cuba (Exilio)

            Juan Bautista Casas fue Gobernador Eclesiástico de la Diócesis de La Habana desde el 20 de julio de 1893 al 16 de noviembre de 1894.
            Su credo político-social quedó expuesto sistemática e inequívocamente en el libro que publicó en Madrid (en el Establecimiento Tipográfico de San Francisco de Sales, con domicilio en Pasaje de la Alhambra número 1) en 1896, tras su regreso a España, bajo el título “La Guerra Separatista de Cuba – Sus Causas – Medios de Terminarla y de Evitar Otras“.
            Teniendo a la vista el texto íntegro de las 499 páginas de la primera edición de  la obra, es constatable la filiación integrista del autor desde las páginas liminares, en las que recuerda que “El 13 de Febrero [de 1895] pronunció [el Presidente del Consejo de Ministros] Cánovas su elocuente discurso en el que aseguraba que la paz sería duradera en Cuba, porque las reformas constituirían el lazo indestructible de amor fraternal. Once días después [se refiere al Grito de Baire, pronunciado el 24 de febrero] se alzó en el Departamento Oriental, y casi á las puertas de La Habana, el pendón de la estrella solitaria de las cinco puntas. De la agitación y de las discordias producidas por las reformas sirviéronle á maravilla los separatistas para moverse y preparar la guerra”.
            A poco de rebasar el primer tercio del libro, Monseñor Casas preconiza la política con resultados deletéreos –dolorosa recomendación de este Presbítero, moralmente incompatible con su carácter de pastor de la grey católica-, que fue implantada por el Capitán General Valeriano Weyler y Nicolau inicialmente en la provincia de Pinar del Río (a partir del 21 de octubre de 1896), extendida a continuación a La Habana y a Matanzas (el 5 de enero de 1897), posteriormente a Santa Clara (el 30 de enero de 1897), y finalmente a Puerto Príncipe y Santiago de Cuba (el 27 de mayo de 1897).
La imputación de responsabilidad ideológica a Mons. Casas por estas medidas que tanto sufrimiento provocaron entre la población civil (los “pacíficos”, como se decía en la época) fue originalmente formulada por Emilio Roig de Leuchsenring en “1895 y 1898. Dos guerras cubanas. Ensayo de revalorización” (La Habana, 1945, págs. 62 y 63).
Hospital
En relación con la promoción por parte de Mons. Casas, en su libro de 1896, de la Reconcentración como medida de guerra, solamente hemos podido encontrar constancia de un historiador cubano anterior a Leuchsenring que lo mencione: Francisco González del Valle, quien publicó una censura de esa conducta en “Cuba Contemporánea” (La Habana, 27 de junio de 1918. Tomo 18, No. 2, Oct. 1918). Después de Leuchsenring, sólo hemos hallado evidencia de que lo expusiera otro historiador cubano, el Editor de este sitio digital de PENSAMIENTO, el Dr. René León, en su ensayo “Justificar lo injustificable–General Valeriano Weyler”, alumbrado en Tampa (Florida), en el año 2000, bajo el sello editorial de Publicaciones Culturales René  León-.
Niño concentrado muere
de desidratación
¿En qué consistía la propuesta del Pbro. Casas? Pues nada menos que en agrupar en sitios determinados –“reconcentrar”- a todos los habitantes de las zonas rurales de Cuba asentados en núcleos esparcidos. Porque, una vez “Reunidos, avecindados y conocidos los habitantes de Cuba, no darán á la insurrección los brazos y los recursos que la dan, porque á los leales los defenderá la autoridad, y con los malos y sospechosos se entenderá la policía; se convencerán de que por este camino van al aniquilamiento de la isla y á una segura anarquía, y de que la separación de España les traerá una feroz dictadura negrera ó la anexión norteamericana…perderán el miedo que les infunden las partidas insurrectas, pues los amenazan y obligan á unirse á ellas y á suministrarlas dinero y provisiones; los rebeldes no dispondrán de los cómplices y espías de que hoy disponen, debiendo á eso su existencia, y no se ocultarán ni huirán, como ahora huyen, y en plazo no muy largo se verán obligados á disolverse y á rendirse...Formados los pueblos, nuestras fuerzas destruirán y arrasarán todos los bohíos y prenderán y castigarán á los individuos que vaguen por los campos, pues ya no podrán burlar la autoridad y escudarse con la capa de inofensivos labriegos y pastores que de día se incorporan á los insurrectos ó se suben á las seibas y á las palmas para servirles de centinelas…y por la noche descansan en el bohío con su familia y á la vez engañan y desorientan á nuestros soldados con la astucia é impavidez que les son muy peculiares.
“Si no se adopta ese sistema, la presente guerra no se terminará nunca, al menos por la fuerza de las armas.”
De acuerdo con el plan propuesto por este clérigo, “Conocida ya la isla, vigilada y defendida en sus costas, reunidos en ciertos lugares todos los leales á la Patria con las mujeres, niños e imposibilitados que se encuentren esparcidos por los potreros, colonias, vegas, sitios y bohíos de los campos de Cuba, hemos llegado al punto de poder empadronar y conocer á los que son amigos de España y á los que son inofensivos, al menos por imposibilidad física, edad y sexo: forzosamente se logrará saber quiénes están por España y quiénes están contra España, de modo que la gran Antilla quedará dividida en dos bandos bien deslindados, español uno y antiespañol el otro.”
También propugnó la utilización de globos aerostáticos –doscientos o más- para el seguimiento desde sus barquillas de todos los pasos del enemigo y la transmisión de la información correspondiente, mediante señales, a las tropas españolas en tierra.
Igualmente previó el “buen” religioso que, “Muertos y aniquilados” los gérmenes de la enfermedad separatista “por los poderosos y eficaces separicidas que suministran la Religión católica y la moralidad administrativa, hay que mantener perennemente un cordón sanitario, en que se estrellen los perversos intentos de los enemigos de España que no cesan en su labor de enviar á Cuba mercancías intelectuales, maleadas ó sospechosas…Los libros, folletos, revistas y periódicos son el medio de que ordinariamente se valen los enemigos de la Patria para esparcir en la isla errores históricos, calumnias, burlas, desprecios, apreciaciones injustas, injurias y toda clase de infamias contra España…Hasta en las coplas ó aires del país se cantaron las supuestas desventuras y la cruel opresión del vijirita [quiso decir bijirita] y se ridiculizaron el atraso, la ignorancia, la pobreza y el despotismo del pegajoso y despiadado gorrión” –las respectivas representaciones del criollo y del peninsular, en el imaginario cubano-.
El Padre Casas no se olvidó de fustigar “desde la frase cáustica, mordaz, iracunda de Govín y de Saladrigas hasta las lucubraciones hegelianas y positivistas de Varona (Enrique José), que con sus hueras filosofías mezclaba siempre ataques y denuestos contra España, y hasta las anárquicas teorías de Juan Gualberto Gómez azuzando los odios de raza y predicando ilusorias reinvindicaciones…”
Ni siquiera los autonomistas se libraron de sus invectivas, diciendo que “La autonomía es la engañifa que oculta el ansia de romper la subordinación y la dependencia, aunque sean sólo nominales.”
A la población negra la ponía como chupa de dómine, endosándole los peores agravios: “El negro es todavía voluble y se aficiona muy pronto á la vida de los cimarrones antiguos: correr, saltar, bailar…robar, incendiar, derribar, holgar á lo Sancho Panza en cierta ocasión, en una palabra, experimentar impresiones pasajeras, pero fuertes, eso es la causa de la borrachera separatista de la gente de color…á los negros incorregibles se les debería trasladar de balde á las costas africanas, y lo mismo á los que lo pidiesen de su voluntad: quién sabe si con esta medida abriríamos fácil entrada a la civilización en algunos puntos del Continente negro. Lo mismo procede hacer con los ñáñigos, con los vagos y con los ladrones que llenan nuestras cárceles y presidios para ser al fin y á la postre indultados, soltándolos en el seno de la sociedad perturbada antes por ellos.” ¡Y eso que al Padre Casas, por sus hábitos talares, se le suponía “hombre de Dios”!
Se complació en dedicar una página y media de su libro a reseñar su desafío de la Real Orden de 26 de diciembre de 1893, “dictada á gusto de D. José Pulido, fiscal, de triste memoria para la Iglesia, de la Audiencia de La Habana y hoy su Presidente, dándole a éste la razón en su injusta é ilegal (así falló el Tribunal Supremo de Justicia) exigencia de que obligásemos á los reverendos Párrocos á expedir las certificaciones sacramentales que los jueces ó los particulares les pidiesen expresamente para contraer el matrimonio civil”, aduciendo –entre otros motivos- que “era indecoroso exigir de los Párrocos documentos que facilitaban la apostasía de los bautizados de quienes debía presumirse que por eso mismo eran católicos; de que era injusto pretender que los Párrocos cooperasen con sus certificados á la realización del matrimonio civil entre católicos, calificado y estimado por la Iglesia como un concubinato…”
Y exaltó los dichos y hechos de quienes habían sido Capitanes Generales de Cuba, el general Salamanca (del 13 de marzo de 1889 al 6 de febrero de 1890) y el general Polavieja (del 20 de junio de 1890 al 20 de agosto de 1892). Recordó, del primero de ellos, que “nos dijo repetidas veces (Dios se lo haya premiado en la gloria) que jamás dispondría ni firmaría cosa alguna en perjuicio de la Iglesia, y lo cumplió” y “que en contra de la Iglesia no se debía resolver nada nunca porque la Iglesia siempre tiene la razón de su parte en lo que hace y en lo que deja de hacer, y lo mismo en lo que pide.”
En las páginas finales de su libro, el Pbro. Casas y González admitía que “Sí, hay en Cuba división; pero la división es entre los que aman á España y los que la aborrecen, entre los que quieren que Cuba sea española y los que ansían que Cuba no pertenezca a España. Existe entre los habitantes de Cuba división profundísima, porque unos son súbditos leales de España y otros no quieren nada con España.”
Ante declaración tan ultramontana, es suficiente apuntar: “A confesión de parte, relevo de prueba”.
                                       
Notas y fuentes bibliográficas:

1. El facsímil del Bando de Reconcentración fechado el 21 de octubre de 1896 puede verse en el sitio digital de la Cuban Heritage Collection.
2. “Los efectos de la Reconcentración en la sociedad cubana (1896-1898). Un estudio de caso: Güira de Melena”. Francisco Pérez Guzmán. Revista de Indias,1998, Vol.LVIII, núm. 212.
3. “Guerra y Población Civil: los Reconcentrados”. Cristóbal Robles Muñoz (Centro de Estudios Históricos del CSIC).

5. El juicio de Francisco González del Valle puede verse en http://julio-soto-angurel.blogspot.com.es/2012/04/el-clero-y-la-revolucioncubana-un.html, con estas palabras: “Por ser Cuba, entonces una colonia y no tener gobierno propio, el Sumo Pontífice no se creyó en el deber de protestar, siquiera, de las medidas inhumanas que la católica España tomó para exterminar a los cubanos; de condenar, mandándole al índice, el libro en que un sacerdote español, Pbro. Juan Bautista Casas, prescribía mejores medios que los de Weyler para acabar pronto la guerra separatista.”

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