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martes, 1 de diciembre de 2015

AL OTRO DÍA DE LA MEJORANA


                                Por Emilio Martínez Paula
   
Como se ha dicho, si el pensamiento de Martí fuera traducido a los idiomas europeos, Martí sería el guía espiritual de este momento tan complicado que atraviesa el ser humano. Sin embargo hace unos meses un tal Armengol publicó un artículo en el Nuevo Gerald titulado “Enterremos a Martí”, agregando un comentario notablemente estúpido: “Una república no se construye sobre el pensamiento exaltado de un poeta”.
   Por esta y otras razones sería conveniente dar a conocer la biografía  titulada  “Martí el Apóstol” de Jorge Mañach.
     Por ahora comentamos momentos  palpitantes de su libro: En los primeros días de mayo Máximo Gómez y Martí logran al fin hacer contacto con Maceo, que los citó para La Mejorana, un ingenio a pocos kilómetros de Santiago de Cuba.
  Airoso luce el general Antonio con su traje de Holanda gris y su caballo dorado. “Ya tiene plata la silla, comenta Martí,  en su diario- y con estrellas”. 
  El encuentro resulta tenso, casi ceremonial.
   En el batey de la Mejorana, por el contrario hay ambiente de fiesta. Se prepara un gran almuerzo. “El amo anciano colorado y de patillas,  jipijapa y pie pequeño, trae vermouth, ron, tabaco, malvasía…”  
      Luego, Gómez y Maceo se apartan para hablar.
  En esta conjunción de jefes supremos había que decidirse el curso de la guerra. Pero otras cosas más personales se interpusieron. Maceo se mostraba disgustado con Martí. Su irritación subió de punto cuando el delegado  le confió a Crombet, con quien Maceo estaba  mal avenido desde hacía tiempo,  la expedición de Costa Rica, si bien encargándole de ponerla, una vez organizada, en manos de Maceo, a quién sabía muy celoso de su prestigio y su grado militar. Mientras los dos veteranos hablaban solos en el portal, los oficiales que rondaban de lejos la casa de vivienda, pudieron advertir algunos ademanes enérgicos de Maceo y gestos sosegadores del Viejo. Luego Martí se incorporó a ellos y los tres se  internaron en la casa.
  De lo que pasó en aquella entrevista solo quedaron para la historia  reticencias por escritos, que alguna mano celosa de la gloria de todos contribuyó a borrar aún más.    
    De otro problema delicado se habló en la junta que concernía directamente a Martí: la autoridad civil de la revolución. Fiel a su criterio de siempre y al mandato mismo de que estaba investido, insistía el delegado en que se dispusiese la consulta de los diferentes núcleos separatistas, a fin de constituir cuanto antes un gobierno que integrara el esfuerzo de toda la isla. Maceo opinaba que ese cuidado era prematuro y limitaría la acción de los mandos militares. Gómez se solidarizó con el juicio político de  Martí.
    Suspendida la conversación sin que se llegara a acuerdos mayores, se volvió de nuevo la cuestión en la mesa del almuerzo.  
   Martí volvió de nuevo a rechazar el cargo que se le hacía de defensor de las trabas hostiles al movimiento militar. Mantengo rudo, apuntó en su diario, el Ejército libre, y el país, como país, y con toda su dignidad representada. A las cuatro de la tarde se levantó bruscamente del campo. Maceo se fue con los suyos al campamento próximo donde había dejado sus tres mil hombres.
  Gómez y Martí prefirieron hacer noche en un rancho cercano. “Y así como echados y con ideas tristes dormimos”.
Al otro día a poco de marchar el pequeño contingente de Gómez se da de manos a boca con una avanzadilla de Maceo. Avisado este, invita al general en jefe y a Martí a venir a su campamento. Aclaman las tropas
con frenesí a las tres grandes figuras de la revolución. Gómez les pasa revista. A petición de Maceo, el delegado arenga las tropas. Le hierve al sol la palabra desde lo alto de un secadero de café; pero los conceptos también son altos. Apunta Gómez en su diario: “Nuestra amarga decepción de la víspera quedó curada con el entusiasmo y respeto con que fuimos recibidos y vitoreados por aquella tropa”.
 En el diario de Martí  el Apóstol anota  sobre la reunión de la Mejorana:
   “Maceo me cortaba la palabra, no me dejaba hablar.  E inclusive me dijo: Allá en oriente tengo hombres que no me los podrá enredar, doctor Martí.  
 Hay que tener en cuenta  que la primera  vez que se reunieron en New York, Martí hizo unos comentarios sobre sus planes de ir a México  para conseguir ayuda económica para los planes de Gómez y Maceo en Nueva York, y Gómez le cortó la palabra diciéndole: Vea Martí, limítese a seguir las órdenes del general Maceo, y salió de la habitación del hotel para ir a bañarse, sin despedirse. 
La respuesta de Martí fue la famosa carta en la que el apóstol le dice, más o menos, que una nación no se funda como se manda un campamento.

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