Foto de: Deportados Cubanos en la Isla de Fernando Poo Tomado de: http://www.galeon.com |
Carlos GONZÁLEZ
ECHEGARAY
Universidad
Complutense
RESUMEN: El
artículo se refiere a los independentistas cubanos deportados a Fernando Poo en
la segunda mitad del s. XIX, aportando nuevos datos sobre su estancia allí,
pero sobre todo reflejando la actitud de la población colonial a la llegada de
aquellos, que vino a complicar la vida de la capital, incluso desde el punto de
vista alimenticio, por la escasez de enví- os procedentes de España. John Holt,
un empleado inglés, relata en sus memorias que algunos colonos simpatizaron con
los cubanos y colaboraron en la fuga de un grupo de ellos.
Las relaciones
que durante el siglo XIX conectaron a la isla de Cuba con la de Fernando Póo
(hoy llamada Bioko, en la Guinea Ecuatorial) no han sido suficientemente
conocidas para el estudio de su influencia en la colonización española de
aquellos territorios. A los pocos años de iniciarse esta colonización después
de más de medio siglo de abandono, se vio claro que las primeras expediciones
fracasaban debido al clima y las enfermedades tropicales que los colonos
españoles no soportaban, y se pensó que los cubanos de color que estaban
acostumbrados a un clima parecido podían dar un resultado más eficaz y
aclimatar allí los cultivos de caña, café y cacao en que tenían más
experiencia. Por otra parte, resultaba preferible que la colonización fuera
desarrollada por súbditos de España que además hablaban español lo que
facilitaba la labor de la administración. Así fueron los primeros contactos
entre ambas islas, pero más adelante se aplicó esta iniciativa a los presos
políticos, que unían a estas condiciones la necesidad de alejarlos de Cuba,
donde agitaban a la población para promover la independencia.
Isla de Poo Tomado de: University of Texas Library |
Basándose en una
R.O. de 1861 el Gobierno español autorizó el envío a Fernando Póo de 200
cubanos negros y mulatos emancipados que trabajaban en Obras Públicas de Cuba.
Los voluntarios presentados no llegaron a cubrir las 200 plazas y se autorizó
completarlo con 60 que habían solicitado ingresaren la compañía de Infantería
colonial. Meses antes se había autorizado el envío de esclavos liberados de los
barcos negreros por buques de esclavos liberados de los barcos negreros por
buques norteamericanos. Unos y otros deberían ser considerados como hombres
libres. Finalmente, en 1862 se consiguió que llegaran a bordo del vapor
«Ferrol» a la isla africana los 200 previstos, los cuales desempeñaron allí
diversos oficios y obras públicas; de ellos 25 eran mujeres, cuyos matrimonios
favoreció el gobierno de la colonia1. A la vista del buen resultado de la
expedición, volvió el Gobierno español a pedir en 1862 un nuevo envío de 200
cubanos, pero en 1863 aún no se había realizado esta operación.
Sin embargo, en
1866 va a cambiar la situación al enviar de Cuba a deportados políticos en
lugar de emancipados, con lo cual una parte de los que llegan son de raza
blanca y de condición social más elevada, contándose entre ellos algunos
profesionales liberales. Así arribaron en el año 1866 en el buque «Rosa del
Turia» 176 cubanos, coincidiendo allí con los deportados revolucionarios
andaluces llegados en 1861 y 1862. Estos cubanos fueron asentados en el islote
Enrique en la bahía de Santa Isabel, aislados de la población para cuyo
mantenimiento fue necesario recurrir a las raciones reservadas a la guarnición
e la Estación Naval, creándose así en la colonia una escasez permanente de
alimentos. A pesar de tales dificultades se continuó en esta línea política y
en mayo de 1869 fueron traídos 250 cubanos, deportados por el Capitán General
de Cuba Domingo Dulce. Ya en la isla africana se encontraron con los que habían
quedado de las expediciones de 1862 y 1866.
Y aquí es donde
introducimos la memoria de este momento histórico según lo relata un curioso
personaje, testigo presencial bastante olvidado, pero que tuvo la idea de
escribir un diario de sus años en el Golfo de Guinea. Se trata del comerciante
inglés John Holt, nacido en un pueblo del condado de Lincolnshire en 1841, de
una familia acomodada, que a los 14 años se embarcó en una goleta de su abuelo
que hacía transportes entre Inglaterra y Francia, dejó este empleo y se colocó
de aprendiz con la casa William Laird, el cual era naviero y hermano del famoso
explorador Laird. En 1882 recibe una oferta de empleo por parte de J.B.
Lysnlager, comerciante y cónsul británico en Fernando Póo y que había sido
entre 1854 y 1858 gobernador de la colonia en nombre de España. Laird le había
enviado a través de su hermano unas notas en que le animaba y le decía que
aquella isla era la región más saludable de la costa occidental Áfricana. Esta
afirmación resulta un tanto extraña, pues aunque era menos insana que las
próximas costas de Nigeria y del Camerún, venían siendo cementerio de europeos,
como afirmaba la célebre frase atribuida al explorador Burton: «oscura tumba
para un blanco».
John Holt fue
hombre de gran voluntad y al final de su vida había extendido sus factorías a
lo largo de la costa occidental de África. Su diario personal que abarca el
tiempo comprendido entre 1862 y 18722 , publicado en Inglaterra en 1948, fue
traducido al español en 1950 por Miguel Llompart Aulet, a la sazón Delegado
gubernamental de Trabajo en la colonia, e insertado como folletón en 1950 y
1951 en el diario Ébano del cual era director dicho Llompart. De esta
traducción hemos tomado las citas que aparecen a lo largo de este artículo.
También dan noticias de este diario el juez español J.A. Moreno y el prof. Germán
de Granda (3) . El diario de J. Holt es muy interesante para conocer de cerca
cómo era aquella sociedad de la capital Santa Isabel (antes Clarence y hoy
Malabo) con su abigarrada mezcla de etnias africanas y su elite de
«fernandinos» o criollos de raza negra, pero de cultura europeizada, y
concretamente británica (4) .
John Holt en su
diario señala que el 22 de mayo de 1869 arribó al puerto el «San Francisco de
Borja» trayendo 250 «exiliados políticos enviados aquí por el Gobernador
General Dulce». Tras afirmar que el viaje había durado 66 días reconoce que
había sufrido «algún retraso» por avería en las máquinas, deteniéndose en
Puerto Rico; que 20 ó 30 de ellos son gente muy rica, comerciantes y finqueros
y entre ellos un banquet ro apellidado Castillo, «que dicen que es muy rico».
Probablemente se trata del que Unzueta cita como director de la Caja de Ahorros
de Cuba.
Lo interesante
del diario de Holt es que recoge muchas noticias que no aparecen en los
documentos oficiales, tales como el rumor de que el mayordomo del barco ha
tenido buen negocio proporcionándoles en el viaje cantidades de jamón, y carnes
de cerdo, pollo y pato. Parece que el suministro de comida a bordo era malo
para que tuvieran que abastecerse bajo cuerda. También les vendía cerveza y
hasta el agua potable. Todo esto hace pensar que llevaron consigo al destierro
algún dinero que les permitía hacer frente a estas dificultades. Los rumores
aportados por Holt creían que en conjunto habían traído unas 20.000 libras. Una
vez en Fernando Póo se les daba a cada uno de los restantes, «una libra o libra
y media de arroz y unas pocas onzas de cerdo o carne seca por día».
A su llegada
fueron alojados en el mercado, un edificio detrás de la casa de la Gobierno (la
llamada «Casa de piedra») pero luego se fueron hospedando en distintas
viviendas particulares y en fondas. El capitán Townsend, otro comerciante
inglés, que llevaba 27 años en la isla y que además de la factoría tenía una
fonda, alojó y dio de comer a 13 cubanos y el mismo Holt tuvo a 20 comiendo en
su casa recién llegados, que se desquitaron del hambre pasada en la travesía
devorando «galletas, cerdo, confituras y carne en conserva». En su propia
vivienda alojó a dos hasta que encontraran hospedaje. Y según cuenta, un viejo
le ofreció en gratitud un puñado de puros «espléndidos como nunca habían pasado
por mis labios».
Los recién
venidos compraron en las factorías abundantes provisiones de boca pero no otro
tipo de bastimentos. Aun así desde el punto de vista mercantil de Holt «el dinero
que están gastando ha venido a revivir el moribundo estado en que se encontraba
aquí el comercio últimamente». Dada la escasez de alimentos que había por
aquellos días en la colonia, el gobernador Joaquín Sousa, para que no subieran
los precios dio un bando fijándolos y prometiendo severos castigos a los
infractores. Según Holt estas medidas –que habían sido promulgadas la víspera
de la arribada del correo de España– estaban encaminadas más que a evitar la
escasez de alimentos, a dificultar el contrabando de los mismos por la
tripulación el barco esperado.
No sabemos si por
esta razón o como también apunta Holt (que debía de estar muy al corriente de
los rumores de la ciudad) el gobernador podía tener sospechas de que algunos
deportados intentaran fugarse en el propio buque al regreso de éste o en otro
cualquiera que zarpase. Sea por una causa o por otra, lo cierto es que el
gobernador, mandó llamar a todos los importadores para que le presentaran las
facturas de las mercancías que iban a recibir en el correo que arribaría el día
25 y mandó numerar todos cayucos y botes que poseían y prohibió que salieran
fuera de la bahía, controlando los embarques por medio de un sargento situado
en la escala del barco para que examinara los permisos para subir a bordo de
cualquiera que no fuese de la tripulación respectiva. «Las órdenes y
restricciones del gobernador nos están produciendo molestias interminables»
dice John Holt.
Desde el
principio se advierte la simpatía que Holt muestra en su diario por los desterrados.
«¡Pobres cubanos!… separados de sus familias, de sus hogares, de su país, y
enviados a un país como éste. Tres cuartas partes ellos están casados…» y
continúa con una serie de lamentaciones un tanto grandilocuentes. Después toca
el tema de la posible fuga y afirma «¡qué fácil sería llevarse a unos cuantos!
Yo podría hacerlo muy bien con mi goleta (5), pero quién me pagaría a mí el
tener que abandonar mi propiedad de aquí y mis futuros planes de ganar dinero
en este lugar? Nada de lo que los cubanos han ofrecido o lo que probablemente
me ofrecieran sería insuficiente para pagarme el sacrificio que tendría que
hacer». Se ve que la simpatía de Holt hacia los cubanos se detenía ante las
consideraciones mercantiles.
Uno de los
primeros intentos fue el patrocinado por un comerciante llamado Struthers
(acaso sea el Strathers que cita Iradier años más tarde) que traficaba con los
bubis y que llevó en su lancha a los pocos días de su llegada a tres cubanos
desembarcándoles en Bimbia (Camerún). Uno de ellos era F.J. Balmaseda, que a su
llegada a Nueva York publicó un libro en que recoge las aventuras y
sufrimientos de los deportados (6). Es posible que exagere algo en lo negativo;
por ejemplo, Holt que se fija en los menores detalles no dice nada de los tres
días que según Balmaseda, estuvieron en jaulas a su llegada. De él cuenta Holt
que «se dice que es un hombre muy bueno y generoso y que ha hecho mucho bien
entre las gentes de su pueblo en Cuba… ha hecho muchos ofrecimientos de amistad
y ayuda a Struthers…» De allí se dirigieron los fugados a Tenerife,
recomendados a Bruce, Hamilton & Co.
El 20 de junio
consigna Holt en su diario que se han escapado todos los desterrados que vivían
en la casa de Townsend, en número de 17, en la lancha de éste. El propio Townsend
despachó su lancha «oficialmente» al Camerún, pero la fondeó en la isla de
Horacio (7) a la espera de los fugitivos que fueron por tierra hasta Alburkah
Bay (8) y desde allí con una falúa y un cayuco los llevó hasta Horacio, remando
durante horas; de allí partieron para el río Old Calabar en Nigeria, esperando
en las isla de Los Loros(9) la llegada de la «Biafra» que los condujera a
Europa. El detalle de esta fuga aparece un tanto confuso en el diario, pero lo
que está claro es que el gobernador montó en cólera y como se corrió el rumor
de que habían huído hacia el interior de la isla, mandó a buscarlos a Basilé,
con resultado negativo, como es lógico. En este disgusto de Sousa también
entraría el hecho de que uno de los fugados, un tal Richelieu, vivía en su
propia casa, el cual había ofrecido a Holt 400 libras por sacarle a él y a otro
cubano.
Otro de estos,
apellidado Barrenguy (probablemente se refiere al cubano Pedro Barrenqui)
alojado en casa del Vicecónsul inglés Francis Wilson, se había enterado
confidencialmente de la escapatoria y se presentó por sorpresa a los fugitivos,
obligándoles a llevarle con ellos so pena de denunciarles. Cuando unos días
después, el 29 arribó la «Biafra» supieron noticias de los huidos y de su
protector Townsend que se había embolsado con la filantrópica operación entre
500 y 600 libras, lo que comenta Holt diciendo que «yo me pregunto si no ha
sacrificado mucho más que esto por no retenerles en su hotel y vendiendo en su
factoría». Su empleado Hill y los criados fueron registrados por las
autoridades y probablemente embargadas sus propiedades. También las de los
cubanos, que fueron depositadas en el gobierno.
Los que habían
llegado al delta del río Calabar tenían estipulado con Croft, el capitán de la
«Biafra» para que al regreso de Santa Isabel los recogiera en la isla de los
Loros para llevarlos a Inglaterra; pagarían el pasaje de primera hasta
Liverpool aparte de mil libras para el capitán. Como se ve, a Holt no se le
escapaba ningún dato económico, que reflejaba en su diario. Cinco días después
regresaba la cañonera «Concordia» del delta de lo Lor Ríos de Calabar sin
encontrar a los cubanos. Pero se supo que había avistado a la «Biafra» en Bonny
(Calabar Nuevo) y que no se atrevió a detenerla aun sabiendo que estaban dentro
los fugados, por cierto aterrorizados ante la posible detención.
Se supone que el
resultado positivo de esta fuga le hizo perder los escrúpulos a Holt, porque
unos días más tarde, el 12 de julio, tomó parte activa en otra escapatoria,
esta vez en combinación con el finquero Sr. Trello y Mr. Mercer, capitan del
«Mc Gregor Laird» que zarpaba esa noche. Se trataba del que el buque se
dirigiese a la isla de Horacio y esperase frente a la costa próxima a la finca
de Trello. Éste llevaría a su finca a 13 cubanos y desde allí a la costa, pero
a pesar de las señales convenidas y por falta de cálculo en el tiempo o por
extravío de los guías krumanes que los acompañaban, lo cierto es que llegaron
tarde a la cita, se supone que con gran sentimiento de Trello que pensaba
cobrar 30 libras por cada uno, según revela Holt.
En vista del
fracaso regresó a la capital todavía de noche para tener una coartada, ya que
rápidamente se supo la noticia y el gobernador envió un bote al mando de su
sobrino para detener a los fugitivos, como así se hizo, salvo dos que huyeron
al bosque. Inmediatamente fueron detenidos Trello, Lauriano, John Phillip y
otros. Aunque estos últimos, según Holt fueron detenidos para diluir la
responsabilidad de Trello. Este que Holt llama Lauriano y más adelante Lauriano
Diez da Cunha debe de ser el comerciante portugués mulato Laureano Acuña al que
se refiere Iradier. También se recoge el rumor de que estaba complicado
Gazulla, y suponemos se trata de la persona del mismo apellido que era Secretario
del Gobierno en 1875 y recibió a Iradier a su llegada a la isla y que además
era amigo de Acuña y del citado Strathers.
A través de este
relato se desprende que los oficiales españoles no pusieron demasiado empeño en
la represión de este suceso, probablemente por los problemas de mantenimiento
que estaba creando a la colonia el exceso de población foránea. Según Holt
también ellos sentían simpatía por «los pobres cubanos» y Trello, por su
amistad con los oficiales fue tratado benévolamente «aun cuando el plan de fuga
fue conocido», pero la redacción confusa no permite saber si lo fue por Trello
o por los propios oficiales.
Trello fue
interrogado por un tal Samson, empleado de la Aduana que fue nombrado Juez
especial en lugar del Notario a quien correspondía y las preguntas «fueron
tales que no pudieron comprometer o complicar al acusado» y según parece, el
propio sobrino del gobernador, Hilario Pina, había informado con clara lenidad
sobre el asunto. En cuanto a los frustrados fugitivos, respondieron que habían
salido a dar un paseo, que se perdieron y fueron a dar con la finca de Trello,
ingenua explicación que nadie hubiera aceptado de no ser por la pasiva
complicidad de los oficiales que según Holt «habrían ayudado a la evasión de
los cubanos si les hubiese sido posible sin peligro de ser descubiertos».
Habiendo cesado
Sousa por sustitución del Ejército por la Armada al frente de la colonia, llegó
el día 16 el nuevo gobernador Antonio Maymó. Según Holt, Sousa dejó mal
recuerdo, «era tenido por tirano, cuya salida… alegrará a todos»; pero Maymó
duró poco pues falleció el 22 de agosto y en su brevísima magistratura,
consiguió embarcar en el «San Antonio» a 180 cubanos con destino a Tenerife;
los restantes lo fueron posteriormente a bordo de la urca «Pinta» junto con la
mayor parte de los colonia españoles venidos en dicha nave y que no habían
podido resistir las enfermedades y el clima. Dice Holt que «ya es bastante dura
la lucha por la vida para los hombres y las mujeres en un clima como éste, pero
¿qué hacer con los niños?» Se refiere sin duda a los que venían con sus padres
en la «Pinta» y que en gran parte tuvieron que regresar. Pero hay una
diferencia de fechas ya que antes dice que la «Pinta» llevó a los restantes
cubanos el 20 de agosto y más adelante data la marcha el 2 de octubre y también
en la «Pinta». Bien podrían ser dos viajes diferentes.
Los del «San
Antonio» pasaron una odisea ya que muchos iban enfermos, otros sufrieron malos
tratos y fallecieron varios en el viaje. Llegaron a Mahón y tuvieron que hacer
allí la cuarentena. Después ya en libertad, pasaron a Barcelona y algunos
siguieron a París y a Estados Unidos.
Hubo también
entre los cubanos, impacientes o desconfiados que no quisieron esperar a la
repatriación y se escaparon trece de ellos el 2 de agosto, entre los cuales
iban dos cuñados de Balmaseda, los hermanos Morales. Utilizaron el vapor
«Congo» mandado por William Croft (¿será el mismo de la «Biafra») con el apoyo
de Svenson aprovechando que ya no había controles de los cayucos y botes.
Ya no hubo
después más expediciones de cubanos. Algunos quedaron en Fernando Póo ocupando
diversos puestos en la administración o en el comercio. Todavía en 1897 se
acusa su presencia. Una consecuencia de estas migraciones fue la creación en
1865 de un barrio en la capital (el de «los congos» donde se alojaban los
cubanos de aquella procedencia, y que duró bastantes años hasta su desaparición
(10).
Para terminar
estas notas nos queda una apreciación muy curiosa del propio Holt, que después
de haberse referido al temperamento de los cubanos y a pesar de la simpatía que
como ya hemos visto les tenía, hace esta reflexión bastante crítica: «Los
cubanos que han estado aquí me parecieron demasiado indolentes y afeminados
para conseguir la independencia de su país». Y a continuación el dato
sorprendente: «Podían haber tomado esta isla a los españoles si lo hubiesen
intentado después de la marcha del «Borja», y que no había más que un centenar
de españoles contra 150 ó 250 cubanos. Si hubieran tenido la más mínima
organización podían haber tomado el cañonero y el cuartel simultáneamente en
una noche cualquiera. Pero no había organización entre ellos y tan poca
prudencia demostraron que era peligroso que más de uno o dos conocieran
cualquier plan de fuga propuesto, pues de lo contrario era sabido enseguida por
todo el mundo».
Parece como su
Holt se hubiera anticipado a predecir lo que sucedió un siglo después allí
mismo: el trasatlántico italiano «Duquesa de Aosta» que estaba internado al
haber estallado la II Guerra Mundial, fue libertado y sacado del puerto por la
noche para estregárselo a los aliados. Y volviendo a Holt, si su sugerencia se
hubiera llevado a cabo con éxito, se habría producido un caso insólito en la
Historia: la adquisición por las armas de una colonia, por un país sin
independencia propia.
Notas:
1 UNZUETA Y
YUSTE, A.: Geografía histórica de Fernando Póo, Madrid, Instituto de Estudios
Africanos, 1947
2 HOLT, J.: The Diary of John Holt, LiverPóol, John Holt
& Comp., 1948.
3 MORENO Y
MORENO, J. A.: Reseña histórica de la presencia de España en el Golfo de
Guinea, Madrid, IDEA, 1952, y Granda, Germán de: «Negros emancipados cubanos en
Fernando Póo», Revista de Indias, 1984, vol. XLIX, n.° 174.
4 MARTÍN DEL
MOLINO, A.: La ciudad de Clarence, Madrid-Malabo, Cooperación, 1993
5 Cuando Holt
escribe esto, hacía ya dos años que había muerto su patrón Lynslager y él era
ya propietario, habiendo adquirido una goleta para su comercio llamada «María»,
por medio de su hermano Jonathan en Cowes (Inglaterra) construida 16 años antes
con casco de madera de roble y con un desplazamiento de 65 toneladas. Era muy
ligera según lo atestigua el propio Holt más adelante.
6 BALMASEDA, F.
J.: Los confinados a Fernando Póo e impresiones de un viaje a Guinea, Nueva
York, 1869.
7 El islote y el
cabo Horacio están situados en el extremo EN de Fernando Póo.
8 Este topónimo
aparece en el mapa de Coello, sitado en las bocas del Níger, muy al O de
Fernando Póo, lo cual no encajaría con el itinerario de la fuga. Pero resulta
que ese es el nombre de uno de los dos barcos que exploraron el río Níger (1832
a 1834) con Laird, Olfield y R. Lander. Regresan estos barcos –por cierto los
primeros en el mundo con casco de hierro– a Fernando Póo y son abandonados en
la playa de Black Beach (Blavis) la tristemente célebre prisión en la dictadura
de Macías. Así se explica que los fugitivos remando, en unas horas pudieran
llegar al islote Horacio. En cuanto al topónimo pudo nacer de la presencia del
citado buque hasta que éste se fue deshaciendo por la acción del mar. Existen
antecedentes de playas y bahías con nombres de barcos y algunos bien cerca del
que hablamos: Bahía del «Nervión» y Bahía de «Venus».
9 Es difícil
identificar este nombre, pues en los mapas de la época aparecen unas veces como
Isla de los Loros y otras como de los Papagayos; con esta duplicidad había: una
en el O de Fernando Póo (cerca de S. Carlos) y otra en el sur (Ureka), otra al
sur del cabo Horacio, y una en Nigeria en el Old Calabar. Éste es sin duda la
referido por Holt, ya que se encuentra fuera de las aguas españolas y era
probable escala para el buque que esperaban.
10 CASTRO
ANTOLÍN, A.: «Fernando Póo y los emancipados de La Habana», Estudios Africanos,
revista de la Asociación Española de Áfricanistas, Madrid, 1994, v. VIII, pp.
7-19.
(Cuadernos de
Historia Contemporánea 212 2003, núm. extraordinario 205-212)
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